Para muchas personas sigue siendo una historia de ficción, una auténtica quimera la teoría del Big Bang. No hablamos de gente con un concepto religioso sobre el origen del Universo sino de un gremio con un nivel de cultura científica que piensa de modo distinto acerca de nuestra procedencia, del principio del Cosmos y de todo lo que hay en él. Del inicio del orbe, espacio, infinito, la creación o como guste llamársele.

Para ellos resulta imposible conocer con tanta exactitud cuánto demoró la famosa fuerza explosiva que fue el preámbulo, el preludio de la Vida.

Les parece inconcebible el poder afirmar que dicha explosión tuvo lugar en una trillonésima de segundo (hay quienes aseguran que en una centésima) y en medio de una temperatura de más de cien mil millones de grados centígrados. Como si los defensores de tal teoría hubiesen estado allí presentes.

El que todo haya ocurrido a partir de la “Nada”, en medio de la más absoluta oscuridad (o un ínfimo punto según otros), parece de lo más inverosímil y en contra de la Ley de Conservación de la Materia que a todos nos enseñaron en la escuela. Nada se crea ni se destruye, solo se transforma. No olvidemos que la misma premisa se aplica a la energía pura.

De ser así, parece que la materia oscura tiene otras propiedades que ignoramos y, según parece, hay cosas que sí pueden surgir o auto crearse partiendo del vacío, de cero. Es decir, de la Nada tan problmática.

Incluso creyendo que el Universo es finito o infinito (eso poco importa en el contexto en que nos movemos) y se curva sobre sí mismo, es indudable que hay o hubo “algo” antes que dio marcha a la maquinaria en que nos desenvolvemos.

Para que tal explosión o Big Bang pudiera haber tenido lugar, diversas partículas debieron haber existido y, según los creadores de semejante teoría, existieron y existen (fotones) pequeñísimos átomos sin masa ni carga eléctrica. Algo así como corpúsculos fantasmales que parecen más bien producto de la fantasía. De una manera mágica pasamos de las tinieblas a un fulgor deslumbrante capaz de cegar a cualquier testigo de los hechos, cosa que no hubo al parecer.

Hoy en día, cualquier persona que ponga en duda la tesis del Big Bang es puesta en ridículo. Es objeto de burlas y no se le toma en serio; a menudo inclusive se le denigra. Ahora hasta un niño de seis años repite —sin entenderlos— cada detalle de tal hipótesis como si fueran los preceptos de un libro sagrado.

En nuestro tiempo, cualquier persona que se respete, no puede poner en tela de juicio una conjetura que algunos juzgan tan bien armada y debe, por lo tanto, dedicar sus estudios y tiempo destinado a la ciencia, a menesteres más provechosos y suposiciones innovadoras. Nadie con un grado mínimo de sentido común gastaría sus horas tratando de poner inconvenientes a una cuestión que no presenta reparos ni tiene grietas.

El modelo de la creación del Universo parece dejar satisfechas a muchas personas aunque no se le comprenda.

Lo cierto es que hay una incómoda vaguedad con respecto a nuestro comienzo. Es una imprecisión embarazosa, algo con tintes de generalidad que da un poco de vergüenza. No es que se pretenda complicar las cosas de manera gratuita, pero las explicaciones a menudo caen en lo pueril.

Hagamos aquí una pausa necesaria. Aunque a menudo los vocablos teoría y modelo son sinónimos, para muchos una teoría contiene material ambiguo o engañoso que no posee un modelo. Hay casos peculiares en que cualquiera de las dos palabras pasa a formar parte del nombre con que designa a una crítica, comentario, explicación o enseñanza determinada.

Haciendo a un lado de nuevo la cuestión mística y los comentarios religiosos, resulta obvio que aún no existe una solución convincente y que complazca a una mayoría acerca del arranque de la Humanidad.

Según la teoría del Big Bang, a medida que el Universo se expande se crea nueva materia llenando los vacíos que hay entre galaxias, cosa que va en contra de la famosa ley que nos enseñaron cuando éramos niños. De acuerdo a esta creencia sobre el éter o Cosmos, hay muchas cosas que no pueden explicarse, lo cual constituye una salida muy fácil, casi un insulto.

