De los cuatro abuelos que tengo, tres todavía están entre nosotros (mi abuelo por parte de padre sigue vivo pero únicamente en el corazón de quienes tanto le queríamos).

Hace cosa de un par de meses tuve la suerte de volver a España para pasar las navidades en familia. No hicimos reuniones abultadas ni nada por el estilo porque tenemos conciencia y un amor de gigantescas dimensiones hacia mis abuelos maternos y mi abuela paterna. Dos de ellos ya sobrepasan los 90 años de edad y el tercero/a va camino de alcanzarlos.

Mi abuela paterna se dispersa con facilidad y muchas veces se le olvidan las cosas. Llevo desde 2020 viviendo en Bolivia, pero cuando la llamé diciendo que estaba en España y que vendría a visitarla me preguntó, de nuevo, que dónde estaba viviendo.

Ha habido días que ha preguntado si estaba viviendo en El Salvador, en Brasil o en Colombia. En fin, esa es mi abuela. A sus 95 años recuerda a la perfección sucesos de su infancia o de hace treinta años, pero es incapaz de recordar que ha almorzado hace diez minutos.

Esta es solo la historia de una persona de 95 años, de quien espero que pueda recibir la vacuna contra la Covid-19 cuanto antes. No quisiera que ninguna de mis abuelos se fuera de este mundo por culpa del dichoso virus.

Supongo que todos mis familiares coincidimos en eso. Cualquier otra causa sería de mejor aceptación que el coronavirus. Somos conscientes que, si todo va bien, estarán pronto vacunados.

Como he dicho es solo una historia, una de las muchas que hay en el mundo ahora mismo. Nietos que desean con toda su alma que sus queridos abuelos sean vacunados cuanto antes. Es un sentimiento de lo más natural. E igualmente naturales son las ganas que tengo de decirles cuatro cosas a esa panda de políticos malnacidos que con su caradura, su egoísmo y su miseria moral se han aprovechado de los privilegios de sus cargos políticos y sus influencias para vacunarse cuando no les tocaba.

En caliente desearía que los antivacunas tuvieran razón, y que todos los supuestos efectos secundarios irreversibles que provocan las vacunas se manifestaran en ese colectivo de indeseables.

Hasta la fecha ya son 19 los políticos que se han vacunado en España. Solo cuatro han dimitido. Y pongo la mano en el fuego que todavía los hay a quienes no hemos pillado.

No voy a mencionar de qué partido son porque creo que aquí ya no importa el color político. Aquí lo que importa es que nos dijeron que las vacunas se distribuirían por grupos y etapas, que habría una distribución equitativa. Y mientras nos decían eso, algunos representantes ya se disponían a ponerse en la línea de salida dispuestos a gritar “tonto el último”. Menos mal que esta pandemia nos haría mejores a todos, que haría sacar nuestro lado más responsable y solidario. Poco nos pasa.

Solo espero, por mis abuelos, por mis padres, por toda la gente a la que quiero, que se haga justicia y toda esa escoria de políticos ladrones se sienten delante de un tribunal.

Por toda mi gente espero que eso ya suponga un punto de inflexión. Que ese despropósito de vacunarse por privilegio de clase suponga un antes y un después. Que no toleremos ni un atropello ni insulto más. Si un político se vacuna cuando no toca, que dimita. Si un ministro de sanidad acude a una fiesta de más de 80 personas cuando el resto nos vemos obligados a cumplir con las restricciones, que dimita. Si se descubre que un político cometió plagio en su tesis, que dimita. Si un político desvía fondos públicos, que dimita. Si un político es incapaz de ejercer la responsabilidad que exige su cargo, que dimita. Ya está bien de que el umbral de la dimisión en España sea tan alto. Hay que empezar a bajar ese umbral y a exigir a los políticos responsabilidad por sus actos.

Es tan sencillo como entender que cuando un político hace algo que es muy grave —como por ejemplo vacunarse cuando no le toca— y encima tiene la jeta de no dimitir, este político se está riendo en nuestra cara.

Vivimos tiempos en los que continuamente se agiganta el abismo que divide a la sociedad española, pero estoy seguro de que a pesar de nuestras diferencias en todos los aspectos, a nadie le gusta que le tomen por tonto. Ya viene siendo hora de que nos hagamos valer o ellos seguirán meándonos encima mientras dicen que llueve.


Imagen de Tibor Janosi Mozes

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