Son tiempos de pandemia, nadie imaginó que algún día te reconocieran socialmente por estar todo el tiempo encerrado y descansando, ¿verdad?: suena hasta chistoso. Pero nos estresamos, porque el ser social que llevamos dentro quiere salir, intercambiar, moverse. Sin embargo, algunos adolescentes parecen sentirse cómodos estando aislados y solo sienten que cobran vida en un mundo de videojuegos, películas e internet. En nuestro mundo físico, su ámbito social se reduce poco a poco. Se van desconectando, eliminando los amigos, las actividades, entran en metamorfosis extrema y se reducen a su cuarto por meses o años. ¿Saben de alguno?: les presento a los hikikomori.

Aislado nivel “Leyenda”

Los hikikomori son las personas que se aíslan voluntariamente del mundo de una manera extrema. El vocablo, japonés, significa “atrincherarse” o “aislarse” y se emplea para identificar a quienes padecen la condición del Síndrome Hikikomori, una enfermedad mental que dificulta drásticamente la empatía social. Muchas veces se relaciona con otros tipos de fenómenos sociológicos caracterizados por las fobias o el trastorno de la personalidad, pero la diferencia principal consiste en que su aislamiento es voluntario, puede mantener el contacto por chats o teléfono e incluso recibir visitas.

El fenómeno se presenta en ambos sexos y aunque se ve más en los jóvenes de entre 18-25 años, se han documentado casos de niños de 8 hasta adultos de más de 50. Que no existan diagnosticados no significa que no hayan enfermos. Además, las familias rara vez solicitan ayuda, quizás por vergüenza o por un sentimiento de fracaso. Es un error pensar que solo se manifiesta Japón o que es un tema cultural, ya que, como enfermedad social al fin, tiene casos documentados en Estados Unidos, Argentina, Venezuela, India, Corea del Sur, Hong Kong, Francia, España o Italia.

Entienda que no son crisis propias de la adolescencia las que hacen que su hijo gradualmente desee encerrarse en el cuarto, deje de participar, no piense en colectivo y termine allí por meses: estamos ante un problema y, como padres, debemos actuar.

¿Por qué los jóvenes?

Los jóvenes son más inseguros y suelen tener ánimo inestable, una visión exigente del mundo, más violenta e introvertida. Los familiares muchas veces no somos capaces de comprender sus puntos de vista y terminamos peleándoles, criticándolos, burlándonos o menospreciando sus problemas. Esto viene a empeorar los miedos e incertidumbres provocadas por su ambiente. Pueden sentirse incomprendidos, avergonzados, cohibidos o maltratados sin saber cómo manejarse emocionalmente. Ni todos somos iguales ni el mundo hoy es como lo era cuando ud. o yo fuimos adolescentes. Además, la edad influye para ser vulnerable, pero no determina: también las personas mayores, los jubilados, las víctimas de un gran fracaso profesional, los sobrevivientes a accidentes que terminan mutilados o los desempleados, pueden ser grupos sociales de riesgo al compartir la visión de que el mundo exterior, competitivo y cruel, los arrolla.

¿Cómo fabricar un hikikomori?

Te exijo que seas así

Hubo un escritor japonés, Ryunosuke Akutagawa, que en su obra de 1927, Kappa, recrea la experiencia de un humano al visitar el mundo de los kappa. Estos son seres mitológicos del folclore, pequeños, perversos y de aspecto físico ambiguo entre tortuga y pato. En su mundo, tenían la capacidad de preguntar al hijo venidero, mientras estaba aún en el útero, si quería nacer o no. Hay un fragmento donde el humano ve como el feto kappa se rehúsa a nacer ya que su padre tiene problemas mentales congénitos que este no quiere padecer. Al conocerlo, el médico kappa inyecta a la madre y su barriga de embarazada va desapareciendo sin mayores consecuencias. Con el relato, Akutagawa lanza dardos de sátira a su contemporaneidad, cuestionando ciertos aspectos a los valores del Japón de 1927. Cabe preguntarnos, ¿han cambiado tantas cosas?

Muchas veces presionamos a nuestros hijos intentando sacar lo mejor de ellos desde el punto de vista académico, estético o cívico. Desde ese primer día en que nacen, tenemos responsabilidades no solo de proveerlos de ropa, comida e instrucción sino de educarlos. Quizás sanamente queremos moldearlos tal y como vemos la vida o como nos la enseñaron nuestros padres. Tal vez, erróneamente, tenemos las altas expectativas que nos dicta nuestro entorno y ni siquiera hemos reparado en aspectos más básicos como qué lo hace feliz o qué lo apasiona. En cualquiera de los casos, generalmente cometemos el error de no escucharlo. Con expresiones recriminatorias como el “eres una desgracia, ¿para esto me sacrifico por ti?” o el “¿esto es lo que consigues en la vida después de todo el trabajo que he pasado contigo?,” no es posible lograr sino indisposición y distanciamiento.

