El cerebro contiene una estructura tan compleja que aún no se conoce bien su funcionamiento general. A pesar del desconocimiento sobre el cerebro, sí sabemos que participa de una u otra forma en cualquiera de las cosas que realizamos normalmente.

Estructura neuronal compleja

El cerebro es un órgano complejo que se sitúa dentro del cráneo (parte anterior y superior de la cavidad craneal) flotando en un líquido transparente que lo protege (cefalorraquídeo) y es el encargado de gestionar la actividad del sistema nervioso controlando y regulando muchas de las funciones de la mente y el cuerpo (respirar, el sueño, la memoria, la consciencia, el hambre, etc).

No se sabe con exactitud, pero se cree que el cerebro humano alberga alrededor de 86.000 millones de neuronas. También se sabe que las neuronas continúan generándose a lo largo de toda la vida, incluso en la edad adulta (1.400 aproximadamente por día). Tal vez por eso, a pesar del avance de la ciencia en las últimas décadas, sigue siendo un órgano lleno de secretos y misterios por descubrir.

No obstante, las neurociencias están consiguiendo descifrar áreas del lenguaje, los mecanismos de la emoción o la empatía, los círculos neuronales mediante los cuales interpretamos lo que nos rodea, etc. También se han conseguido avances importantes en la detección temprana de algunas enfermedades psiquiátricas y neurológicas, pudiendo con ello crear terapias y tratamientos más eficaces.

A lo largo de la existencia de un ser humano, el cerebro se va a ir transformando. No es un órgano estático, sino flexible, que se va a ir adaptando a las circunstancias que lo rodean. Esta adaptabilidad va a facilitar que las neuronas que componen el cerebro se reorganicen formando nuevas conexiones que harán posible las nuevas respuestas.

Esa capacidad de asimilar los cambios es lo que ha facilitado a la especie humana su evolución y adaptación al medio. Todos los cerebros son iguales, pero cada uno se moldea dependiendo de su contexto social, cultura, gustos y experiencias.

Los expertos opinan que a pesar del empuje de las nuevas tecnologías, la inteligencia artificial nunca podrá suplantar al cerebro humano porque la mente es más compleja y no sólo un procesador de información.

Por ejemplo, el cerebro tiene habilidades sociales que no poseen las máquinas, como entender a otro ser humano, ponerse en su lugar, sentir empatía, practicar el altruismo, cooperar, etc. Pero también somos capaces de plantearnos metas y objetivos, planificar así como controlar todos esos procesos que nos vamos marcando.

Es decir, las emociones configuran nuestro cerebro, son centrales en nuestra vida e influyen en nuestra memoria y toma de decisiones que, por una parte, adoptamos por nuestro mecanismo evolutivo, más lento y racional, pero por otra, por el mecanismo automático y rápido que determinan las emociones.

Sin embargo, igual que la evolución, a nivel cerebral, se ha producido a lo largo de millones de años, también se deduce que las nuevas tecnologías tendrán su impacto en la estructura del cerebro humano y que se podrán apreciar seguramente dentro de miles de años.

Consciencia

Antiguamente se pensaba que la naturaleza de la consciencia humana, que nos capacitaba para elegir libremente y pensar, era de índole sobrenatural, y que posiblemente el ser humano (y quizás otros animales, pero no los objetos inanimados) la albergaba en algo inmaterial como podía ser el “alma”.

Eso pasó a la historia y el mundo científico nos explica que la consciencia la genera el propio cerebro y su intrincada red de terminaciones neuronales.

Pero en la revista Neuroscience of Consciousness de la Universidad de Oxford se ha publicado recientemente un novedoso estudio donde se expone que nuestra consciencia no está exactamente en nuestro cerebro (materia) sino que es un campo electromagnético (energía) generado por la actividad del cerebro.

Esa energía magnética cerebral, prosigue el estudio, es la que nos proporciona la capacidad de pensar y ser conscientes y funcionar cuando las neuronas del cerebro y el sistema nervioso se activan.

Es decir, cuando el cerebro emite unas señales eléctricas para dar “órdenes” (activar un músculo, por ejemplo) que atraviesan las fibras nerviosas, no sólo está haciendo eso sino que también envía energía electromagnética (que se ignora) con la misma información al tejido circundante, pero de forma inmaterial (no con un flujo de átomos como a los nervios), pero que sí son fácilmente detectables en un escaneo cerebral (electroencefalograma, magnetoencefalografía, etc) aunque hasta ahora no se les había prestado mucha atención.

Esto, según esta investigación, explicaría por qué la Inteligencia Artificial aún no tiene consciencia, pero que con el desarrollo técnico adecuado pueden ser capaces de pensar por sí mismos. Sería solo cuestión de tiempo.

Recuerdos y memoria

Se ha descifrado científicamente (investigación publicada en la revista Science) que la memoria no es algo que se guarda en un rincón apartado del cerebro con nuestros recuerdos, sino que es lo último que recordamos.

El recuerdo no es el hecho en sí de lo que hemos vivido ya que cada vez que aflora a nuestra memoria lo vamos modificando.

Los investigadores han encontrado evidencias de que el cerebro hace un “duplicado” instantáneo del mismo evento de una experiencia personal, pero uno es para recordar a corto plazo, y que se queda enganchado en el hipotálamo, y otro es el que se nos queda para toda la vida, y que se queda almacenado en la corteza.

Luego, esos recuerdos pueden ser reproducidos mediante algún estímulo interno o externo que activa la memoria y la hace circular por toda la red neuronal, la misma red por la que entró.

Cuidar el cerebro

Someter al cerebro a un estrés repetido y constante es lo peor que le puede suceder a nuestro órgano vital porque va a reaccionar de forma similar a como lo hace nuestro organismo cuando se le crea una infección.

Los trastornos neuropsiquiátricos que pueden aparecer en el cerebro tras la frecuencia del estrés son la ansiedad (enfermedad que tiende a ser pandemia en las próximas décadas por las secuelas del COVID-19), la depresión o el trastorno del estrés postraumático.

El cerebro nunca deja de regenerarse y cambiar, aprender y transformarse (neuroplasticidad), pero el estrés es un brutal freno que hace que disminuya la plasticidad nerviosa, inutilizando a su vez nuestra capacidad de enfrentarnos a la vida y sus desafíos, pudiendo dar lugar también a enfermedades neurodegenerativas.

Para reducir las consecuencias del estrés los especialistas tienen claras cuáles son las estrategias: ejercicio físico, dormir ocho horas diarias, alimentación equilibrada, huir del tabaco y el exceso de alcohol, evitar el desarrollo de otras enfermedades o bajo control, actividad intelectual (leer, estudiar, adquirir nuevas habilidades), socializar y meditación, entre otras.

Con esas mismas estrategias también podemos evitar que nuestro cerebro envejezca demasiado pronto, ya que con la edad se altera la producción de hormonas y neurotransmisores y perdemos neuronas y muchas de sus conexiones puesto que no se regeneran. Los trastornos del estado de ánimo tampoco ayudan a mantener el cerebro joven.


Imagen de Gerd Altmann

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