Una de las conductas más frecuentes de las personas es el deseo, tal vez innato, de querer encontrarle explicación a todo.

Tratar de hallarle sentido a cuanto nos ocurre y rodea. No es crítica gratuita; después de todo es parte de nuestra naturaleza el intentar inferir y entender cada detalle de los hechos de nuestra vida. En el pasado, presente y futuro. Va con nuestra esencia y la curiosidad en virtud de que es algo inherente a la forma de ser que nos rige.

Es un impulso que se halla presente en todas las culturas y civilizaciones que han puesto un pie sobre el planeta. ¿Qué somos? ¿De dónde venimos? ¿Qué es lo que nos espera? Preguntas sencillas pero a la ve complicadas. Con todo nuestro bagaje de conocimientos no hemos sido capaces de responderlas.

Cuando el género humano no encuentra una forma de interpretar o dar una solución a las extraordinarias interrogantes sobre los “grandes temas” que ocupan su mente, recurre a las salidas más insólitas con tal de sentirse bien consigo mismo, al menos en forma temporal. No importa cuán extravagantes sean dichas explicaciones, incluso yendo en contra del sentido común.

No se busca herir la sensibilidad espiritual de nadie, ni de poner en entredicho la sabiduría de los expertos. No se trata de una conspiración sino, tan solo de dejar escapar las ansias de investigación y análisis de cualquier mortal. Es seguir el instinto congénito de todo individuo por conocer la verdad.

Por lo general, la ciencia y la religión no se llevan. Ambas son incompatibles. La Historia es testigo de ello. La ciencia se apoya en cálculos, observaciones y en los conceptos de los científicos. La religión se basa en revelaciones y en lo que dicen los teólogos y fundadores de cada credo.

En forma más o menos recurrente, la religión suele poner límites arguyendo que algunas cosas pertenecen a la teología y otras, las “terrenales”, a la ciencia. De modo que, por lo general, a los científicos se les suele tildar de ateos o pecadores aunque no lo sean. De hecho, ha habido hombres de ciencia muy píos.

Para otros (muy pocos, es cierto), la ciencia y la religión confluyen y están de acuerdo sobre las raíces del género humano; cosa que a muchos espanta y prefieren tener cuidado con lo que expresan y manifiestan. Pero por lo que puede deducirse, los debates continuarán por un buen período.

Al tratarse de cuestiones difíciles de admitir o refutar, la charlatanería suele hacerse presente porque cuesta comprobar tales hechos en un sentido u otro. La inventiva e inclusive el timo son algo muy tentador tratándose de temas que no cuentan con forma alguna de ser verificados. Así, es muy común el echar a andar mecanismos de difusión sobre asuntos o tesis que no es posible confirmar.

La tesis de que nuestras raíces se encuentran en el vacío ya ha sido ridiculizada varias veces por científicos eminentes. De hecho, se ha intentado varias veces cambiarle ese nombre tan feo que ostenta y bautizarla con un epíteto más serio, algo más técnico y menos socarrón.

Si no somos capaces de ofrecer pruebas fehacientes acerca la historia sobre nuestra civilización de hace apenas 12,000 años, o acerca del proceso evolutivo de nuestra especie, comenzando, digamos, hace unos 200,000 años, ¿cómo es posible que demos una explicación sobre el origen del Universo cuyo inicio en realidad ignoramos, de hace 13,800 millones de años (quizá más) o un tiempo inmemorial?

No se desea hacer de este texto algo místico o religioso, pero la idea de que el Universo surgió de la Nada, del vacío o de una partícula diminuta y muy densa que explotó; es tan fantasiosa como asegurar que dio comienzo a partir de un Ser Supremo con el don de la ubicuidad quien creó el Cosmos con solo tronar los dedos.

Ambas teorías adolecen de preguntas sin respuesta, las dos hipótesis tienen un componente de mito y delirio. Ambas caen en lo especulativo y en creencias más o menos utópicas y hasta un poco ilusas.