No critico que les exijamos, pero debemos hacerlo sin ignorar el hecho de que hay problemas generacionales que los agobian y que no conocemos. ¿Por qué?, bien porque no tenemos tiempo para preguntar o no hemos creado suficientes puentes. Bien podemos estar cargándole la mochila de depresión, desde donde se supone que debamos alivianarla: el hogar. La presencia de violencia en el ambiente familiar, la disfuncionalidad, falta de comunicación, abusos, actitudes despóticas o sucesos personales traumáticos, también pueden catalizar la conducta hikikomori.

La cara oculta que no vemos

La cultura, la sociedad y sus instrucciones: ud. mismo que ya es un adulto, ¿no se siente presionado a veces? Todo es cuestionable hoy; lo peor es que puedes sufrir un ataque por las redes que en menos de un segundo logre golpear tu moral o tu autoestima de manera permanente. No es difícil para alguien inestable –por el motivo que sea- pensar que no pertenece a esta sociedad.

Hay muchos conflictos en la vida estudiantil o laboral que se repiten en todas las latitudes. El acoso (bullying) quizás es el más conocido por su cotidianidad. La capacidad de presentarse de manera física, verbal, psicológica o como ciberacoso, hace de esta práctica una de las tantas consecuencias para desencadenar el comportamiento hikikomori. Con la baja autoestima y los trastornos emocionales desencadenados por el acoso, se relacionan la dificultad para hacer amistades, la apatía por la escuela, el miedo y la depresión.

Las chicas sufren doble el hecho de no encajar con los patrones de belleza dictaminados por el mundo del espectáculo y la moda, llegando a veces a sentir aversión por sí mismas. Además de mantenerse calladas siempre, la sociedad aún les exige estudiar carreras para niñas, realizar todas las tareas del hogar, vestirse de determinada manera o comportarse como objetos sexuales. El ser criticadas por no encajar entre tantos requerimientos, puede hacerlas impopulares y reprochadas.

Los jóvenes trabajadores deben soportar constantemente las exigencias de un entorno competitivo para mantener hábitos económicos y morales aceptables. No lograrlo supone un fracaso y una vergüenza, por lo que el estrés que representa un jefe, un profesor, un líder religioso o un familiar presionando, pueden eliminar las ganas de salir, tener pareja, intercambiar, o simplemente hablar.

Cuando se van perdiendo gradualmente estas habilidades colectivas, se incentiva el enclaustramiento que, si bien no es totalmente físico en un principio, sí se va agravando ante la falta de actividades sociales y el aburrimiento. La actitud individual se realza, haciendo cómodo el seno familiar y el mundo virtual construido a su antojo.

La tecnología: influencia y alcance

Si bien la ciencia aún no ha podido certificar la participación directa de la tecnología como causa de la enfermedad, no es menos cierto que el fenómeno aparece en países desarrollados, con un grado importante de digitalización. Indudablemente la conectividad es uno de los factores que lo universaliza y profundiza, ya que sus elementos sirven como vehículos donde buscar protección. Una vez dentro, este se convierte en un medio que brinda amparo, nuevas oportunidades, es maleable y allí el hikikomori puede ser deportista, simpático, explorador, útil o “el mejor en…”: allí se integra. Entonces, ¿es mala la tecnología para nuestros hijos? No podemos ser injustamente parciales al respecto: una piedra puede ser un arma, un obstáculo, una herramienta o una bella escultura, todo depende de las manos en que caiga.

24 horas x 7 días x 4 paredes

El día típico de un hikikomori transcurre en su cuarto o la habitación en que viva, y aunque tienen comportamientos comunes, algunas actividades pueden variar de un caso a otro. No mantienen vínculo estudiantil ni laboral. Aunque en promedio un tercio de estos trabajan como freelance por internet, casi siempre dependen del dinero de sus padres y viven con ellos. La mayoría apenas sale al baño, pero hay casos en que ni eso logran. Pueden acumular papeles, botellas, ropa y residuos de la comida o permitir que otra persona (generalmente su madre) haga las labores de limpieza. Viven en un ciclo constante entre la cama, la silla, el celular, la consola, el ordenador y/o el TV. Consumen comida chatarra o casera, pero con tendencia al desorden alimenticio en tiempo y forma. Intercambian el día con la noche; suelen dormir mucho. Generalmente son sedentarios y no se identifican con la cultura fitness.

El internet es una constante y tanto lo ponderan que eliminárselo, como método terapéutico, puede generar una respuesta violenta. El acceso a las redes sociales y los videojuegos le brindan un pasaje al contacto con otras personas. Su identidad digital es muy importante, pues sobre ella construyen una opinión social que busca el reconocimiento y la reputación que no encuentran en el mundo real. Son poco comunicativos con el resto de la familia; no mantienen conversaciones privadas. Dan más relevancia al chat y al correo que a las llamadas de voz. Curiosamente, la mayoría ve normal este comportamiento.

