“Gertrudis Gómez de Avellaneda”. 1857. 117x85 cm. (Museo Lázaro Galdiano, Madrid).

El autor de este cuadro es Federico de Madrazo y Kuntz (1815-1894), por excelencia, el retratista del romanticismo español del siglo XIX.

Fue en su tiempo el pintor imprescindible de la nobleza, la burguesía urbana y los personajes más importantes de la cultura, además de ser el pintor de cámara de la reina Isabel II.

Su pasión por la pintura no surgiría por casualidad, no en vano, era hijo (José), nieto (Tadeusz Kuntz), hermano (Luis y Pedro), padre (Raimundo Madrazo) y abuelo (Mariano Fortuny) de una notable y afamada saga de artistas del lienzo.

Se dedicó principalmente al retrato, sobre todo femenino, donde refleja admirablemente el perfil psicológico del retratado. Su capacidad para captar e idealizar al modelo le granjeó gran prestigio y reconocimiento, pero también por su maestría y calidad técnica a la hora de plasmar las telas, adornos y joyas de los personajes.

Otra de sus características fue dotar a sus cuadros de una suave iluminación que hacía destacar el rostro y las manos de sus modelos, pero también la riqueza de detalles y los sutiles gestos y ademanes.

Uno de los retratos femeninos más alabados de Madrazo, por su señorial elegancia, tratamiento de la indumentaria y la captación de la personalidad, es el de Gertrudis Gómez de Avellaneda.

En este destacan, además, la sutileza de ciertos gestos de la modelo: la delicada manera de sostener el abanico, la dulce sonrisa, la seductora mirada o la blancura de sus facciones, lo cual consigue transmitir la sensualidad de su belleza madura, su altivez y su enérgico carácter.

Gertrudis Gómez de Avellaneda, está retratada sentada en una butaca de terciopelo granate y sólo se ve en el lienzo hasta sus rodillas. El fondo del cuadro es un muro gris que se rompe en el extremo derecho por un cortinaje.

La pintura fue realizada cuando la modelo había cumplido los 43 años de edad y se la representa con el pelo recogido en la nuca adornado con un recogido de flores y velo. El traje que viste es de raso y encaje negro y con su brazo izquierdo sujeta un chal de cachemir mientras que en la derecha, que adorna con un brazalete de perlas de varias vueltas, porta un pañuelo de encaje blanco.

Como curiosidad cabe destacar que Madrazo, al contrario de lo que solía ser habitual en la idealización de sus personajes, no deja de mostrar en el lienzo la mancha que la mujer tenía en su mejilla derecha.

Este cuadro fue adquirido por el coleccionista privado, intelectual y empresario José Lázaro Galdiano en 1913, formando parte posteriormente de su museo en Madrid.

Gertrudis Gómez de Avellaneda

La modelo de este cuadro, Gertrudis Gómez de Avellaneda, fue considerada en su tiempo como una de las mejores expresiones del movimiento romántico, precursora de la novela hispanoamericana y una de las más grandes escritoras de la literatura española del siglo XIX.

Sus personales circunstancias biográficas, su apasionado carácter, su generosidad y su marcada rebeldía frente a los convencionalismos sociales, que la llevó a vivir de acuerdo con sus propias normas, la apartan de la mayoría de las escritoras de su época, convirtiéndola en precursora del movimiento feminista en España y una de las personalidades más destacadas del Madrid isabelino.

La escritora nace en Puerto Príncipe, hoy Camagüey (Cuba), el 23 de marzo de 1814. Era hija de padre español (su familia provenía de las Islas Canarias), comandante de Marina, destinado en Cuba y madre cubana, perteneciente a una ilustre y acaudalada familia isleña. Su infancia transcurre sin contratiempos hasta la muerte de su padre (1823) y posterior casamiento de su madre en este mismo año que Tula, como se la conocía cariñosamente, nunca terminará de aceptar.

Su educación fue esmerada, tal como le correspondía por la clase social a la que pertenecía. Sus aficiones favoritas en este tiempo -representar comedias, redactar cuentos, lectura de novelas, poesías y comedias- indican claramente su inclinación por la literatura.

A los catorce años, 1830, rechaza el matrimonio concertado por su familia y como consecuencia pierde la herencia de su abuelo.

En 1836 la familia decide establecerse en España, instalándose en La Coruña tras varios meses de viaje por Francia. El ambiente conservador de la ciudad no es del agrado de Gertrudis y tras visitar Andalucía, acompañada por su hermano Manuel, la escritora fija su residencia en Sevilla.

