La Iglesia

En 1417, el concilio de Constanza puso fin a la ruptura causada por el cisma surgido con anterioridad, pero no restauró la autoridad papal ni la credibilidad del clero.

Los papas surgidos de grandes familias italianas rivales se involucraron en las intrigas de la península itálica y desplegaron en Roma una pompa principesca. Los fieles se refugiaron en prácticas individuales de la “devotio moderna” (devoción moderna) o se volvieron hacia predicadores a veces herejes. La Santa Sede no logró movilizar a la cristiandad para salvar a Bizancio, la que, sitiada por los turcos, sucumbió en 1453. Las grandes potencias se debilitaron.

Europa se transforma

Políticamente fragmentado, el Sacro Imperio Germánico se vio debilitado por la independencia de los cantones suizos y el ascenso del poderío polaco. Inglaterra, deshecha, tuvo que abandonar sus posesiones continentales, con excepción de Calais, y se hundió durante treinta años en los combates fratricidas de la Guerra de las Dos Rosas. Francia, aunque victoriosa, salió devastada de la Guerra de los Cien Años.

En momentos en que la dinastía francesa se recuperaba, el poderío del próspero y brillante ducado de Borgoña padecía las ambiciones de Carlos el Temerario.

Deseoso de establecer una continuidad geográfica entre sus posesiones borgoñonas y del Franco Condado, por una parte, y las flamencas y holandesas, por la otra, desencadenó la oposición conjunta de todos sus vecinos.

Su muerte, ocurrida en 1477 en el campo de batalla, provocó la división de sus Estados entre Austria y Francia. Luis XI recuperó el ducado de Borgoña y buscó el engrandecimiento del reino. El emperador Maximiliano I obtuvo los Países Bajos, su unión con María de Borgoña entregó Flandes y el Franco Condado a los Habsburgo.

En la península ibérica, el matrimonio entre Isabel de Castilla y Fernando de Aragón reunió dos Estados políticamente divergentes. Uno, obsesionado por la reconquista, y el otro, por la apertura mediterránea a través del control de las Baleares, Cerdeña, Sicilia y el reino de Nápoles.

Portugal se embarcó en una aventura atlántica y conquistó enclaves en Marruecos, se apoderó de los archipiélagos de Madera y las Azores y envió expediciones a lo largo de las costas africanas. La rica Italia, culturalmente unida, pero políticamente dividida, encontró en 1454 un precario equilibrio cuando Milán, Florencia, Venecia, Génova y los Estados Pontificios firmaron la paz.

El comercio se afianza

Las dos repúblicas marítimas, especializadas en el comercio con Oriente, fueron afectadas por el avance turco; Venecia hizo fructificar sus dominios en tierra firme y Génova reorientó su comercio hacia Occidente.

El principado de los Medici, ricos banqueros y generosos mecenas, promovió Florencia al rango de capital cultural ejemplar. El condotiero Montefeltro convirtió Urbino en un activo centro de las artes y las letras. Para reforzar su prestigio, los Este en Ferrara, los Gonzague en Mantua y los Sforza en Milán también protegieron a los artistas. Más hacia el Este, los reinos polaco-lituano y húngaro aparecieron como los defensores de la cristiandad frente a la amenaza otomana en la Europa danubiana.

La coyuntura era favorable. La agricultura siguió siendo el sector dominante, pero fueron la industria y el gran comercio los que desarrollaron innovaciones y generaron ganancias. Las guerras provocaron el desplazamiento hacia el Este de intercambios terrestres entre los polos italiano y flamenco, lo que benefició a Alemania.

Gracias al desarrollo de los transportes marítimos que circundaban España, Brujas se convirtió en un verdadero centro de negocios. La estructura de las compañías de negocios evolucionó con la creación de filiales independientes, cuyo capital fue fraccionado en partes y las inversiones diversificadas para limitar los riesgos. La letra de cambio endosada se transformó en cheque, evitando las transferencias de dinero y mitigando la falta de moneda. El uso generalizado de la contabilidad por partida doble que utilizaba números árabes permitió una mejor gestión de las transacciones más complejas. Las firmas italianas dominaron menos, los Medici conocieron fracasos. Si la fortuna de un Jacques Coeur fue efímera, los Fugger y los Weiser iniciaron en Alemania un progreso sostenido. Los soberanos estimularon el capitalismo naciente.

Avances tecnológicos

Las carabelas, navíos más manejables gracias al timón de codaste y los velámenes mixtos, se arriesgaron en el océano utilizando brújula, portulanos (colección de planos de varios puertos) y astrolabios (instrumentos para determinar la posición y el movimiento de los astros).

Explotaciones mineras, metalurgia, fabricación de pólvora, cristalería, relojería, primeras máquinas textiles, sistemas de izamiento, construcción de diques, canales y esclusas, mostraron el ingenio de los técnicos. En Maguncia, hacia 1450, Gutenberg inventó la imprenta al utilizar papel como soporte, una tinta especial, caracteres metálicos móviles y una prensa de tornillo, en respuesta a una demanda que los talleres de copistas ya no podían satisfacer.

El libro, ilustrado con imágenes grabadas, revolucionó los dominios de la comunicación, del conocimiento y de la cultura.

La importancia de la cultura

Rompiendo con el espíritu escolástico, los eruditos manifestaron una gran curiosidad por la Antigüedad. En Italia se beneficiaron de los aportes de los letrados bizantinos en exilio; los manuscritos fueron investigados, traducidos y publicados.

La generalización del estudio del griego y del hebreo permitió la exégesis de los textos sagrados y el desarrollo de la filología. El redescubrimiento de tratados científicos y técnicos promovió las investigaciones en alquimia y astrología. Humanistas como Marsilio Ficino, traductor de Platón, intentaron conciliar la filosofía antigua y la doctrina cristiana, situando al ser humano en el centro de su reflexión. Se opusieron a la tradición medieval del hombre derrotado por el pecado, dependiente de Dios y que se retira del mundo para rezar, y exaltaron la grandeza, la dignidad, la libertad y la voluntad del hombre que debía involucrarse en los asuntos de la ciudad. Las academias, imitando aquella fundada en Florencia en 1462, incitaron a la elite europea erudita y viajera a debatir en latín las consecuencias morales, sociales y políticas de tales mutaciones.

La producción se inscribió en la continuidad del gótico internacional. La arquitectura impuso el estilo flamígero, con la singularidad del gótico perpendicular en Inglaterra.

La escultura y las artes decorativas continuaron con las formas del siglo precedente. La pintura innovó: los artistas se comenzaron a preocupar por la figuración de la profundidad y la representación meticulosa de la naturaleza. La técnica de pintura al óleo realzó la riqueza cromática y permitió sutiles veladuras en composiciones marcadas por un complejo simbolismo. Los príncipes, el alto clero, los grandes comisionados del Estado, los comerciantes ricos y los gremios o corporaciones encargaron retablos. El retrato, introducido en las obras religiosas para la representación del donante, adquirió autonomía. Los maestros flamencos gozaron de gran prestigio en Francia, Portugal, España e incluso Italia.

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