La aclamada saga literaria juvenil de Los Juegos del Hambre, escrita por Suzanne Collins y llevada a la gran pantalla por Lionsgate, se ambienta en un territorio distópico llamado Panem que antaño habían sido los Estados Unidos de América.

En esa nueva nación de Norteamérica, la capital se llama El Capitolio y el resto del territorio lo conforman regiones llamadas distritos.

Hay un total de doce y cada uno tiene una actividad productiva concreta, destinada a abastecer en abundancia al Capitolio.

En la historia que narra la tetralogía, tiempo atrás se produjo algo como una especie de guerra civil de los distritos contra el codicioso y opresor Capitolio. Como eterno castigo a los distritos por su traición, El Capitolio organiza cada año un evento conocido como Los Juegos del Hambre, donde 24 adolescentes de los 12 distritos son seleccionados en un sorteo y lanzados a un campo de batalla en el que tienen que luchar a muerte hasta que solo quede un vencedor.

Todo ello para el sádico jolgorio y disfrute de los habitantes del Capitolio, que son los únicos que lo ven como un entretenimiento televisivo y no como una política activa de terror y represión.

En la cima de toda esa pirámide de poder, el presidente Coriolanus Snow, quien mueve los hilos a su gusto y voluntad.

Máxima autoridad de un sistema que se mantiene firme durante 75 años, hasta que aparece una humilde chica del distrito 12 llamada Katniss Everdeen que enciende la llama para una rebelión en toda regla.

Sin entrar muchos más en detalles sobre lo que es esta saga, lo cierto es que llegados a cierto momento de la trama, se forma una alianza rebelde al estilo Star Wars contra lo que vendría a ser el Imperio. Al frente de esa rebelión está la presidenta Alma Coin, una mujer a priori inofensiva pero sedienta de poder y autoridad a medida que se va destapando la personalidad del personaje.

Tras la victoria rebelde —eso sí que no es ningún spoiler, todas las sagas juveniles acaban con final feliz—, Coin se convierte en presidenta de Panem y ordena la ejecución del tiránico y sanguinario Snow.

Katniss Everdeen, el mayor símbolo de la revolución, es la encargada de disparar la flecha de la pena capital ante la presencia de toda la ciudadanía de Panem. Pero en un giro dramático de la trama, le dispara la flecha a Coin, dejando que sea el pueblo quien se encargue de ajusticiar a Snow.

¿Por qué hace eso? Porque descubrió quién era realmente Alma Coin. Una tirana del mismo calibre que el predecesor al que quería destronar, y que quería por supuesto, mantenerse en el poder y celebrar otros Juegos del Hambre con los inocentes niños del Capitolio.

Semejanzas en el trasfondo de esta historia se pueden encontrar en muchas partes. Cuántas veces se ha dicho que el que quiere vencer al tirano no es más que otro tirano con la única voluntad de ocupar el poder.

No es difícil ver dicha similitud en el mundo del futbol, donde un presunto defensor de las causas justas en el deporte llamado Florentino Pérez, quiere derrotar a la todopoderosa dictadura de la UEFA y la FIFA.

El presidente del Real Madrid es la cara visible del proyecto futbolístico conocido como la Superliga.

La idea es crear una competición intercontinental cerrada a la que de momento se han adherido 12 clubes de reconocido palmarés europeo como el Barça, la Juventus, los dos clubes de Milán, los dos clubes de Manchester o los dos clubes de Madrid entre otros.

Este proyecto deportivo separatista ha sido ampliamente criticado por clubes más humildes y por un gran número de personalidades del futbol. Pero pocos han sido tan contundentes como el entrenador del Leeds United, Marcelo Bielsa: “Lo que le da salud a la competición, es la posibilidad de desarrollo de los débiles, no el exceso de crecimiento de los fuertes”. Dicho de otra manera. La Superliga es un proyecto de los superpoderosos del futbol, para ser aún más superpoderosos de lo que ya lo son, mientras el resto de equipos y competiciones quedan relegados a la insignificancia.

Florentino Pérez, presidente de esta competición fue entrevistado el pasado lunes en el programa de tertulia futbolística El Chiringuito, en el canal de televisión MEGA. No es casualidad que allí el empresario pudiera soltar toda su propaganda contra la UEFA y defender su proyecto sin apenas réplica. Después de todo estaba en el plató de un canal que es propiedad de Atresmedia, donde uno de sus mayores accionistas es Antonio García Ferreras, director de laSexta y amigo confeso de Florentino.

Como en la saga de Los Juegos del Hambre, Florentino es como Alma Coin al principio del tercer libro llamado Sinsajo.

Pero a medida que Sinsajo va avanzando se va descubriendo quién es realmente. Florentino es un borracho del poder, quien no soporta la idea de que el club que preside esté sujeto a las normas de un ente regulador como es la UEFA. Quiere poder controlar más de lo que ya controla, como Coin.

Es cierto que la UEFA y la FIFA no son oenegés que actúan desinteresadamente por el bien del espíritu deportivo, las cosas como son. Pero la autorregulación de dichos organismos siempre será mucho más factible.

Florentino Pérez no es alguien que sea capaz de autorregularse a sí mismo y mucho menos a su codicia de empresario buitre. En Los Juegos del Hambre los distritos hacen a Panem. En Europa los clubes hacen al futbol, todos ellos. No solamente los clubes del Capitolio.


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