Las elecciones catalanas celebradas ayer han dejado varias lecturas sobre la mesa, aunque los resultados han resuelto varias de las incógnitas que venían formulándose los días anteriores.

El PSC ha obtenido la victoria en votos pero empatando en escaños con ERC (33 escaños). El presidente Pedro Sánchez tuiteaba ayer que eso hacía posible el cambio. No obstante, ese cambio es un tanto irreal y prácticamente imposible.

Los socialistas solo han obtenido 3.000 votos más que en las elecciones de 2017 y si han obtenido la primera plaza ha sido por la alteración que ha provocado en la geometría política la alta abstención, la cual ha subido preocupantemente.

La pandemia de la Covid-19 ha provocado que estas sean las peores cifras de participación en unas elecciones catalanas, 25 puntos menos que en los anteriores comicios.

La primera lectura es que se consolidan dos mayorías que además “podrían” formar gobierno: la mayoría independentista (50% de los votos) y la mayoría de izquierdas (58%).

Aunque tal vez virar a la izquierda sea una opción a priori más mayoritaria, el problema de la aritmética catalana es que no obedece tanto a la dicotomía izquierda-derecha como a la división independentismo-unionismo.

Por este motivo, se hace muy difícil creer que pueda volver a repetirse la fórmula del tripartito que antaño hubo bajo las presidencias de Pasqual Maragall y José Montilla. Los socialistas habrán vuelto a ganar en votos unas elecciones en Catalunya, pero un pacto PSC-ERC-ECP se antoja muy complicado. Si ya difícil fantasear con ese tripartito con ERC por delante del PSC, cuesta creer que llegue a haber consenso con los resultados de anoche.

El independentismo es mayoritario pero en absoluto uniforme. Hay muchos independentismos y si Pere Aragonés quiere mantener la fórmula actual y formar gobierno con las fuerzas independentistas (en coalición con Junts y con el apoyo relativo de la CUP [9 escaños]), tendrá que sudar la gota gorda.

Además, la experiencia reciente, con varios casos de reproches cruzados entre Junts y ERC, y sus diferencias de estrategia en el Congreso de los Diputados, harán que una nueva coalición aunque reforzada en términos numéricos, sea más frágil en términos políticos.

Aunque la presidencia cambie de partido y Aragonés pueda ser el nuevo president, no será una travesía fácil. Junts (32 escaños) ha perdido el primer puesto entre las candidaturas independentistas por el factor PDeCAT. Este partido, antes integrado en Junts, ha obtenido 77.000 votos y sin embargo no ha obtenido representación. La diferencia entre ERC y Junts ha sido de 35.000 votos. La división del voto independentista ha provocado un cambio de liderazgo en sus filas.

Vox irrumpe en el Parlament con 11 diputados. No es que de repente haya más de 216.000 simpatizantes de la extrema derecha y/o el fascismo.

Esos votantes antaño votaban al PP o a C’s. La diferencia ahora es que ya no se esconden. Ciudadanos (6 escaños) pasa de ser la primera fuerza en votos a ser la séptima. Un batacazo homologable al que tuvieron en las últimas elecciones generales (de 57 diputados a 10).

El partido naranja nació en Catalunya como un partido de identidad y dio el salto a la política española arropado por el Ibex 35 y los grandes medios como un partido bisagra que iba a dar estabilidad al sistema. Algunos lo describían como un “Podemos de derechas”. Sin embargo, su ambición, pasada de revoluciones y personificada en una persona, Albert Rivera, fue su perdición. Y ni en su tierra natal han podido remediar ese problema.

El Partido Popular (3 escaños) por su parte, sigue en el fondo de la tabla sin lograr resolver su irrelevancia en el tablero político catalán. Pero lo más preocupante es que, por primera vez, Vox les ha pasado por delante. Los populares quedan lejos de los 18 y 19 escaños que llegó a obtener Alicia Sánchez-Camacho en 2010 y 2012.

El sorpaso de la extrema derecha de Vox a las candidaturas de C’s y PP demuestra que el electorado de derecha ya no se anda con rodeos y votan desde la confrontación, el odio y la cólera. A la derecha española ya no la movilizan los valores liberales o los ideales conservadores demócratas de Europa —si es que alguna vez les han movilizado—.

