Desde 1969 hasta 1972 se llevaron a cabo seis misiones tripuladas a la luna, pero transcurridos casi 50 años el ser humano no ha vuelto a pisar por allí.

Si el Apolo 11 norteamericano hizo historia al ser la nave que llevó a los primeros seres humanos que pisaron la luna, el 3 de enero de 2019 una sonda china también marcó un hito posándose en la cara oculta de nuestro satélite.

Gran salto para la humanidad

La exploración lunar, bien a través de sondas automáticas o naves tripuladas, comenzó en la década de los años 50 del siglo XX.

Concretamente, fueron los rusos quienes iniciaron esta carrera espacial realizando misiones lunares no tripuladas entre 1959 y 1976 . Después, con mayor o menor éxito, lo harían Japón, China, India y Europa

Pero sería la NASA norteamericana la pionera, y única hasta el momento, que realizaría seis misiones tripuladas (Proyecto Apolo) llevadas a cabo entre 1969 y 1972 en las que doce astronautas caminarían sobre la luna, el último Eugene Cernan.

Si bien es cierto que los rusos habían sido los primeros en mandar a la perra Laika (1957) y luego al piloto Yuri Gagarin (1961) a un viaje por el cosmos, fue el 16 de julio de 1969, desde el complejo de Cabo Kennedy, en Florida (Estados Unidos) cuando tuvo lugar el lanzamiento de la nave Apolo 11 hacia el satélite terrestre con la misión de que sus tripulantes (el comandante Neil Armstrong, Edwin Aldrin, piloto del LEM y Michael Collins, piloto del módulo caminaran sobre ella por primera vez.

Cinco días más tarde, Armstrong sería, efectivamente, el primer ser humano en pisar la superficie lunar. El histórico acontecimiento fue retransmitido por televisión a todo el planeta.

La misión finalizó con éxito el día 24 del mismo mes con el amerizaje en el océano Pacífico de los tres astronautas de la nave.

Actualmente, además de Estados Unidos, hay varios países (China, Japón, India, Europa) con proyectos de misiones tripuladas a la luna, pero lo cierto es que en casi 50 años nadie ha vuelto a poner un pie allí. Por ello, se desataron numerosas teorías conspirativas.

Estas aún hoy se mantienen constantes y van desde que los alunizajes de humanos nunca tuvieron lugar hasta que las imágenes tomadas en la primera misión no fueron más que un montaje del gobierno norteamericano (grabadas en el desierto de Nevada por el cineasta Stanley Kubrick).

Estas teorías se apoyan en algunos detalles de las fotos del Apolo 11 como el hecho de que la bandera clavada por Armstrong en la superficie lunar se mueve, cuando por la falta de atmósfera no debía ser así; que la huella dejada por el mismo astronauta no es posible por la sequedad del suelo; que no se ven las estrellas; o que no se observan cráteres lunares.

Los investigadores aseveran que hay una respuesta científica para todo ello: que la bandera se movió al ser plantada, luego quedó quieta; que el polvo lunar es parecido a la ceniza volcánica, por tanto las huellas se marcan; las estrellas no se ven porque la luz de la cámara es demasiado débil para captarlas; por último, que no se ven cráteres porque el alunizaje fue tan lento que sólo levantó polvo.

La inmensa mayoría de la comunidad científica, pues, ratifica el hecho que ocurrió no una, sino seis veces, y subrayan que si la inteligencia soviética, enemiga de los norteamericanos durante la Guerra Fría, hubieran detectado un fraude lo hubieran denunciado, algo que no sucedió.

Los viajes se pararon, dicen los especialistas, porque enviar esas naves tripuladas a la luna era muy caro, así como porque no existía justificación científica para volver.

Pero sobre todo, porque una vez ganada la batalla a los rusos por parte de los norteamericanos en la carrera espacial en esos años, estos se quedaron sin argumentos políticos y propagandísticos para solicitar tan altos presupuestos al Congreso puesto que el Proyecto Apolo ya no era científicamente productivo.

Además, la NASA empezó a desviar su atención a otros proyectos con más relevancia científica: sondas a Júpiter, la Estación Espacial Internacional, investigaciones sobre otras galaxias y planetas, etc.

La cara visible

Los científicos aseguran que todavía existen muchas evidencias que certifican aquellos viajes lunares tripulados, como por ejemplo, unos dispositivos (dejados por Armstrong y Aldrin) para un programa llamado Sísmica Pasiva y Sísmica Lunar de Perfiles, para detectar movimientos tectónicos en las placas lunares.