El animado ambiente cultural de la ciudad estimula la actividad creadora de Tula y da a conocer sus primeros trabajos literarios. En 1839 publica sus versos bajo el pseudónimo de La Peregrina en periódicos y revistas de esta ciudad y, más tarde, en algunos de Cádiz. En junio de 1840 estrena su primera obra dramática Leoncia, que es muy bien acogida por los espectadores sevillanos.

En Sevilla conocerá a Ignacio de Cepeda, el hombre que despertó un apasionado amor en la joven escritora que la marcó y atormentó, pero que nunca le fue correspondió con la misma intensidad. Para él escribió una autobiografía y gran cantidad de cartas que, publicadas a la muerte de su destinatario, muestran los sentimientos más íntimos de la escritora.

A partir de 1840 se instala en Madrid y comienza un periodo de fecunda actividad literaria, consolidándose su prestigio. Participa en las veladas literarias del Liceo madrileño, donde se relaciona con los grandes escritores e intelectuales de la época que se convertirán en sus protectores y amigos.

El éxito literario coincide con la relación amorosa que la escritora mantiene durante 1844 y 1845 con el poeta Gabriel García Tassara. Entre ellos nace una relación que se basa en el amor, los celos, el orgullo y el temor. Tassara desea conquistarla para ser más que toda la corte de hombres que la asedian, pero tampoco quiere casarse con ella. Pero Avellaneda se rinde, y poco después casi la destroza. Tula está embarazada y soltera, en un Madrid de mediados del siglo XIX.

Tal es su amarga soledad y pesimismo, viendo lo que se le viene encima, que escribe «Adiós a la lira», una despedida de la poesía. Piensa que es su final como escritora. Pero no será así.

Su hija María (Brenilde cómo ella la llamaba) nació en abril de 1845, pero sólo sobrevivirá siete meses, sin que su padre se digne a verla, ni mucho menos reconocerla como suya. Son escalofriantes las cartas escritas por Gertrudis a Tassara para pedirle que vea a su hija antes de que muera, para que la niña pueda sentir el calor de su padre antes de cerrar los ojos para siempre.

En ese mismo año obtuvo los dos primeros premios de la competencia poética organizada por el Liceo Artístico y Literario de Madrid, momento a partir del cual Gertrudis figuró entre los escritores de renombre de su época.

Gertrudis acepta en mayo de 1846 contraer matrimonio con Pedro Sabater, gobernador civil de Madrid en aquel entonces. La unión dura poco más de seis meses, pues Sabater morirá de una afección en la laringe en Burdeos en agosto de 1846. Esto la sume nuevamente en la tristeza, y tras pasar algunos meses en el convento de Nuestra Señora del Loreto de Burdeos reponiéndose de su pérdida, regresa a Madrid. Aquí, reanuda su relación amorosa con Ignacio de Cepeda, pero con idéntico resultado que la primera vez, pues Cepeda, de nuevo, no está a la altura de la apasionada Tula.

Entre 1849 y 1853 su éxito literario va en aumento (estrena siete obras dramáticas), pero también son años de soledad afectiva. Movida por el éxito de sus producciones y acogida tanto por la crítica literaria como por el público en 1953 presentó su candidatura a la Real Academia Española de la Lengua (RAE), pero su pretensión fue rechazada. ¿Por ser mujer?. Lo más probable.

Tras una relación amorosa con Antonio Romero Ortiz, la escritora se casará de nuevo en 1855 con Domingo Verdugo y Massieu, coronel y diputado a Cortes. Su labor literaria no decae en estos años, pero se verá alterada cuando su marido resulta gravemente herido en una disputa originada, precisamente, a raíz del estreno de su obra Los tres amores. En 1859 el matrimonio se traslada a Cuba con la esperanza de que el clima del Caribe le sane.

Tula, entretanto, continúa con sus trabajos literarios. Fue celebrada y agasajada por sus compatriotas, y en el Liceo de la Habana fue proclamada poetisa nacional.

Durante seis meses dirigió una revista en la capital de la Isla, titulada Álbum Cubano de lo bueno y lo bello (1860), publicando en este medio, además de sus leyendas La montaña maldita, La dama de Amboto y La flor del ángel, sus discutidos artículos sobre La mujer.

En 1863 regresó a Madrid, tras pasar por Nueva York, Londres, París y Sevilla. A finales de ese año, moría su esposo a consecuencia de la herida recibida en Madrid. El hecho, volvió a acentuar en la escritora la espiritualidad y devoción religiosa.

El 1 de febrero de 1873 se apaga definitivamente la luz de Gertrudis Gómez de Avellaneda en Madrid, donde se había dedicado, casi exclusivamente, a la tarea de corregir sus obras y preparar la edición completa de las mismas, Obras literarias, dramáticas y poéticas.

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