¿Vivimos en una sociedad pornificada? ¿La digitalización de casi todos los aspectos de la vida ha contribuido a una mayor patriarcalización? ¿Las generaciones nativas digitales que vienen son más machistas?

Es casi imposible no plantearse esas preguntas ante el exponencial aumento de contenido hipersexualizado en la red. Ya no son solamente los anuncios machistas de desodorante masculino o el hecho de promocionar cualquier producto con una “tía buena” al lado.

Las redes sociales son la causa y a la vez la consecuencia de ello. Y más allá de plataformas esencialmente visuales como Instagram o TikTok, hay otras que directamente representan un nuevo modelo de prostitución y pornografía, como es el caso de OnlyFans.

OnlyFans es una plataforma en auge, especialmente a raíz de la pandemia y de los estragos económicos derivados. Con sede en Londres, actualmente cuenta con más de 50 millones de usuarios, y subiendo.

Se divide esencialmente en dos tipos de usuarios; los que crean contenido y los que pagan por consumir dicho contenido. Ya sea mediante suscripción a un perfil o por pay-per-view (pagar para ver), los creadores de contenido pueden llegar a generar buenos ingresos si este es consumido por sus fans.

Eso es la teoría de cómo funciona esta red social. Sin embargo, la práctica es sustancialmente distinta. Y es que la mayoría de los creadores de contenido son mujeres (muchas de ellas muy jóvenes, entre los 18 y los veintipocos años) y la mayoría de consumidores son hombres.

A estas alturas supongo que ya sobra decir que la gran mayoría del contenido que circula en OnlyFans es esencialmente sexual, ya sea más o menos erótico o directamente pornográfico.

Esta red empezó a popularizarse después de que celebridades como la exestrella Disney Bella Thorne, la cantante Cardi B o la instagramer Aída Cortés empezaran a promocionar contenidos exclusivos en esta plataforma.

Thorne llegó a ingresar un millón de dólares al poco tiempo de haberse registrado. No es de extrañar que eso provocara un efecto llamada para muchas chicas con intención de hacer dinero de forma rápida y fácil.

Todo eso puede sonar muy bonito, y de hecho seguro que sus defensores se centrarían en eso para justificarlo, pero existe otra cara oculta. Y eso sin mencionar la continua proliferación de perfiles de menores de edad (y el escaso control de la plataforma para evitarlo), la facilidad para que se den casos de extorsión sexual o los casos de robo de contenido mediante hackeo.

La cara oculta con la que queremos centrarnos es esa democratización de la pornografía, que contrariamente tiene como consecuencia la perpetuación de la dictadura del patriarcado.

El mayor problema que plantea la plataforma OnlyFans es que lamentablemente para una mujer es mucho más fácil abrirse una cuenta, crear un perfil, subir unas fotos hipersexualizadas (o directamente pornográficas) y recibir una buena cantidad de dinero, antes que diseñar un buen currículum vitae y conseguir un empleo mínimamente digno con el que poder llevar comida a la mesa. Y eso no es culpa de OnlyFans, es culpa de una sociedad patriarcal que ha hipersexualizado hasta el extremo el cuerpo femenino, haciendo que esto incluso sea visto a veces como una forma de empoderarse.

Sin embargo no hay nada de empoderador en mercantilizar el cuerpo femenino. De una manera o de otra el servicio que ofrece OnlyFans nos lleva a que un usuario pague por consumir, aunque solo sea visualmente, el cuerpo de una mujer. Y eso tiene un nombre.

La unión del patriarcado y el capitalismo no es nueva. Si eso cierto eso de que la prostitución es la profesión más antigua, directamente podemos decir que dicha unión nunca ha sido nueva.

El problema es que OnlyFans se ha convertido en una fórmula perfecta para promover la comercialización de los cuerpos femeninos y hasta la pedofilia (pues es fácil encontrarse con usuarias niñas con los 18 años recién cumplidos) y hacer ver que no es ni prostitución ni pornografía, cuando sí lo es en ambos casos.

Es recurrente el hecho de justificar sitios como OnlyFans mediante axiomas como “eres tu propia jefa” o “tú impones los límites a los que estás dispuesta a llegar”.

Es cierto que una usuaria puede negarse a satisfacer los turbios y perturbadores deseos de un internauta. ¿Pero hasta qué punto ese supuesto empoderamiento no se desvanece por la cruda realidad? ¿A caso no hay chicas en situación de precariedad que podrían verse en cierta manera obligadas a crear un contenido con el que no se sienten cómodas? ¿No hay acaso usuarios dispuestos a doblar la propina con tal de ver cumplido su deseo?

Es cierto que si tu contenido erótico o pornográfico genera más de 2000 euros al mes, podrás llenar la nevera y pagar el alquiler. Si ganas más podrás comprarte la ropa que quieras y hasta financiarte el nuevo iPhone. Pero aunque las ganancias lleguen a las cinco cifras, no sales ganando. Y no sales ganando porque sigues alimentando esa estructura de cosificación y dominación estructural de los hombres sobre las mujeres. Tal vez el dinero te solucione la vida, pero al costoso precio de perpetuar el estereotipo de ver a la mujer como un mero objeto de deseo y satisfacción sexual. El salario que pueda darte OnlyFans puede llegar a suponer muchísimos agravios para el resto de mujeres.

Me acuerdo bien de un capítulo de la serie La Que Se Avecina en que la actriz Cristina Medina, quien interpreta a Nines Chacón, define un término que no por mencionarse en una serie de comedia es menos real: empresaria de tu vagina.

No son pocas las mujeres que toman ese principio como la materia prima de su emancipación femenina, pero lo cierto es que hay muy poco de emancipación en ello. El problema de raíz es que eso es precisamente lo que el patriarcado y el capitalismo salvaje quieren que pensemos.

Sin embargo, no hay nada de innovador ni emancipador en ello. Si tu cuerpo hipersexualizado es lo que da dinero, es que tú y tu cuerpo sois el producto, y OnlyFans (quien se lleva el 20% de tus ganancias) no es más que el proxeneta de turno. De nada sirve que te liberes como mujer si tu cuerpo ha quedado mercantilizado por el camino.


Imagen de Alexandr Ivanov

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