También estos dos astronautas colocaron una serie de retrorreflectores, aún operativos, consistentes en una especie de espejos que mandan señales de rayos láser a la Tierra para calcular con precisión la distancia a la que se encuentran la una de la otra, pues no siempre es la misma.

Además, todavía alguna sonda estadounidense destinada a la exploración del satélite (Lunar Reconnaissance Orbiter) manda imágenes a la Tierra donde pueden verse módulos de alunizaje y rovers utilizados por las misiones Apolo para que los astronautas pudieran desplazarse, al igual que rastros de “basura” (fragmentos de sonda, etc) dejada por estos.

Aseguran que también hay algo tangible: una gran cantidad de material lunar (más de 380 kg. de piedras lunares compuestas de elementos químicos difíciles de encontrar en la Tierra) que trajeron las diferentes expediciones y hoy repartidas para su estudio a instituciones científicas, universidades, museos y agencias espaciales de todo el mundo.

Además, nos dicen, que en los programas Apolo trabajaron más de 400.000 personas, por tanto, no es fácil engañar a tanta gente con algo que nunca tuvo lugar y que gracias a todo ello, la NASA sigue con sus investigaciones sobre la luna aunque no haya presencia humana.

La cara oculta

El 3 de enero de 2019, China marcó otro hito sin precedentes. Alunizó por primera vez en la historia en la cara oculta de la luna con la sonda Chang'e 4.

Los científicos explicaban entonces que, aún con la tecnología suficiente, todavía no se había llegado a esa cara oculta por cuestiones políticas y económicas, al igual que por falta de interés.

Sin embargo, sí que hubo programas espaciales de soviéticos y norteamericanos que hace más de medio siglo consiguieron fotografiar la cara oculta de la luna, aunque sin llegar a posarse allí, pese a que en 1962 una misión no tripulada estadounidense lo intentó sin éxito.

La cara oculta de la luna, llamada así por ser desconocida, es muy diferente a la que puede verse desde la Tierra.

Allí la corteza es mucho más gruesa y está llena de cráteres, pero no es “oscura” ya que tiene sus fases del día y la noche, como en el lado visible, y es igualmente iluminada por el sol.

La cara oculta de la luna no puede verse desde la Tierra debido a la “rotación sincrónica”, es decir, porque el satélite tarda en rotar sobre sí mismo el mismo tiempo que su movimiento de traslación alrededor de la Tierra, por lo que a este le presenta siempre la misma cara, lo mismo que les ocurre a otros planetas del Sistema Solar y sus lunas.

La pretensión de esta exitosa misión china (Chang'e 4) es ir estudiando la composición del terreno y realizar experimentos sobre la germinación y crecimiento de organismos vivos, en este caso, con semillas de patata y capullos de gusanos de seda en condiciones de microgravedad.

A la sonda Chang'e 4 no se la hizo alunizar en cualquier parte de la cara oculta, sino en una muy especial desde el punto de vista geológico.

El lugar elegido fue la superficie plana de un cráter llamado Von Kárman, de unos 200 km., que está a su vez sobre una gran cuenca, la depresión de Aitken (de 2.500 km. de diámetro, casi un cuarto de luna) y una distancia entre sus zonas más profundas y los picos más altos que la rodean de unos 15 km.

Es decir, es la zona de impacto más antigua y grande sobre la superficie lunar producida hace miles de millones de años (unos 4 mil millones) por un asteroide gigante, aunque hubo una violenta lluvia de ellos, que atravesó la corteza exterior y llegó hasta el manto lunar.

Estiman que esta lluvia de meteoritos, conocida como cataclismo lunar, duró entre 20 y 200 millones de años, afectando a todo el Sistema Solar, incluida la Tierra.

El estudio de esta zona se cree que servirá para descifrar claves sobre la vida en nuestro planeta puesto que no sería sólo coincidencia que la vida en la Tierra comenzara hace unos 3.900 millones de años, o sea después de este bombardeo, que aunque en un principio pudo haber destruido la vida primitiva sobre ella, si es que la había, esos mismos impactos podrían haber creado hábitats subterráneos donde podrían haber sobrevivido, o surgido, los primeros organismos.

Por otro lado, en Aitken, zona perforada por el meteorito gigante y donde los expertos han detectado una gran cantidad de hierro, podrían encontrarse otros materiales de la corteza inferior de la Luna. También se sabe que es un lugar que podría contener depósitos de hidrógeno o hielo de agua.