Las secuelas

Aunque el aislamiento es voluntario, desde luego que implica un costo físico y psíquico. Estar inactivo estimula los malos hábitos alimentarios que desencadenan o empeoran enfermedades relacionadas: anemias, úlceras, hipertensión, sedentarismo, diabetes, etc. En los enfermos que viven años recluidos, en dependencia del tiempo que permanezcan acostados, serán más distintivas las enfermedades del sistema cardiovascular (trombos, hipotensión), urinario (incontinencia), respiratorio (neumonía) o nervioso. En casos muy críticos, pueden aparecer las complicaciones por escaras, contracturas, rigidez articular, etc. También pueden padecer insomnio, alteración de los ciclos del sueño o perder hábitos estéticos, de limpieza y aseo personal. Al tomar como referente la realidad digital, corren el riesgo de fomentar prácticas ética o moralmente inapropiadas como la violencia, la aberración sexual o la delincuencia.

¿Se pueden curar?

Cuando se es hikikomori se corre el riesgo de terminar como kodokushi, pero afortunadamente no es lo que ocurre en su generalidad. ¿Qué es kodokushi? muerte solitaria; morir encerrado, sin que nadie te eche de menos ni te reclame. ¿Triste?, quizás la representación más terrible de este hecho sea la del pobre japonés de 69 años que murió en 1997, ¡y la policía lo fue a encontrar en el 2000, justo cuando ya se agotó su cuenta bancaria y no pudo seguir pagando automáticamente el agua, el gas y la electricidad!

La mayoría de las veces el paciente se reinserta, solo que el mejor modo para lograrlo, aún no tiene consenso. Los doctores japoneses recomiendan un camino persuasivo donde sea la voluntad del enfermo la que eche a un lado su actitud actual y progresivamente le facilite la reinserción social. En contraste, la medicina occidental aboga por un enfoque más coercitivo que rompa con las conexiones físicas que lastran al enfermo hasta su condición actual.

Los tratamientos varían en dependencia del enfoque médico del problema. Si se entiende como un desorden mental, implica ingreso, empleo de fármacos y psicoterapia. Si en cambio, se trata por el método psicosocial, se fomenta la interacción física a través de actividades grupales para intervenir sobre los factores de riesgo. Es importante que los padres participen activamente en el proceso, recibiendo ayuda psicológica que les haga superar la etapa. Ello les ayudará, además, a promover cambios profundos y construir un clima adecuado de intercambio y confianza con sus hijos. En cualquier caso, se ha demostrado el éxito de las terapias intensivas y el asesoramiento familiar complementario, amén de desarrollarse en casa o en la clínica. Hay evidencias recientes del uso de las tecnologías como herramientas de reinserción, empleando robots o aplicaciones de realidad aumentada.

Aunque la reintegración ocurre con éxito, es gradual. El enfermo debe vencer las secuelas sociales de su encierro: disminución o pérdida de habilidades, atraso en su educación, reajuste de ciertos valores éticos o morales, pérdida de contacto generacional, familiar, etc.

Proyección

La globalización actual nos hace pensar en que fenómenos como el hikikomori se extenderán y agravarán debido al desarrollo tecnológico de países emergentes y al crecimiento de la Generación Alfa. A fin de cuentas, aunque parezca molesto, puede ser esta una enfermedad que nos caracterice como sociedad: nos presionan los cánones de belleza o comportamiento sexual y competimos por el status económico, el éxito profesional o estudiantil. Hoy somos más individuales; todo va dejando de ser físico, las redes sociales nos esclavizan con su alcance de millones -para bien o para mal- y somos un amasijo paradójico de conquistas -respecto a nuestras generaciones pasadas- e inseguridad.

¡Se puede!

Generar confianza se hace vital para que una persona avance segura por la vida, si no, se escudará del mundo violento y crudo que la segrega. No todos somos fuertes. Sentir presión, inestabilidad mental para lidiar con ella y necesidad de refugiarse son los ingredientes que debes eliminar del armario de tu hijo.

¿Cómo?

No sea pasivo. No quiera que razone como ud. Aprenda de su hijo conversando con él; háblele, anímelo a contarle.

Haga preguntas, no lo interrogue: ¿por qué le está costando hacer amigos, ¿cuál es la traba que se lo impide? Hable con sus maestros. Intente fraternizar con los padres de sus compañeros de aula. Regule su tiempo en redes sociales y promueva el intercambio físico con la familia. Evalué si el cambio de carácter ha sido repentino. En caso positivo, sea abierto y logre su confianza sin presionarlo: puede haber algo serio detrás. Enséñele y practique con él nuevas habilidades sociales y técnicas de comunicación. Analice si muestra aversión social solo en presencia de chicos de su edad. De ninguna manera lo presione a socializar; tampoco intente buscarle amigos por su cuenta. Anímelo a participar en actividades extra clases o familiares, incluso brindando su propia casa como sede.

¡No lo amenace!; no lo juzgue ni critique. ¡No lo avergüence! Ámelo como es y autoevalúese a diario: tal y como me comporto como padre, ¿qué habría pedido mi hijo si hubiese sido un feto kappa?

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