Para apuntalar el asunto de la religiosidad, baste decir que el primer hombre quien dio principio a la Teoría del Big Bang, fue el sacerdote católico y astrónomo belga, Georges Lemaître. Él fue el primero en afirmar que el origen del Universo se debía a un átomo primigenio el cual concentraba toda la masa existente.

Se dice que el 95% de nuestra masa es materia oscura. Si no conocemos el principio y fin del espacio, si ignoramos dónde empieza y acaba; ¿cómo es posible semejante afirmación? Lo cierto es que aún hay más preguntas que respuestas. Según el científico y defensor más famoso de esta teoría, antes del Universo “no había nada”. Afirmación un tanto aventurada por no contar con evidencias suficientes.

¿Qué pensaría el lector si en realidad el llamado origen del Universo fuera una etapa de transición de una fase anterior? ¿Y si le dijeran que el Tiempo y la Materia Oscura han existido siempre? ¿Qué pasaría si el Universo en algún momento comenzara a contraerse en lugar de proseguir su expansión? ¿Sería una teoría diferente a la del Big Bang? ¿Qué sucedería si del otro lado del Universo existiera algo así como un Anti-universo regido por la antimateria?

Existe otra hipótesis (sin pruebas, por supuesto), la cual sostiene que el Universo actual es producto del colapso de otros dos anteriores, y que dieron, como resultado, al Cosmos que conocemos y tenemos alrededor de nosotros, circundándonos. Entre muchos expertos, esta sugerencia es tan válida como la del Big Bang.

Para dar paso a la ciencia ficción, diremos que hay científicos que creen que sería mejor para la humanidad si fuésemos el producto de una representación (cibernética o no), tras haber sido creados por personas del futuro o una raza alienígena como una simulación gigante.

Para otros, nuestro Cosmos es una computadora u ordenador cuántico gigante, y los átomos y los electrones no son más que bits de información que se ha almacenado en chips intergalácticos.

Repitámoslo: no es que se tengan respuestas mejores a las interrogantes sobre los “grandes temas”, ni conjeturas bien elaboradas; pero es imposible dejar escapar una sonrisita de escepticismo ante tales proposiciones.

Uno, como ignorante que es pero con un poco de materia gris, se queda incrédulo al percatarse de que la ciencia pueda tomar en serio tales escenarios y contextos.

Todas estas teorías parecen tan descabelladas como igual de plausibles. Compiten con la del Big Bang. De modo que, vamos a ponernos creativos y, por los próximos segundos al menos, a todo mundo le estará permitido decir barbaridades y no le será necesario saber resolver ecuaciones con integrales dobles o triples para decir que el Universo es cualquier cosa. Toda creencia es bienvenida y no tiene que guardar un mínimo de coherencia.

Todo indica que cualquier teoría acerca del origen del Universo tiene que ser espectacular por necesidad; ¿por qué no optar por algo más humilde?

Así como hay gente que cree, hay quienes no creen. Así como hay personas que ven en la Teoría del Big Bang como a una especie de ley, hay quienes piensan en ella como un mero conjunto de patrañas. Algunos dicen “Ni creo ni dejo de creer, ni sé ni dejo de saber”. Una especie de réplica pseudo-ingeniosa para no comprometerse con nada.

Digamos que el origen del Universo surgió del polvo esparcido por un cuerpo amorfo procedente de un Cosmos número 2, de otro Universo; con un núcleo ardiente y un exterior tan gélido como varios miles de grados bajo cero.

La ciencia, de una manera irónica pero a la vez legítima y franca, ha dicho que la humanidad ni siquiera es capaz de formular de manera apropiada la pregunta sobre la raíz del Universo.

Muchos consideran que esta interrogante no puede ser resuelta desde un solo punto de vista y una sola ciencia o disciplina. De tal suerte que los científicos de hoy en día son algo así como detectives del Cosmos en busca de pistas.