Parece que se ha perdido la objetividad y todo es tema de preferencias filosóficas. Pero cuidado, no estamos sugiriendo que lo pagano sustituya a lo divino, ni que la apostasía prevalezca sobre los dogmas o la fe. Se pugna por una ciencia que pueda verificarse, de proposiciones capaces de ser confirmadas una y otra vez. De razonamientos que puedan examinarse bajo la lente de la neutralidad, cosa que la ciencia no siempre lo es. Se pretende ser imparciales.

Lo cierto es que la teoría de la expansión del Universo, aún con su trasfondo en apariencia tan profundo y científico, no deja de ser tan idílica como la de cualquier credo religioso.

En esta época contemporánea, es una costumbre más o menos ostentosa el poner a prueba o en entredicho ideas sobre la ciencia y más aún sobre la astrofísica. Muchos modelos hasta ahora aceptados como válidos en tiempos pretéritos, han resultado erróneos.

No necesitamos de nigromantes, brujos o magos que nos inventen una historia fantástica y seductora. Para mitos ya tenemos más que suficientes, algunos de ellos bastante poéticos. Requerimos de la asistencia de la técnica y el conocimiento. No obstante, tampoco queremos que nos llenen las neuronas con cifras y eventos que son muy difíciles de ratificar solo porque somos parte del público que anda a pie.

Lo que ahora corresponde es reemplazar el modelo corriente por una teoría mejor, a partir de observaciones y cálculos más confiables.

Hoy no basta responder a la pregunta “¿Cómo fue?”, sino también “¿Cómo será?”. ¿Continuará el Universo con su expansión toda la eternidad? ¿Seguirá enfriándose por tiempo indefinido? ¿Continuará agonizando hasta extinguirse? ¿Qué sigue?

Volvamos a tener cuidado. No se está diciendo que la teoría del Big Bang es inexacta. Solo se afirma que no hay suficientes evidencias. Tal vez no hubo un Universo primitivo, no hubo estallido ni expansión. Acaso el futuro que le espera sea contraerse de nuevo hasta volver a ser un punto diminuto, haciendo desaparecer galaxias, estrellas, planetas átomos y toda clase de partículas.

Decimos que el Universo se expande porque todo parece indicar que las galaxias se alejan unas de otras, y porque una débil electricidad radioestática parece circundar cada rincón que nos rodea. También decimos que habitamos en un espacio que aumenta de tamaño, que crece cada día.

Luego entonces, si las galaxias se van separando entre ellas en forma gradual quiere decir que en el pasado debieron estar más juntas, ¿no es así? Parece que todo es cuestión de simple lógica. Según esta forma de pensar, debió haber existido un tiempo en que todo estaba concentrado en un punto con densidad infinita que los científicos han dado en llamar “singularidad”.

Lo anterior es para la mayoría una imagen simplista del nacimiento del Universo y es motivo de la principal crítica que recibe este modelo. El punto con densidad incalculable explotó y eso fue todo. Pero esto provoca una pregunta a la cual se llega por cualquier camino: ¿Cuál fue el origen de dicho punto diminuto? ¿Cómo empezó todo antes de dicha singularidad? ¿Cómo arrancó el Universo?

Lo curioso es que, si tuviéramos la posibilidad de ver el espacio desde lejos, más tiempo atrás veríamos. Hoy con los poderosos telescopios de que se dispone, se puede inferir cómo era el Cosmos en su etapa más joven.

Seamos francos; los científicos de todas partes no se sienten cómodos con ideas sobre singularidades e infinitos. Les provocan escozor. Por ello se considera al concepto del Big Bang como defectuoso. En realidad esta teoría puede explicar (con sus trabas e inconvenientes) cómo dio marcha el Universo, pero no nos puede decir qué ocurrió justo al inicio de todo. Al Mero Principio.

En el momento en que los científicos afirman que conocen con profunda convicción lo que ocurrió durante los primeros minutos del Universo, no es porque cuenten con evidencias en la palma de la mano sino porque han desarrollado un modelo que encaja o coincide con la mayoría de sus observaciones o creencias. Es decir, sus experimentos concuerdan con dicho modelo.

