¡Cómo nos gusta una polémica! Como si no tuviéramos suficiente con las frivolidades que nos sirven en bandeja de plata falsa en cierto canal que empieza por tele y acaba en cinco, nos lanzamos a cualquier polémica como depredadores tras una presa moribunda.

La penúltima ha sido sobre los que se cuelan para recibir la vacuna, y ¡hala!, ni cortos ni perezosos nos hemos tirado a degüello a por toda aquella persona que se ha vacunado sin que le tocara, según los protocolos oficiales, ¿hemos analizado cada situación o las posibles alternativas? ¿Para qué? Es mucho mejor hacer carnaza, ¡viva la demagogia!

Vayamos por partes, como diría aquél. Está claro que en esto de la vacuna, como todo en la viña del Señor, o de quien sea, ha habido corruptelas varias y que ciertos políticos han aprovechado su situación de poder para saltarse su posición, o, incluso, no posición todavía, en la lista, y vacunarse.

¡A por ellos!

Esta gente se merece todos nuestros reproches, no hay duda, y que sean víctimas de investigaciones hasta sus últimas consecuencias, sí, de esas que nunca acaban en nada en nuestra política patria, porque han hecho un mal a sabiendas en beneficio propio.

Pero, ¿y los otros?

Veamos, resulta que se ha dado más de un caso de un pueblo relativamente pequeño en el que al finalizar el día quedan ciertas dosis de vacuna que van a acabar a la papelera (como ha pasado con miles y miles de dosis en numerosos lugares) y los encargados de aplicarla avisaron a las fuerzas vivas del lugar, con lo que alguien se vacunó sin que le hubiera tocado en una situación normal.

¿Actuaron mal?

¿Cuál hubiera sido la alternativa? ¿Tirar esas dosis? Entonces, ¿a qué viene tanta polémica con estos casos? Seamos serios, es evidente que se trata de una parte del juego político, mefistofélico y cínico, con el único objetivo de desgastar al rival, ¡basta ya! ¡Qué no somos tan paletos como parecemos!

Pero, como siempre, nada de esto hubiera sucedido si el protocolo se hubiera establecido de la manera adecuada. Hemos asistido, una vez más, y ya he perdido la cuenta, a un ejercicio de improvisación impropio de un gobierno serio, suponiendo que el nuestro lo sea.

Era evidente que se podrían dar las situaciones que efectivamente han sucedido, y un buen protocolo debió de haber establecido el procedimiento a llevar a cabo con esas dosis que quedaban en el aire, pero, ¿para qué nos vamos a preocupar de organizar bien las cosas? Es mucho más bonito seguir con la vacua propaganda política que alguien les debe de haber dicho que funciona, ¡pobres ignorantes!

Y mientras tanto nos encontramos con un ritmo de vacunación muy lejos de llegar a ser mínimamente satisfactorio, con cientos de miles de empresas con el agua al cuello, y con trabajadores angustiados por la incertidumbre de su futuro.

Un gobierno con altura de miras, como los de antes, hubiera planteado una estrategia, no un parche permanente, garantizando que las vacunas llegarían de manera adecuada a quien tenían que llegar, y ofreciendo alternativas para situaciones imprevistas.

Un gobierno con algo calado político hubiera sido capaz de discernir que las empresas son la base del empleo, que sin empresas no habrá empleo, y que de poco servirá el colchón de los ERTE si cuando la situación se normalice no hay empresas que puedan reincorporar a estos trabajadores.

Un gobierno con cierto nivel económico habría comprendido que el endeudamiento nunca es una solución a largo plazo, que es pan para hoy y hambre para mañana, y que las ayudas directas, en ausencia de burocracia administrativa, son la mejor medicina para una economía saneada.

¡Ay, cómo me gusta soñar!

Porque en lugar de todo eso, ¿qué tenemos? La nada, la nada más absoluta, la nada que consumía Fantasía en “La historia interminable”, y que ahora consume nuestra realidad sin que haya un horizonte de esperanza, porque “Fantasía no tiene límites”, pero nuestra paciencia sí.


Imagen de Gerd Altmann

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