Vamos a contar mentiras, tralará, vamos a contar mentiras, tralará…

Los impuestos sirven para redistribuir la renta, tralará. Los ricos pagan más impuestos que los pobres, tralará Los políticos gestionan nuestros impuestos para el bien de la sociedad, tralará. Pagar impuestos es bueno para la sociedad, tralará…

¡Espera, espera!, que se me olvidaba la mejor, ¿cómo era aquello?... Cada cual según sus posibilidades y a cada cual según sus necesidades, o algo así, tralará, esa sí que es buena.

¡Venga, que no nos cuenten más milongas!

Los impuestos solo sirven para dotar de cotas de poder a seres incapaces de gestionar ni su propia comunidad de vecinos y que no hacen más que despilfarrar en sinsentidos dejando de un lado las verdaderas necesidades de la sociedad.

Y según van gastando a manos rotas, van necesitando más ingresos, y por tanto, más impuestos, tipos más altos, nuevos gravámenes, y ¿quién lo va pagando? Tú y yo, ¿todos?, no, no, no.

No te hagas líos en la cabeza, los ricos no pagan más impuestos porque cobren más, eso es la típica falacia que nos cuentan.

Los ricos, como ricos que son, tienen la capacidad para evadir impuestos, ya sea legal o ilegalmente, con lo que una mayor o menor carga impositiva acaba por no afectarles. Lógicamente, preferirían que los impuestos fueran más bajos, o que no existieran, más que nada para evitarse quebraderos de cabeza.

Pero, como te decía, el gran peso del pago de impuestos recae sobre la clase media, la clase trabajadora que no tiene medios para hacerse con los servicios de abogados de postín que conozcan las triquiñuelas de la ley para evitar pagar todo lo que deberían.

Así, de vez en cuando, nos levantamos con noticias sobre multimillonarios que apenas pagan impuestos mientras que nosotros, tú y yo, andamos temblando a la espera de la nueva declaración impositiva, sea la que sea.

¿Y a qué viene todo esto? ¿Para qué te cuento algo que ya sabías?

No es por aburrirte, de verdad, o al menos no es mi intención, sino para entrar en el tema de la armonización fiscal con las que nos bombardean estos días los medios de comunicación. Porque esto funciona así, ahora está de moda este asunto y dentro de unos días pasaremos a la temporada de verano, pasen y vean.

Toda la discusión, que no debate, no te confundas, se fundamenta sobre dos impuestos que se han convertido en el maná de las tertulias periodísticas, que no de bar, porque están cerrados, al menos donde yo malvivo.

Primero tenemos el impuesto de patrimonio, eso que se supone que grava al patrimonio de las personas físicas y jurídicas, un impuesto absolutamente anacrónico y que, como te decía al principio del artículo, solo afecta a los pobres que han podido formar o heredar un pequeño patrimonio, nada del otro mundo, pero que, pobres idiotas, lo tienen a su nombre.

Las grandes fortunas, esas que poseen patrimonio por doquier, saben lo que tiene que hacer, conocen la ley y sus trampas, y su patrimonio aparece y desaparece al soplo de un abracadabra, con lo que nadie consigue que lo paguen.

Luego, tenemos el impuesto de sucesiones y donaciones, un abuso impositivo absoluto que redunda en una doble imposición totalmente injusta. Para que nos hagamos una idea, imaginemos que nuestros padres han acabado de pagar su piso de toda la vida, y por circunstancias acaban falleciendo.

Bien, si nosotros heredamos ese piso tenemos que pagar el impuesto de sucesiones, es decir, pagamos impuestos por un inmueble que lleva años pagando sus impuestos. ¿Es que acaso somos ricos? No, simplemente es un pisito que nuestros padres han podido pagar con su esfuerzo diario.

¡Qué sí! Que yo entiendo que este impuesto tenía un sentido en épocas pretéritas, cuando sólo la gente adinerada podía ser propietaria, pero, ¿hoy en día? ¿Qué me estás contando? Puede que nosotros no seamos capaces ya, pero nuestra generación anterior sí, ellos sí consiguieron ser propietarios.

Entonces, ¿alguien me puede explicar para qué sirven el impuesto de patrimonio y el de sucesiones y donaciones?

Para nada, bueno sí, para recaudar, nada más.

¿Son progresivos? Para nada, más bien regresivos, porque, al final, los pagamos los de siempre, los tolais que no sabemos o no tenemos los recursos para evadirlos.

Por tanto, ¿queremos armonizar? Armonicemos, pero bien, a la baja, reduciendo impuestos de verdad, eliminando los que no sirven de nada y apostando por aquellas acciones que sí que pueden recaudar de verdad y conseguir hacerlo de manera progresiva.

¿Por ejemplo?

¿Qué tal si eliminamos el concordato con la Iglesia?

¿No te parece injusto que la Iglesia no pague el impuesto sobre bienes inmuebles sobre propiedades que luego alquila a terceros? No deja de ser una competencia desleal de la que obtiene un beneficio de un solo sentido.

Si eliminamos ese acuerdo, aceptable antaño, pero totalmente fuera de lugar en el mundo actual, conseguiríamos recaudar lo suficiente como para compensar lo que sea que se recauda con el impuesto de sucesiones y el del patrimonio.

¿Y si luchamos contra el fraude fiscal?

Pero de verdad, no como hasta ahora, sino persiguiendo a los que verdaderamente defraudan, porque es muy fácil perseguirme a mí o a ti porque nos hemos equivocado en unas cantidades o no hemos facturado algunos trabajos, pero ¿qué pasa con los grandes defraudadores?

Ahí está la verdadera recaudación, ¡imagínate el dinero que se nos va cada año sin declarar! Pero, claro, eso es difícil de detectar, y cuando se detecta, más difícil de que lo acaben declarando y pagando los impuestos sobre ello.

Pero ahí es donde debería de estar la verdadera inversión. Una buena inyección de dinero para la lucha contra el fraude y las arcas del Estado volverían a estar llenas para que los mandamenos de turno pudieran seguir con sus corruptelas varias.

Así que, que no nos vendan más motos, los impuestos, tal y como están ahora mismo diseñados, distan mucho de ser progresivos y acaban recayendo sobre la clase trabajadora, que es la que no puede escapar a su escrutinio.

Por ello, armonicemos, sí, pero a la baja, eliminemos impuestos que no sirven para nada y centrémonos en lo importante, pero, ¡amigo!, eso no vende titulares de prensa.


Imagen de Michal Jarmoluk 

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