Debido a que nuevas teorías sobre el origen del Universo surgen cada día, es necesario revisar las anteriores, aunque hayan sido consideradas como indiscutibles durante muchos años; necesitan corregirse.

La ciencia avanza y a cada momento emergen algo así como oponente o rivales teóricos, que ofrecen nuevas explicaciones para responder a la preguntas clásicas acerca de cómo comenzó todo.

Para algunos el comienzo es en extremo simple mientras que para otros es muy caótico. Es de comprenderse que lo sencillo sea preferible a lo complicado, pero la realidad no tiene que ser así, al menos en lo que al Universo se refiere.

Muchas suposiciones sobre el Big Bang no han podido ser probadas en forma empírica; ni en el laboratorio ni mediante las matemáticas. Por ello, no logran la aceptación de todo el mundo. De modo que el campo es propicio para todo tipo de especulaciones. Hacer propuestas “bonitas” parece en la actualidad, más importante que hacerlas con valor científico y que sean útiles para llegar a la certeza y verosimilitud.

El tratar de definir con absoluta seguridad los orígenes del Universo, es como querer armar un rompecabezas del cual nos faltan muchas piezas. Están perdidas. Y cuando encontramos una, a menudo resulta que no cuadra o armoniza con las demás.

Parece que, ahora, sacar una nueva teoría acerca del origen del Universo, por absurda que sea, no molesta a nadie. Hay muchas posibilidades pero ninguna es única. Por lo general, toda nueva hipótesis cuando es dada a conocer suele tener éxito; pero al momento de ser sometida a una cadena de pruebas, suele desmoronarse poco a poco.

No se busca destruir el trabajo de muchos científicos, quienes de manera tan ardua y, en muchos casos, a través de una vida han dedicado todo su esfuerzo y conocimientos para dilucidar el Universo.

Se trata de encontrar respuestas a las preguntas básicas que los hombres se han hecho siempre. La forma en que funciona la ciencia se basa en evidencias y, en muchos cosas, no se cuenta con ellas.

La ciencia siempre se ha mostrado dispuesta a recibir nuevas explicaciones, ha estado abierta (en ocasiones no, como en la Edad Media). Si se brinda una respuesta científica con cariz de poner punto final a una cuestión o de ser categórica y concreta, se recomienda sospechar, porque así no funciona la ciencia. No son dogmas, leyes ni soluciones simples, sino que se construye una respuesta, una certeza a medida que se va observando. Por ello se le denomina aún teoría. No sabemos qué son la energía ni la materia oscura, mucho menos, el modo de cuantificarlas; pero se busca dar una respuesta a partir de cosas que se han observado muy de cerca.

Pensamos que existe una gran probabilidad de que el Universo sea infinito, dado que no hay motivos observacionales ni otras razones para pensar lo contrario. Se tiene consenso de que el Universo se expande pero no se sabe qué pueda pasar después.

Acaso se convierta en un espacio vacío y aburrido sin ningún tipo de fenómeno que lo haga interesante.

Se dice que llegará el día en que lo sepamos o, tal vez nunca; por lo cual estamos muy contentos con una respuesta tan sesuda y llena de poderosas reflexiones. Nos deslumbra y apabulla tanto cerebro puesto en la cuestión. Se nota que la genialidad brota por todas partes.

Lo cierto es que no estamos seguros de que el Universo se iniciara hace 13,800 millones de años. Podemos inferir su evolución a partir de la velocidad y posición de los astros que lo componen, pero no deja de ser una hipótesis a partir de la Teoría de la Relatividad. Podemos decir que es casi una sospecha. Seguimos sin tener certidumbre alguna y puede haber errores.

No se desea echar por tierra teorías que, aunque bien armadas en principio, no han prosperado o han perdido terreno ante otras hipótesis con una mejor estructura. Esto no es una conspiración. Pudiera ser que todos estemos equivocados, Lo cual es lo más seguro.

Así pues, solo nos resta compartir con el atento lector una poderosa, brillante y cósmica conclusión. El origen del Universo fue así: apareció.

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