No queda duda alguna que ente las historias de terror y los grandes relatos en el tiempo, existe una historia que no solo nos eriza la piel sino que además logró conseguir internacionalizarse alrededor del mundo en diferentes países. Seguramente existan algunos que ni siquiera la han escuchado y otros que, desearían no volver a escucharla o mirarla nunca más.

En nuestro folclore universal, existen millones de historias que con el tiempo se han vuelto leyendas muy impresionantes y muy tenebrosas.

Ha sido tan bien conocida la historia que en países como México, que es natural realizar la representación de esta leyenda en los meses de noviembre. Otros como Nicaragua, Chile, Costa Rica, Panamá, Venezuela o Colombia se abstienen a solo guardarle respeto, esperando que nunca se lleguen a topar con este fenómeno. Para los amantes del terror, las apariciones y los cuentos de caminos, esta ha sido la criatura que, al preguntar por cualquier historia de terror, siempre sale a relucir entre las favoritas.

La llorona, la dama de blanco, la pucullén, Maria Pardo, y muchas otros personajes que en su tiempo, fueron adaptadas a esta historia, nunca dejan de causar pánico en los meses de la semana mayor, mes donde se acostumbra a escuchar de estos espantos y muchos son prudente al tomar carretera en las noches.

Este espanto como muchos lo describen, posee un aspecto fantasmal que erizaría hasta al más valiente, muchos la han logrado ver entre caminos, ríos, y lugares poco concurridos con la apariencia de una mujer lo bastante atractiva a primera vista, quienes han podido librar el encuentro con esta criatura afirman que adopta la apariencia joven y esbelta de la mujer que era antes de convertirse en llorona.

Esta estrategia con la que los hombres mayormente caen, ha sido el consejo con el que quienes conocen de ella, advierten a quienes no creen y van por la vida cometiendo malas acciones a diestra y siniestra.

Muchos han sido las victimas que mueren de formas inexplicables, accidentes donde siquiera el auto ha llegado a chocar con nada, desapariciones en medio de la nada y hasta encuentros donde la locura es lo que esta mujer les deja para siempre.

Es un ser desdichado que deambula cubierta entre harapos blancos como si se tratara de una novia entre caminos que no a cualquiera le gustaría transitar de noche, una mirada atrapante como si hipnotizara con solo verla. Esta mujer de corpulencia delgada transita sumida en llantos interminables de su terrible y condenado castigo.

Cuenta la leyenda que, aquella mujer antes de convertirse en la llorona, era una mujer de bajos recursos y de una hermosa belleza, trabajaba para otras personas y les ayudaba con el aseo de la casa de sus patrones.

La joven, de hermosa cabellera y de cuerpo virgen, vivía con su madre en uno de los pueblos en la inmensidad del llano, al parecer su padre había fallecido a temprana edad y su madre se hizo cargo de ella hasta ese entonces.

Con los años, esta mujer llegó al punto de su madurez femenina y el tiempo pasó muy rápido para que un hombre colocara los ojos en ella.

Fue entonces como la bella mujer se fue enamorando de quien fuera capataz en una de las haciendas de la ciudad, el tiempo para ella comenzaba a cambiar que poco después no tuvo necesidad de trabajar para otros.

Eran tiempos donde la joven se mantenía en casa, cuidando de su madre y a la espera de su enamorado que le visitaba frecuentemente.

Este hombre de carácter fuerte y dedicado a su trabajo poco a poco logró sacarla de aquel sitio donde ella y su madre vivían y les consiguió un lugar nuevo, un hogar que ahora compartiría con su enamorado para estar juntos.

Luego de que se mudaron juntos, la boda no tardó en venir y con ella también la muerte de su madre. Fueron momentos donde el apoyo de a su ahora esposo le era muy importante y así lo fue, nunca se despegó de ella.

Años después de la pérdida de su madre, llegaron los niños. Dos hermosas criaturas de las que sus padres no tardarían en dedicarle todo el tiempo y el amor que se le puede dar a un niño.

Estos pequeños se volverían los traviesos de la casa y los consentidos de sus padres. Vivían en una casa cómoda cerca de un arrollo del que bajaba el agua fresca de las montañas vecinas. El lugar preferido de los niños y el favorito de todos cada fin de semana. Era una familia muy feliz, dedicada a sus pequeños y su marido a su trabajo. Nada les faltaba.

Su esposo, quien se dedica a la ganadería en una hacienda no muy lejos de su casa, cumplía con la labor de arriar al ganado, darle de comer a otros animales y velar por que sus ayudantes hicieran su trabajo para que la hacienda estuviera en perfectas condiciones, algo que al parecer no le causaba mucho trabajo, le gustaba mucho lo que hacía y nunca llegaba a tener problemas por nada.

