Cuando era joven, sí, sí, yo también lo fui algún día, se decía aquello de que “el que vale, vale, y el que no, a derecho”, o al menos eso decíamos los que no estudiábamos derecho, no por ofender, o sí, sólo por la broma, que cuando eres joven darías tu reino por una broma.

Pero ahora, que todas esas víctimas de nuestras bromas están forrados de pasta haciendo triquiñuelas con ese conjunto de leyes que todos nos hemos dado, creo que ha llegado el momento de darle una vuelta de tuerca y cambiarlo por la expresión del título.

Sí, ya sé que a todos nos gustaría vivir con la idea de que nuestros políticos son lo mejor de la sociedad, que llegan a esos puestos de responsabilidad por su enorme valía y que podemos estar tranquilos gracias a su enorme capacidad de gestión.

¿A qué sí? Pero, ¡amigo! ¡Nada más lejos de la realidad! Por desgracia, nuestros políticos emanan de lo peor de la sociedad, de ese conjunto de personajes sin oficio ni beneficio, incapaces de sobrevivir en la jungla de la vida real.

Por ello acaban refugiados al calor del partido que más abriga, tratando de alcanzar el poder, cueste lo que cueste, obviando cualquier escrúpulo o cualquier atisbo de conciencia, porque el único objetivo es sobrevivir.

Y eso nos lleva a navegar por las procelosas aguas de esta pandemia interminable y de la Filomena sobrevenida en manos de unos inútiles, antónimo de útil, que no saben hacer nada más que hablar de trivialidades mientras carecen de la más mínima valía para poder ver más allá de sus propias narices.

Desde que todo esto empezó, allá por el marzo pasado, las incoherencias e incompetencias han sido tan notorias que cualquier jefe en su sano juicio les hubiera despedido, pero ahí siguen, tan felices, enrocados en sus absurdas disputas internas y externas, mientras la gente sigue muriendo.

¿Qué llegan las Navidades? No hay problema, que la gente se reúna, poco, eso sí, para quedar bien, pero que se reúnan, luego ya veremos en enero. Y enero llega, ¿y qué hacemos? Cerremos negocios, cerremos fronteras regionales, y, espera, que todavía estamos a tiempo de que nos confinen como en marzo, ¡ya verás, ya!

Porque la política es una cuestión de momentos, de momentos para tomar decisiones, y si se toman las decisiones tarde, las consecuencias ya son irreversibles, por mucho que se tomen medidas más drásticas después, que, además, no hacen sino ahondar en la irreversibilidad de las consecuencias, amén de su profundidad.

Falta haría un buen político, alguien capaz de mirar más allá de las próximas elecciones, que tuviera el arrojo de tomar las decisiones en el momento oportuno y de dotar de las ayudas necesarias a los estratos de la sociedad que lo demanden, en función de sus necesidades.

¿Y qué tenemos en cambio?

Palabras, palabras y más palabras, responsabilidades que vuelan de una administración a otra sin que nadie sea capaz de asumir nada, porque en la lucha contra la pandemia partimos de un error de base fundamental.

Si estamos todos de acuerdo en que el virus no conoce de fronteras, ¿qué nos hace pensar que nuestras fronteras le limitarán? Cualquiera puede entender que entre países diferentes se tomen medidas diferentes, por cuestiones ideológicas y culturales, y, sobre todo, porque es más sencillo cerrar esas fronteras.

Pero dentro del mismo país, ¿qué me estás contando? La movilidad regional es inevitable, pongamos los confinamientos perimetrales que queramos poner, pero en lugar de imponer unas medidas conjuntas para todo el Estado, ¿qué hacemos?

Cada político reclama su cuota de poder, ¿para qué? Para nada, para figurar, para fingir que puede decidir sobre la vida de las personas, y ya lo creo que decide, pero en negativo, condenándonos a todos al averno en vida.

Eso sí, no soy tan inocente como para pensar que los políticos vienen de un planeta muy muy lejano, nada más lejos de la realidad. Los políticos emanan de nuestra propia sociedad, y al fin y al cabo, no son más que un reflejo de lo que somos en estos momentos.

Una panda de famélicos indefensos, incapaces de sobrellevar nuestras vidas con un mínimo de dignidad, y siempre con una excusa o alguien a quien responsabilizar de nuestros males, en definitiva, tenemos lo que nos merecemos, yo el primero.


Imagen de Kevin Schneider

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