Las beguinas fueron un curioso movimiento de mujeres libres e independientes surgido en la Edad Media.

Su motivación era la espiritualidad, el trabajo, el arte y la ayuda a los más necesitados de la sociedad donde vivían.

¿Quienes eran?

Aunque no está suficientemente documentado, parece ser que fue en 1180 cuando se creó el primer beguinaje (casa de beguinas), en lo que hoy se conoce como Bélgica, de la mano de un sacerdote reformador de Lieja que se llamaba Lambert le Bêgue.

Sus creencias le llevaron a pronunciarse en contra de algunas prácticas de la iglesia y abusos del clero de la época, otorgando más importancia a la mente devota y al amor práctico por el prójimo.

Con el tiempo fundó un hospital en Lieja y se rodeó de un público popular a quienes tradujo vidas de santos y sagradas escrituras en su lengua vernácula. Esta aproximación al pueblo llano favoreció la vida religiosa entre éstos, extendiéndose más tarde estas doctrinas por las ciudades del norte de Europa durante la Baja Edad Media, sobre todo Flandes y Países Bajos.

Pero también tuvo críticos y detractores. Fue acusado de herejía, condenado y encarcelado pero pudo escapar y pidió protección al antipapa Calixto III, obispo y gobernador secular (príncipe) de Lieja. Desde allí intentó justificar su conducta al papa pero se desconoce si recibió respuesta. Murió en esta ciudad en 1177.

Algunos autores descartan que las beguinas surgieran de sus enseñanzas, entre otras cosas, dicen, porque estas aparecen en Lieja después de su muerte.

El movimiento de las beguinas no es sólo curioso sino sumamente interesante desde el punto de vista femenino, y en una etapa, la Edad Media, en la que a las mujeres no se las permitía ni se las consentía su libertad ni libre elección.

Así, mediante el beguinaje, las mujeres que pertenecía a él podían ser espirituales sin ser religiosas (monjas) ni hacer votos; rezar y trabajar sin estar enclaustradas en un monasterio; y ser cristianas sin seguir los dictados de la Iglesia católica a la cual rechazaban por su corrupción y por no reconocer los derechos de las mujeres.

¿Cómo vivían?

Las comunidades de beguinas acogían tanto a viudas (muchas de ellas perdían a sus maridos en las Cruzadas) como a solteras y de toda condición social.

Con frecuencia vivían en apartamentos individuales pero agrupados en espacios grandes (beaterios), separados de las ciudades, aunque lo más próximo posible a hospitales e iglesias.

Los beguinajes eran cerrados por la noche y no podían acceder hombres, sólo el sacerdote que les daba misa.

Cuando ingresaban en los beguinatos, renunciaban a sus bienes y vivían una vida retirada, pero sin reglas monásticas. Aceptaban vivir en pobreza y castidad mientras estuvieran allí, pero no tenían que comprometerse a permanecer de por vida.

Se vestían con trajes distintivos y el tiempo lo pasaban entre la oración, la cultura, los trabajos para la comunidad , el cuidado de enfermos y necesitados e incluso a la enseñanza de niños sin recursos.

Cada beguinaje se organizaba de forma autónoma bajo el mando de una supervisora (Grande Dame) quien era, contando con ayuda de un consejo, elegida democráticamente por el resto de las integrantes de la comunidad, aunque su mandato era limitado.

Las beguinas vivían de las rentas que depositaban las que poseían recursos económicos, pero también de su trabajo textil, agrícola, copia de manuscritos, asistencia a enfermos, parturientas, etc.

Beguinas célebres

Además de su labor humanitaria, las beguinas también desarrollaron una brillante labor intelectual (música, literatura, pintura...). A las que se dedicaban a estas labores se las conocía como “maestras de la vida”. También fueron pioneras en usar lenguas vernáculas en lugar del latín.

Una de estas “maestras de la vida” fue la beguina francesa Marguerite Porette (1250-1310), una de las precursoras de la poesía mística del siglo XVI.

Margarite dedicó su vida a escribir sobre el amor totalmente desinteresado a Dios y el diálogo directo con él.

Todos sus pensamientos, sentimientos y experiencias místicas los plasmó en uno de sus libros más famosos, el titulado El espejo de las almas simples, ahondando en la necesidad de dejarlo todo y no esperar nada en su camino de perfección.

Marguerite de Porette fue acusada de herejía por negarse a retirar su libro de la circulación y no renunciar a sus idea. Tras un largo juicio inquisitorial fue condenada a ser quemada en la hoguera en 1310.

Dentro de esta corriente de poesía mística beguina también se recogen otros grandes nombres como Hadewijch de Amberes, Matilde de Magdeburgo o María de Oignies, entre otras.

Auge y decadencia

Durante aproximadamente dos siglos, el movimiento de las beguinas se difundió rápidamente desde Lieja, su primera ubicación, a Holanda, Alemania, Francia, Italia, España, Polonia y Austria. Algunos, como los de Gante y Colonia, llegaron a contar con miles de integrantes.

De hecho, este modelo de vida tuvo tal empuje que generó sociedades similares para los hombres, serían los llamados begardos.

Con la expansión, las beguinas empezaron a adquirir cierto poder. Incluso, algunas mujeres poderosas crearon sus propios beguinajes.

Pero fue precisamente este auge y su falta de sumisión a la doctrina ortodoxa eclesiástica lo que propició su persecución por parte de la Iglesia.

La intolerancia y la violencia se cebaron con las beguinas, se las veía con recelo por su estilo de vida independiente, por lo que en el mismo marco en que la Inquisición empieza a adquirir poder (eran los tiempos de la persecución de los cátaros y la aniquilación de los templarios), ellas fueron acusadas de herejía e incluso algunas fueron quemadas vivas.

Finalmente el movimiento se replegó a sus lugares de origen (Flandes y Países Bajos) y aproximar posturas con la disciplina papal para poder sobrevivir. Se les planteó disolverse o integrarse en la orden carmelita.

Con el tiempo, los beguinajes fueron perdiendo poco a poco su sentido religioso y se convirtieron más en un refugio para mujeres sin recursos, como las viudas de hombres que luchaban en la guerra.

¿Desaparecieron?

Sin embargo, a pesar de la gran persecución, los beguinajes nunca fueron eliminados del todo. Algunas decenas han logrado sobrevivir desde la Edad Media hasta la actualidad, como en Bélgica, donde las dejan vivir según sus tradiciones.

La mayoría de beguinajes que se mantienen en pie han sido declarados Patrimonio de la Humanidad por la Unesco (Brujas, Ámsterdam, Gante, Lier, Diest, Lieja, Tournai, Mons o Nivelles) en 1988.

En algunos casos sus instalaciones han adquirido una nueva función, como el beguinaje de Lovaina que, una vez restaurado, es utilizado como campus por la Universidad de la ciudad o como el beguinaje de Kortrijk, que se ha convertido en un museo.

Precisamente en el beguinaje de Kortrijk, el 14 de abril de 2013, a los 92 años, murió la hermana Marcella Pattyn, considerada la última representante de este movimiento religioso surgido en la Edad Media.

Nació en el Congo belga (1920) y era ciega. Estudió en la escuela de ciegos de Bruselas y a los 20 años intentó ingresar en un convento. No la aceptaron.

Sin embargo, sí la acogieron las beguinas de Sint Amandsberg en Gante, una comunidad de algo más de doscientas mujeres. Trabajó atendiendo enfermos y tras un tiempo se trasladó al beguinaje de Kortrijk. Allí permaneció hasta su muerte.


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