En aquel pueblo, se aproximaban tiempos de celebraciones, no había lugar donde faltara una fiesta o pelea de gallo los fines de semana.

Muchos recuerdan estas fechas como las fechas malditas y aunque, estas no corresponden a los mismo tiempos que las otras versiones, cada historia tiene sus propias fechas para mantenerse en casa y orar para que nada malo les pase a los demás.

Era común que a las fiestas llegaran visitantes de fuera, parientes de quienes tenían haciendas o simplemente personas que acostumbraban disfrutar de esos paisajes y el olor de los animales. Para la desgracia de esta familia, muchas mujeres se acercaban a ver las corridas de toros, donde no tardaban en fijarse en algún hombre.

Estos festivales se llevaban a cabo cada año para el disfrute de la familia. En una de las fiestas, la joven llevó a sus niños a ver a su padre en las corridas, era la distracción familiar cada que se hablaba de toros.

Aquella tarde nadie esperaba que iniciara esta gran tragedia que embargará esas tierras para siempre. Luego de que ellos llegaran y observaran a su padre montar el caballo, una joven de la tribuna contraria le hace un gesto cariñoso al jinete lanzando el beso más odiado no solo por su propia mujer sino por el resto del pueblo.

Enfurecida, la madre de los niños guardaba aquel rencor al ver que otra le arrojaba besos a su esposo. Este se convirtió en el gesto que acabaría con muchos habitantes del lugar.

Con alma que llevaba el diablo bajó de prisa de las gradas. Estaba tan furiosa que sostenía las manos a los niños con una ira que nadie pudo calmar y, dirigiéndose a él, le preguntó por aquella mujer.

Efectivamente, esta mujer no representaba nada para él, y eso intentaba hacerle entender, pero no lo logró. Acabada la corrida él la buscó para explicarle pero nunca la encontró y se fue a casa con la esperanza de que lo llegara a comprender.

Al llegar, aquella mujer era otra completamente, nada la calmaba y entre enfurecidos reclamos, el hombre intentó explicarle hasta conseguir cesar una rabia, para él, sin sentido. Los vecinos más cercanos a ellos se cansaban de escuchar una y otra vez las peleas de la pareja, basadas en la misma idea turbia en la que ella creía que le era infiel y la abandonaría por otra.

La situación era tan tormentosa que el hombre agotó la última energía en ella hasta ya no pelear más. Los niños crecían y aunque seguían juntos, aquella mujer se convirtió en una mujer dominante, celosa a cada segundo de todo lo que ella consideraba suyo hasta convertirse poco a poco en la sombra de los pasos de su esposo.

Los tiempos volvieron a cambiar, había pasado un año más, un tormentoso y extenuante año en el que él ya estaba cansado de su esposa pues ella seguía aferrada a la idea de no verle cerca de nadie.

Una tarde cuando aquellas fiestas nuevamente se organizaban, los niños se preparaban para ir a ver correr a su padre y ella a apreciar lo que le pertenecía.

Todos los preparativos estaban listos, cuando antes de subir al caballo, la mujer bajó dejando a los niños en las tribunas a la espera de la salida de su padre mientras ella se dirigía a darle un beso de buena suerte. Para desgracia de todos, al entrar a las caballerizas, lo encontró en otros labios.

Nunca nadie pudo explicar exactamente la ira de esta mujer en ese momento, tal vez la vida y su destino la habían llevado al momento justo para comenzar algo nuevo, pero nunca lo quiso así.

Al ver a su esposo besando a otra, corrió de prisa para confrontarlo. Nada lo podía ahora defender por lo que solo quedó sorprendido y en silencio para solo escuchar lo que ella gritaba.

Furiosa, sostuvo una corta charla con la chica diciéndole que ésta sería la última vez que ella la vería no solo por este lugar sino en todo el pueblo.

Luego de recibir una fuerte cachetada, la joven no tuvo opción a quedarse por lo que salió huyendo para perderse por el lugar. Fue más incomodo para ambos y aunque pensaríamos que luego de esto todos se irían a casa, esto nunca sucedió.

Su esposo decidió competir y ella luego de darle el beso, le pidió de favor que esta vez no tardara en llegar a casa porque junto con los niños, le prepararía una sorpresa por su victoria. Él aceptó y aunque pensó en lo peor, se mantuvo calmado luego de verla reaccionar así pero nadie esperaba lo que estaba por pasar.

