Corría el año 2019 (creo recordar). Estaba con mi padre, un consagrado periodista con más de 30 años de experiencia, tomando algo en la taberna de siempre. Me dijo algo que cada día recuerdo e intento aplicar como periodista en formación. Me dijo que llevaba más de 30 años como periodista y tenía la sensación de que todavía le falta mucho por aprender.

A día de hoy, siempre trato de aplicar ese axioma a mi formación y a todo en absoluto. Considero muy importante ese valor porque, después de todo, los periodistas nos equivocamos, y a veces con ganas.

Reconocerlo es una actitud de humildad y honestidad, algo muy necesario en los tiempos que corren. Por eso me inquieta la mala praxis de algunos profesionales del gremio, más predispuestos a salvarse a sí mismos que a la profesión y a la disciplina.

No me parece muy elegante mencionar nombres de periodistas o medios de comunicación en estas líneas, así que vamos a echarle un poquito de imaginación.

Imaginemos que sale una información sobre el nuevo destino educativo de la princesa de un país, por ejemplo España, de quien se espera que dentro de unos años se convierta en la Jefa de Estado.

Resulta que el destino es una institución educativa privada que no está en España, sino en otro país, llámese Gales por ejemplo.

Resulta que el abuelo de esta princesa, que es rey emérito, se fue hace casi siete meses a un país, no sé llamémosle Emiratos Árabes Unidos, huyendo de la presión mediática, judicial y pública por sus actividades económicas de dudosa ética y legalidad.

La televisión pública, al conocer el lugar donde la princesa realizará sus estudios preuniversitarios, comparte la información con sus telespectadores. En un rótulo se puede leer: Leonor se va de España, como su abuelo (lo de Leonor es por poner un nombre cualquier, recordad que hay que echarle imaginación).

Al poco tiempo de haberse publicado el rótulo, la maquinaria del Estado se pone en marcha y la presidenta de la radiotelevisión pública despide a los responsables de haber publicado ese rótulo. Dieciséis días después, la misma cadena está cubriendo los episodios de protestas en la calle a raíz de la detención de un rapero y el estallido de la indignación colectiva de los jóvenes.

En una de las noches de disturbios hay tensión y enfrentamientos entre diferentes colectivos. El ente público rotula: Tensión entre independentistas y partidarios de la unidad de España.

No obstante, en las imágenes que muestran las cámaras se puede apreciar cómo esos “partidarios de la unidad de España” llevan banderas de la España franquista y levantan el brazo, y no para pedir un taxi precisamente.

Tal vez llamarles “partidarios de la unidad de España” es una manera muy poco precisa de referirse a esas personas.

Me tranquilizaría ver como a los mismos a los que les horrorizó el rótulo sobre la princesa Leonor y su abuelo, también les provoca pudor este rótulo.

Por el momento no ha habido ningún despido más en RTVE, y es algo que me cuesta comprender, teniendo en cuenta que este rótulo es mucho más ofensivo que el otro. Es una falta de respeto sencillamente porque en España hay muchísima gente que es partidaria de su unidad territorial y no es fascista. No es muy difícil de entenderlo.

Si sales a la calle con el agilucho, cantas el cara al sol, gritas “Arriba España” y levantas el brazo no eres un partidario de la unidad de España, eres un fascista, ni más ni menos. Y ojalá ese fuera el único caso de blanqueamiento y normalización de la extrema derecha y el fascismo en los medios de nuestro país.

Por desgracia no es algo que tenga que ver únicamente con la televisión pública, sino también con los grandes gigantes de la comunicación en España.

No importa si entrevistan a una neonazi y la llaman “musa falangista”, o si se hacen eco del discurso trampa de una criminóloga con pasado también fascista. Da igual si entrevistan irresponsablemente a Victoria Abril para que suelte sus falacias negacionistas en prime time.

Al margen de todo eso, me preocupa la falta de autocrítica en la profesión. No es poca la gente que cada vez siente un mayor rechazo contra el periodismo. Lo ven como una marioneta del poder y no es de extrañar. Más allá del cumplimiento o no del código ético del periodismo, da la sensación de que se ha perdido la esencia de esta profesión.

Lo llamaban el cuarto poder porque precisamente era un pilar fundamental en cualquier democracia. Era un elemento fiscalizador, que vigilaba y controlaba a los demás poderes y advertía de sus abusos.

Sin embargo, hoy en día todo apunta a que toda esa esencia parece haberse desvanecido.

Mi padre dice que tiene la sensación de que todavía se está formando. Tal vez todos los periodistas deberíamos aplicar este principio a nuestro día a día.

El periodismo es análisis, diagnóstico y reflexión. Y ahora mismo conviene un análisis, un diagnóstico y una reflexión para nosotros mismos.

Tuiteaba Risto Mejide el 25 de septiembre de 2020, que tenemos “La peor clase política de la historia en el peor momento de nuestra historia”. Es posible que tenga razón. Pero ¿qué hay de la clase mediática y de los medios?


Imagen de janeb13

Añadir Comentario