Lo que debemos comprender es que dicho modelo no es una fotografía o representación idéntica al objeto real, blanco de muchos análisis. Así como un automóvil de armar o una nave espacial de juguete es una idea de la cosa auténtica, una imagen mental que se expresa, por lo común, mediante ecuaciones y números.

Lo anterior es solo la mitad del modelo. Lo importante es que dichas ecuaciones y números describan cómo se mueven las partículas, esferas y cuerpos en general. Todo ello reflejado a través de leyes o proposiciones físicas en términos de expresiones matemáticas. No se pide que tales modelos sean precisos. En absoluto. Los modelos suelen fallar. Lo importante es detectar en dónde y mejorar las predicciones que pueden brindarnos.

De hecho, todos los modelos científicos tienen limitaciones nos guste admitirlo o no. Ninguno de ellos es “la verdad absoluta”.

Muchísimos modelos funcionan bien bajo ciertas circunstancias pero al salirse de ellas, fallan. Lo mismo podría ocurrir con el Big Bang. Bien puede tratarse de una aproximación aunque no la realidad misma. Acaso sea un modelo que actúe en forma precisa o que sus predicciones sean correctas, siempre y cuando se halle bajo las condiciones apropiadas.

La ciencia avanza muy rápido así como las teorías que se admiten o se descartan. No olvidemos que hasta hace poco —en términos relativos—, aún se empleaba la regla de cálculo en lugar de una hewlett-packard científica, un reloj o un teléfono. Y así como sus avances suelen ser vertiginosos hoy en día, lo que antes era, ya no es.

En nuestra época se dice que la fuerza gravitacional es más bien materia oscura que se deforma. Es lo que mantiene unidos a los planetas con el sol. Antes era como una especié de tirón entre masas de distinta envergadura.

¿Cuántas veces no escuchamos a un científico decir algo así…?: “Lo que llamamos X es en realidad Y”. Para ponerlo con todas sus letras, un ejemplo: “Lo que llamamos vacío es en realidad un gas interestelar”.

Todo indica que las cosas, a fin de cuentas, no son lo que aparentaban en el principio. Las nebulosas no son tales, sino conjuntos de estrellas refulgentes. No es de extrañar entonces que la materia se transforme en energía y viceversa.

Los científicos son eso: hombres de ciencia, no lingüistas. Cuando un erudito afirma que el núcleo de un átomo se compone de neutrones y protones, lo que en realidad pretende decir, es que bajo ciertas condiciones, un átomo se comporta como si estuviera conformado por dichas partículas. Una cosa es tomar el “como si” tal cual lo leemos, y otra el tomarlo como un modelo, algo aproximado. Es una diferencia que parece insignificante pero es crucial. ¿Qué puede decirse del origen del Universo? Que está plagado de muchos “como si”.

No se pretende —aunque no estaría mal—, hallar defectos en la teoría del Big Bang. Decimos que no estaría mal porque de esa manera destacamos los huecos en donde se requiere de una mayor comprensión acerca de nuestros comienzos. Dejaríamos atrás el encogimiento de hombros ante lo desconocido. Habría progreso y mejores modelos o teorías, términos en este caso intercambiables. No debemos olvidar que hay cosas que creemos o pensamos saber, y otras que sí sabemos. O al menos así parece.

Muchos modelos y teorías han requerido de modificaciones con el paso del tiempo, no es pues de extrañar que la teoría de la expansión también las tenga. No hay ninguna paradoja ni conflicto alguno en ello. Es algo inherente y propio de la ciencia si se considera genuina. Se pueden obtener ideas distintas mirando los mismos acontecimientos desde perspectivas diferentes. Y todas las ideas pueden tener su porción de certeza; acaso uniéndolas sea posible llegar a una sola que detente la verdad o algo muy parecido a ella.

Es natural que se busque un concepto globalizador sobre el origen del Universo. No es solo el capricho de una Gran Unificación. Más que una teoría única se busca una versión total de las cosas, para lo cual hay que admitir que el trabajo se halla incompleto. Falta mucho camino por recorrer.


Imagen de Gerd Altmann

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