Los niños una vez más se fueron sin ver competir a su padre y engañados, se fueron a casa para preparar una sorpresa en el río cerca de la casa. La impotencia de no haber sido ella quien besara aquellos labios vestía su cuerpo, sus ojos habían cambiado y llevaban la mirada del mismo diablo.

Se sentía lastimada, humillada, traicionada y a la misma vez despreciada. Los niños por mandato de su madre se adelantaron al río para disfrutar de una tarde diferente a la espera de su padre. Pocos que la vieron luego de eso, no la han visto hasta ahora y quien la ve, no la libra para contarlo.

Soltó su cabello largo para que el río lo mojara, por dentro las burlas no cesaban y aunque nadie más estaba con ellos, sentía como le susurraban que pronto la abandonaría su esposo.

Recordaba una y otra vez el momento cuando lo encontró con aquella mujer y sin pensar, se fue acercando a los niños. Los sostuvo a cada uno de un brazo hasta llevárselos a un ojo de agua bastante profundo para ellos.

Los niños no lograban tocar el fondo por lo que se sujetaron de su madre pero ésta, los soltó para que se ahogaran.

Estaba tan cegada por la infidelidad que ni siquiera en el lecho de muerte se compadeció de ellos. Horas después, al llegar aquel hombre, observó que la casa tenía las ventanas y las puertas abiertas, por lo que desesperado corrió a ver dónde se encontraba su familia sin imaginar lo que se hallaría. Al entrar a la casa y buscarlos por cada rincón, se percató que ninguno de ellos estaba ahí.

Recorrió el lugar hasta oír ese llanto, el mismo al que todos le temen y no quisieran oír nunca. Al escucharlo, bajó de prisa al río de donde provenía ese lamento. Sabía que era su mujer pero no conocía el motivo de su llanto, pensó antes de llegar que se trataba de lo sucedido, la realidad iba más allá de eso.

Bajó hacia las rocas desesperado por encontrarlos, había aún luz de sol suficiente para estar todos en el río. Cuando llegó encontró a su esposa dentro del cuerpo de agua, vestida de blanco y dando vueltas como si buscara algo.

Estaba desesperada y no paraba de llorar por lo que el hombre entró a su auxilio y la sostuvo fuerte abrazándola y preguntando el motivo de sus lágrimas.

De manera tácita y sin esperar, el llanto cesó y esta le miró a la cara resoplando la ira que llevaba dentro. Le sostuvo la cara y carcajeó fuerte, tan fuerte que le erizó la piel. Al verla de esa manera él solo se preocupaba por los niños y le preguntó por ellos, pero ésta al escucharlo, sólo pronunciaba repetitivamente “los niños”.

Comenzó a caer la noche y aunque el hombre no daba con ello, enfurecido intentó alzar la voz mientras le volvió a preguntar. Ella sin dolor aparente le señaló dónde estaban y volvió a llorar. Los niños yacían cerca, boca abajo flotando en el río.

Estaban muertos y no había duda alguna de que ella lo había hecho. Adolorido nadó hasta ellos pero era muy tarde. Aquel hombre los sacó como pudo y aunque tenia esperanzas de que regresaran a la vida, no logró traerlos.

Al verlos así intentó atraparla para que al menos pagara por lo que hizo pero cuando entró de nuevo al agua ella ya no estaba, se había espumado entre las rocas y el agua, entre llantos y risas por lo que había logrado.

A pesar de no estar cerca o verla cerca, entre la vegetación y como si fuera un eco se escuchaba decir “tú tuviste la culpa, tú los mataste, tú me ibas a dejar”. Esa noche la desgracia no solo llegaba a esa familia sino a todos los del pueblo.

El tiempo nuevamente pasaba y los encuentros con una llorosa mujer en los caminos aumentaban, muchos alegaban que desaparecía y otros advertían que nunca se detuvieran si la veían en el camino, puesto que en cuanto se bajaban pensando que se trataba de alguien en apuros, no volvían siquiera a contarlo.

De esta manera fue como aquella mujer se convirtió en la leyenda más típica de muchos países. Su nombre y los acontecimientos han sido versionados a lo largo de los años, convirtiendo la leyenda en una historia conocida por muchos.

Unas versiones cuentan que esta mujer fue abandonada estando embarazada por su esposo, motivo que la llevó a cometer el aborto del que se arrepintió luego.

Otras cuentan que fue despojada de sus hijos quedándose sola vagando en busca de ellos.

Hay incluso, una historia donde relatan que seduce a los niños para llevárselos. Todas éstas son piezas de nuestro folclore y deambulan hasta los tiempos en los que estamos, esperando que nunca nos topemos con ellas.


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