Si alguien ansiaba la existencia de una derecha española a la alemana con un/una Merkel español/a, que siga soñando. Ahora mismo esa posibilidad queda muy lejos. Y queda la incógnita de si Vox podría volver a superar al PP en ámbito nacional. El liderazgo de Pablo Casado vuelve a estar en cuestión y como suele ser habitual, volverá a sonar el nombre de Alberto Núñez Feijóo, presidente de Galicia y el varón popular más bien posicionado.

En Comú Podem (8 escaños) ha logrado mantener su número de diputados, lo cual ya es mucho teniendo en cuenta el panorama. Las intenciones de la candidata Jéssica Albiach son buenas y se agradece que siempre haya sido transparente en el ámbito de los pactos poselectorales.

Sin embargo, la realidad parlamentaria no dibuja un escenario en el que los comunes vayan a ser muy relevantes. ERC no permitirá que Salvador Illa se convierta en president y los socialistas no querrán pactar con los republicanos y cederles la presidencia.

Entre tanto, la llegada de Vox al hemiciclo catalán, la posibilidad de que los socialistas no logren volver al Palau de la Generalitat a pesar de sus buenos resultados y la siempre constante tensión en el bloque independentista, prevén una legislatura nuevamente bronca, con episodios subidos de tono, confrontación y sesiones parlamentarias que volverán a parecer más un patio de escuela que una cámara de representación popular.


Imagen de Wikivid21, CC BY-SA 4.0, via Wikimedia Commons

Q
hace 3 años

'... la aritmética catalana es que no obedece tanto a la dicotomía izquierda-derecha como a la división independentismo-unionismo'.

En Cataluña hay un debate, desde hace años, que nadie quiere ver, ni siquiera muchos catalanes. Es el debate que intenta superar la vieja dicotomía izquierda-derecha para pensar en términos Estado-Pueblo, País-Nación, Centralismo-'federalismo', Democracia-Autoritarismo, pero no desde un pensamiento binario y tramposo sino desde la libertad, donde el derecho de autodeterminación de los pueblos (y las personas) es el derecho fundamental que sirve de base y en donde existen los medios para ejercitarlo.

Es un debate que no interesa al sistema. Un debate que, ahora mismo, se está desarrollando de otras formas y a la fuerza en muchos otros lugares del planeta. Un debate para dejar atrás al siglo XX e intentar 'entrar' en el siglo XXI. Pero no interesa, especialmente, a la izquierda, porque no se basa en una supuesta 'lucha de clases' sino en, según ellos, un 'nacionalismo burgués' cuando, en realidad, lo que temen es perder el control sobre la 'unidad del discurso', de la misma forma que la derecha teme perder el control sobre la 'unidad de España'.

De ahí que los ataques de la izquierda al movimiento independentista en Cataluña sean tan furibundos como los de la derecha. Y de ahí también, el 'boicot' de la propia izquierda independentista al movimiento independentista en Cataluña.

En Cataluña, desde hace años, todo lo que sucede es ficción. Los debates políticos, la politíca y los partidos. En realidad, lo que vemos es el sistema defendiéndose de un movimiento que lo pone en cuestión.

El partido Ciudadanos que ganó en las anteriores elecciones en Cataluña casi ha desaparecido en menos de 4 años.

Vox que no existía, hoy es la cuarta fuerza, en un parlamento donde nunca antes estuvo representada esa ideología. Los votantes de Vox no son solo 'esos votantes que antaño votaban al PP o a C’s'. Recordemos que la actual victoria del PSC se la han dado los mismos votantes que hace menos de 4 años votaron a un partido de derechas como Ciudadanos.

En Comú-Podem que debería ser, por número de escaños y votos, un partido 'presencial', gobierna el ayuntamiento de Barcelona y tiene una capacidad de decisión política insólita.

El sistema mueve en bloque a los votantes para que, independientemente de la ideología que crean tener, sirvan de contención al movimiento independentista y al debate que plantea.

Porque, al final, lo que el sistema intenta frenar no es ninguna ideología, todas ellas asimiladas (incluso la independentista), sino el debate. Aunque a veces parece que lo olvidemos, el movimiento independetista no fue y es reprimido por querer la independencia sino por querer votar cuando no se podía, es decir, simplemente por tomar la palabra.

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