El general cartaginés simbolizó a tal punto la segunda guerra púnica que los romanos la designaban con el nombre de “guerra de Aníbal”. Durante dieciséis años permaneció en la península itálica y aterrorizó a sus enemigos que nunca se lo perdonaron.

Cuando Aníbal desencadenó la segunda guerra púnica agrediendo a Sagunto, aliada de los romanos, durante la primavera de 219 a.C., el conflicto entre las dos potencias rivales, Roma y Cartago, ya era grave.

En 264 a.C., los romanos iniciaron las hostilidades utilizando un pretexto cualquiera. Con el correr de los años, los cartagineses quedaron restringidos a sus ciudadelas de Lilibaeum y Drepanum, en el extremo occidental de Sicilia.

Después de varias derrotas navales, Roma reunió una flota de 200 quinquerremes que interceptó, en la primavera de 241 a.C., cerca de las islas Égates, los refuerzos enviados por Cartago a sus guarniciones.

El general Amílcar Barca recibió entonces la orden de negociar la paz para Cartago. Las condiciones impuestas por Roma significaban la evacuación de toda Sicilia y las islas Eólicas, al igual que el pago de una fuerte indemnización de guerra.

Al término de este conflicto, Roma creyó haber afianzado su seguridad apartando a su rival de Sicilia, isla que se convertiría más adelante en la primera provincia romana.

El conflicto pudo terminar ahí pero las siguientes dos décadas no representaron más que un intermedio en esta lucha a muerte. Cartago debió enfrentar la revuelta de sus mercenarios desmovilizados que no habían percibido su sueldo.

Roma aprovechó estas dificultades internas para apoderarse de Cerdeña en 237 a.C. Cartago, en situación debilitada, se vio forzada a inclinarse, pero esta anexión brutal que exacerbó su resentimiento fue el germen de los conflictos venideros.

Una familia simbolizaría esta animosidad: la del general Amílcar, apodado Barca (el “Rayo”), que educó a sus seis hijos bajo el odio hacia el enemigo. Un día, al verlos jugar, exclamó: “¡Educo a estos cachorros de león para que sean la ruina de Roma!”.

El mayor enemigo de Roma permaneció como un modelo para todos los estrategas. Francisco I y Napoleón I, entre otros, se compararon con el jefe cartaginés.

Después de haber aplacado la revuelta de los mercenarios, Amílcar partió hacia la península Ibérica a principios de 237 a.C., llevando consigo a su joven hijo Aníbal. En esta región, donde la influencia cultural y la presencia comercial de los cartagineses eran de antigua data, se apoderó de las minas de oro y plata de la Sierra Morena, y fundó una ciudad, Akra Leuké, cerca de Alicante.

A su muerte, durante el invierno de 229-228 a.C., su yerno Asdrúbal el Bello lo sucedió, y continuó su política de conquistas, fundando de paso la actual Cartagena.

Sin embargo, fue asesinado en 221 a.C., y el joven Aníbal tomó entonces el mando del ejército. Después de varias campañas en el noroeste de la península, a principios de 219 a.C., Aníbal atacó la ciudad de Sagunto, aliada de Roma, que capituló después de un sitio de ocho meses. Roma quedó conmocionada y envió una embajada a Cartago. Esta última no desaprobó la acción de Aníbal y aceptó así una guerra que no deseaba realmente.

En cuanto a Aníbal, después de haber adoptado diversas medidas defensivas y ofensivas, partió de Cartagena, cruzó los Pirineos, atravesó el Ródano y emprendió la travesía de los Alpes.

Era la primera vez que un ejército completo lograba tal proeza, pero a costa de numerosas pérdidas. A su llegada a la península Itálica sólo quedaban 20.000 soldados de infantería y 6.000 jinetes cartagineses. La noticia causó asombro en Roma. Durante los primeros enfrentamientos entre ambos ejércitos, los romanos sufrieron varias derrotas, sobre el Tessino y el Trebia. Algunos galos cisalpinos se unieron a Aníbal. La situación parecía crítica.

Roma, sometida a un esfuerzo militar sin precedentes, debió formar un ejército de 100.000 hombres para detener el avance de Aníbal hacia el corazón de la península. Éste, por su lado, armó una verdadera red de trampas sobre las riberas del lago Trasimeno, en Umbría. Quince mil soldados romanos encontraron la muerte durante la batalla, el 21 de junio de 217 a.C.

Después de reequipar su ejército con los despojos del enemigo, el general cartaginés marchó hacia el sur de la península. Los romanos recurrieron entonces a un régimen de excepción, la dictadura, que confirió plenos poderes a Fabio Máximo Verrucoso, partidario de una política de contemporización: debían dejar que el enemigo se agotara en Italia, lejos de sus bases, e impedir que recibiera refuerzos.

Sin embargo, esta estrategia no tuvo gran acogida, porque el pueblo romano veía con impotencia como Aníbal devastaba las regiones más ricas de Italia.

Cayo Terencio Varrón, uno de los cónsules de 216 a.C., tenía en la mira atacar al enemigo. El 2 de agosto de ese año, cerca de Cannas, en Apulia, lanzó una ofensiva que terminó con un desastre humillante para Roma. A pesar de las exhortaciones de algunos de sus oficiales, Aníbal no aprovechó dicha situación para marchar sobre Roma, que parecía al alcance de la mano.

Esta elección, que dejó perplejos a varios, tenía una explicación: el jefe púnico estaba convencido de que su ejército no era capaz de emprender un asedio en debida forma y temía transformar una guerra de movimiento en una guerra de posición, cuyo desenlace era incierto. Además, declaró a los prisioneros romanos que no pretendía llevar a cabo una guerra de exterminio, sino asegurar la hegemonía de su patria.

Existe una cerámica de 1929, donde se ve a Amílcar Barca y su hijo Aníbal en Alicante. Amílcar conquistó el sur de la península Ibérica, pero no pudo impedir la pérdida de Cerdeña.

Aníbal deseaba vehementemente vengar la afrenta hecha a su padre. En la conocida Batalla de Cannas, el 2 de agosto, en Apulia, Aníbal inflige una derrota humillante a los ejércitos romanos comandados por Varrón.

También en la iluminación de Jean Bouquet del siglo XV, se ve representada la Batalla de Cannas. El 2 de agosto de 216 a.C., Roma sufrió una apabullante derrota. El cónsul Lucio Emilio Paulo encontró la muerte junto con cincuenta mil soldados, al igual que cien senadores y veintiún tribunos.


Abalg + translation made by Kordas, CC BY-SA 3.0, via Wikimedia Commons

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