Al mismo tiempo, se sabe que las elevaciones que rodean la zona están siempre iluminadas por el sol, por lo que los científicos creen que podría ser aprovechado para dispensar energía solar a futuras exploraciones sin tener que repostar en la Tierra, lo cual abarataría la misión. Tal vez también sería posible realizar un cinturón de paneles solares para proveer de esta energía a nuestro planeta desde allí.

La escasez energética de la Tierra también podría paliarse con la abundancia de helio-3 de la luna, aprovechándose como combustible para la fusión nuclear.

Pero además, el satélite terrestre está lleno de otros recursos minerales raros que escasean en la Tierra, como titanio o uranio, lo que resultaría muy útil para hacer sostenible la vida en el planeta.

Nueva carrera espacial

Parece que en los últimos años, los países con tecnología para ello, han comenzado a interesarse nuevamente por los viajes a la luna.

El programa chino Chang'e lanzó su primera sonda al satélite de la Tierra en 2007, y desde entonces lleva cuatro. Su objetivo a largo plazo es una misión tripulada a la Luna, posiblemente para 2030.

La NASA también ha anunciado que en 2024 volverá a la luna con una misión tripulada llamada Artemisa, llevando en ella por primera vez a una mujer, con un presupuesto de entre 20 y 30 mil millones de dólares.

Pero esta vez, las iniciativas no sólo son estatales, sino también privadas anunciando ya no el regreso al satélite, sino ambiciosos planes de colonización y explotación de sus minerales, razones que escapan nuevamente a lo meramente científico.

Volver a la luna, se dice, es una cuestión de tiempo, no de desarrollo de una tecnología que ya existe, sino cuando esas iniciativas privadas consigan modelos de negocio espacial.

En opinión de algunos expertos, esta apuesta del sector privado por la luna tiene más que ver con el objetivo de conquistar o explorar otros lugares del universo, como por ejemplo Marte, sirviendo aquella como base.

Pero todo ello plantea muchos recelos por parte de los gobiernos, tanto es así que Estados Unidos, a través de la NASA, ha presentado una iniciativa denominada “Acuerdos Artemisa” en los que intenta organizar, de forma sostenida, la exploración y explotación de la luna con fines comerciales para el disfrute de toda la humanidad”.

El documento se basa en el Tratado del Espacio Exterior (OST), aprobado por la ONU en 1967 y desde entonces tenido en cuenta el marco legal para la explotación espacial.

Se propone, pues, que los gobiernos y las compañías privadas que quieran realizar operaciones en la luna tienen que hacerlo con una serie de normas de comportamiento, con fines pacíficos, de manera colaborativa (compartiendo datos y hallazgos científicos), haciendo buen uso de los derechos espaciales y ser transparentes. Así mismo, protegiendo el patrimonio lunar y lugares históricos como el del alunizaje del Apolo 11.

Aunque esta normativa emplea términos muy generales, con respecto a la extracción de recursos del suelo lunar, o cualquier otro lugar espacial, dice que esta deberá ser segura y sostenible, pero que estas operaciones no deben generen conflictos, y evitar interferencias, para ello propone unas “zonas seguras” y al mismo tiempo informar del lugar y del objetivo de estas operaciones.

Es curioso que al mismo tiempo exista una orden ejecutiva salida de la Casa Blanca poco tiempo antes de esta iniciativa en la que se afirma que “los estadounidenses deben tener el derecho de participar en la exploración, recuperación y uso de los recursos del espacio exterior”. Igualmente, en ella se sostiene que EE.UU. “no ve el espacio exterior como un bien común global” y por lo tanto anima a que se haga un uso público y privado de los recursos espaciales.

La agencia espacial rusa, ya ha mostrado su oposición a los Acuerdos Artemisa porque considerarlos invasivos. A su vez, el portavoz del Kremlin, dijo que esos acuerdos necesitarán “un análisis exhaustivo...desde el punto de vista del derecho internacional existente”.

El OST, en efecto, dice que ningún país puede apropiarse de territorios en el espacio, pero no dice nada respecto al uso de recursos extraídos en el espacio.

De hecho, tanto EE.UU. como Rusia, crearon el precedente de que se podía coger cosas de estos espacios y luego reclamarlas como propias. Por tanto, estas zonas seguras podrían resultar son una forma de reclamar derecho sobre una propiedad. Muchos expertos consideran fundamental que los Acuerdos Artemisa dejaran claro, en primer lugar, si el espacio es considerado un bien común o no.


Imagen de Nicolas Thomas

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