¿Quién no se ha planteado alguna vez qué es lo que quiere en realidad y/o por qué no lo consigue?

Desde bien pequeños, en el 'primer mundo' nos enseñan que hay que tener muy claro lo que uno quiere. Además, nos dicen que cuando sea así, cuando definamos bien nuestros sueños, tenemos que desear que se cumplan con todas nuestras fuerzas. De no ser así, no lo conseguiremos. Y si no lo logramos, es porque no lo hemos deseado lo suficiente.

Desmontemos lo de 'primer mundo'.

Para empezar, no podemos olvidar que para que haya un primer mundo, ha de haber un segundo y, sobre todo, un tercero. Estos términos no son simples nomenclaturas aleatorias, sino más bien diseñadas y designadas por nosotros mismos, los de 'arriba'.

Algunos llaman 'países desarrollados' a los países más avanzados tecnológica, económica e industrialmente. Pero, ¿qué hay de lo que ha quedado atrás con tanto avance? ¿Qué hay del olvidado respeto a nuestros mayores, a la naturaleza, a los animales, a lo ajeno, al disfrute a pequeña escala? ¿Por qué la importancia ha quedado tan solo en lo que se mide con dinero?

Es hermoso ver a una familia, japonesa por ejemplo, venerar a los más mayores de la casa, procurar su bienestar y demostrar la admiración que por ellos se siente. Al fin y al cabo, son los que han facilitado el camino al resto, los que más saben de todo lo importante y los que necesitan apoyo cuando la falta de fuerzas aparece.

Recordemos también cómo nos ha sorprendido y deleitado la respuesta de la naturaleza cuando nos hemos tenido que recluir en casa por la pandemia. El aire ha estado infinitamente más limpio. Los animales han 'invadido' las ciudades, que eran suyas, por cierto. Las plantas se han asilvestrado con nuestra ausencia, libres, enormes, valientes.

No se puede valorar todo esto (y tantos otros conceptos) en términos de dinero, así que sería muy aconsejable que dejáramos de posicionarnos a nosotros mismos como 'primeros', porque hemos dejado demasiado equipaje de valor en el camino. Nos hemos subido a un caballo para ganar, pero no hay una carrera.

Desmontemos lo de tener claro lo que se quiere.

Tenemos cierta fijación con la claridad de las metas, especialmente laborales y por lo tanto económicas. Más que nada, lo que queremos es que esa claridad llegue muy firme y muy pronto a nuestras vidas.

Cierto es que es una bendición tener una vocación laboral, pero no olvidemos que los vocacionales son un porcentaje muy pequeño de la sociedad. Y no olvidemos tampoco que sin una base de opciones sobre las que poder elegir, es harto difícil saber siquiera si tienes una vocación o un talento para algo. Es muy complicado definirse a ciencia cierta si no podemos (al menos) ponernos a prueba en distintas disciplinas o terrenos. Y esto no ocurre muy a menudo.

A veces solo sabemos lo que no queremos, lo cual ayuda a la hora de ir descartando posibilidades en nuestra vida. A veces cambiamos de parecer sobre lo que queremos, aunque nos cueste manifestarlo y llevarlo a cabo. Afortunadamente, casi nada es irreversible. A veces, descubrimos lo que queremos por el camino, si tenemos la posibilidad de probar diferentes cosas. A veces incluso, el camino es lo que nos ha definido, por todo lo que hemos experimentado y aprendido durante el trayecto.

Asimismo, como no todo es trabajo en la vida y las metas laborales no son las únicas que uno pueda tener, no saber lo que se quiere a nivel amoroso, artístico, familiar o social, no tiene por qué ser un freno o un lastre.

Puede que sepa que no quiero una persona posesiva a mi lado, o que no quiero una relación a distancia, pero no sé cuál es mi pareja ideal. Puede que empiece a aprender a pintar y la pintura me lleve a la escultura, pero antes ni me lo había planteado. Puede que crea que estoy demasiado apegada a mi familia pero, según pasa el tiempo y los problemas, descubro que quiero estar más apegada aún. O puede que mis etapas de ermitaña, mezcladas con las de animal social, hayan hecho de mí la persona ecléctica de la que hoy me siento orgullosa.

Desmontemos lo de que si no logramos nuestras metas, es porque no lo hemos deseado lo suficiente.

Hace poco vi un reportaje de televisión en el que una periodista pasaba 21 días en un pueblo minero de Bolivia, viviendo en casa de una mujer. Esta mujer estaba separada de un marido violento y tenía 5 hijos. Podría decirse que la situación de esta familia era de las más difíciles que la periodista (y cualquiera) hubiera visto nunca.

Imaginemos por un momento que su hija mayor tiene un talento extraordinario. Un talento innato y muy evidente, por supuesto, pues no puede ir a la escuela. Puede que lo haya descubierto durante la única tarde que tiene libre a la semana, tumbada en su camastro, o paseando por la aldea. Es muy difícil, pero imaginemos que lo descubre. Que descubre algo tan rompedor como el concepto de Facebook en sus inicios.

¿En qué momento le plantea la noticia a su familia de que se va del pueblo a perseguir su sueño? ¿Con qué coraje le dice a su madre que no va a aportar por más tiempo el fruto de su trabajo a la economía familiar? Es más, ha de decirle a su madre también que necesita dinero para tomar un autobús a La Paz. Necesita también ropa y zapatos decentes para presentar su idea en la empresa o institución correspondiente. Damos por sentado, claro, que su idea se puede presentar sin nada más que palabras. Y damos también por sentado que alguien va a escucharla, con su poca o nula formación y sin nada ni nadie que la respalde.

Huelga decir que Mark Zuckerberg lo tuvo sensiblemente más fácil en Harvard, por mucho que su idea fuera genial y su empeño y esfuerzo, dignos de elogio.

Puede que recordemos muchos casos de 'niños prodigio', sobre todo del mundo del deporte, salidos de zonas muy desfavorecidas, de favelas de Brasil o de barrios sumergidos de Argentina. No olvidemos en estos casos, que hay ciertas áreas de nuestra sociedad del 'primer mundo' que gozan del privilegio de enviar cazatalentos por doquier. Estos niños prodigio también tienen la suerte de que, en sus países, el deporte que practican (fútbol, boxeo) bebe de la fuente del humilde. No suele darse, por desgracia, la figura de quien va por aldeas de Bolivia (o mucho más cerca) a descubrir talentos en el arte, la medicina o la informática.

Ahora toca preguntarse lo siguiente: ¿lo único que frenó a nuestra adolescente boliviana fue su falta de deseo firme y decidido? ¿Tendrá que cargar ella sola con la losa de no haber tenido 'éxito' en el 'primer mundo'? ¿Queremos decirle que lo único que le impidió sacar de la extrema pobreza a su familia fue que no lo quiso con suficiente fuerza?

¿Seguro?

L
hace 3 años

Uy, cuánto para reflexionar! Y también este artículo es un disparador para cuestionar muchas de nuestras creencias. A qué llamamos éxito, respeto, empatia?

Tus artículos no dejan indiferente a quien lo lee.

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