Los recursos naturales son imprescindibles para la supervivencia de los seres humanos y necesarios para los procesos industriales que desarrollan.

Es por ello que tanto a nivel gubernamental como local o particular en el mundo se compite por hacerse con su posesión o en su caso con su control.

Agua fuente de vida

A lo largo de la historia las civilizaciones conquistadoras adquirían poder político y económico dominando los recursos y la población de los territorios invadidos.

Sin embargo, con el avance de la tecnología, ya no se hace necesaria la mano de obra, pero siguen necesitándose, y cada vez más por su escasez y exigencias de la población, tanto los recursos naturales (agua potable, alimentos, tierras cultivables) así como energéticos (hidrocarburos) y minerales estratégicos.

La obtención de estos recursos, sobre todo por parte de los países deficitarios de tales, ha sido siempre una obsesión, ya que son vitales para la supervivencia. De ahí que se hayan convertido en motivo de máxima beligerancia, aunque a veces se disfrace con otros argumentos.

Aunque el agua ocupa el 71% de la superficie de la Tierra, el 96,5% es salada. Del restante 3,5% de agua dulce, el 67% está congelada, por tanto, para el consumo sólo hay disponible una pequeña cantidad. Y para colmo de males, esa pequeña cantidad está repartida de manera desigual en nuestro planeta (en el mundo hay casi 900 millones de personas que no tienen acceso directo a agua potable).

Sin embargo, el aumento exponencial de la población mundial y la producción de bienes, ha aumentado significativamente su demanda. Pero los expertos señalan que la importancia del agua se incrementará a medida que avance el calentamiento global.

Tanto es así que las principales multinacionales y/o grupos de capital riesgo se están apresurando a invertir en este «oro azul».

Es más, las predicciones apuntan a que en el año 2050 podría haber más de 150 millones de personas como “refugiados ambientales” por fenómenos vinculados a inundaciones recurrentes o a sequías devastadoras.

En el ojo del huracán

África reúne en sí misma, como en pocos otros lugares, bolsas ingentes de pobreza y subdesarrollo así como una enorme riqueza natural, lo que le ha valido para estar sumida en un conflicto permanente, grandes cuotas de corrupción y periódicas y violentas guerras.

El continente africano alberga, tanto en tierra como en sus aguas adyacentes, ingentes cantidades de minerales estratégicos y básicos para la vida tal cual la conocemos hoy.

Tiene enormes reservas de uranio y platino, la práctica totalidad de las reservas mundiales de cromo, la mitad de las de cobalto y manganeso, y una quinta parte de las de titanio.

También posee cantidades muy importantes de cobre, bauxita, coltán (un mineral estratégico, utilizado en microelectrónica, telecomunicaciones y en la industria aeroespacial), germanio, radio, casiterit (estratégico por su aplicación en sistemas de telecomunicaciones y aeronaves), estaño, zinc y otros minerales raros como europio, niobio y torio. Por si fuera poco, a todo ello se suman cuantiosas reservas de oro, diamantes, petróleo y gas natural.

Por tanto, es fácil de entender que países (como Estados Unidos, Canadá, Reino Unido, Australia y Francia, a los que se han sumado últimamente otros como China, India o Brasil) y sus empresas multinacionales se disputen la competencia por asegurarse los pactos con los gobernantes locales (muchos aprovechando el “tirón” de su época colonial).

Mantener sus economías, ritmos de producción y en muchos casos a sus poblaciones bien alimentadas lleva a estos países y empresas a conseguir en el exterior energía, metales y minerales estratégicos (cuando no alimentos) incluso bajo la apariencia de ayudas al desarrollo en las modalidades de préstamos, inversiones directas (infraestructuras, construcciones, carreteras, puentes, presas, colegios, hospitales, etc) y donaciones, a cambio de la participación activa en el mercado interno, poder acceder a la extracción, reparto y control de materias primas y recursos estratégicos, consiguiendo además importantes reducciones fiscales.

En contrapartida, los expertos subrayan que tanto organismos, países como empresas son ampliamente responsables de la degradación del medio ambiente en los países “explotados”, así como de muertes en las minas o en zonas cercanas, reasentamientos forzados e injustos, violación de los derechos laborales y otros excesos.

Pero esto no sólo ocurre en África, sino también en Latinoamérica donde las cuencas del río de la Plata (3,1 millones de kilómetros cuadrados) y el acuífero Guaraní (1,2 millones de kilómetros cuadrados), zona que se extienden por Argentina, Brasil, Uruguay, Paraguay y Bolivia, concentran el 25% del agua potable del mundo, lo que le otorga una importancia sobresaliente concentrando a los principales centros urbanos e industriales del Cono Sur del continente.

A esto se le une la riqueza mineral de la selva amazónica. En Perú, Colombia, Bolivia, Ecuador, Venezuela y Brasil existen importantes yacimientos de plata, zinc, cobre, estaño, oro, molibdeno, hierro, manganeso, antimonio,esmeraldas, diamantes y coltán, además de hidrocarburos, de los que Venezuela tienen grandes cantidades (se cree que podría disponer de hasta el 25% de todas las reservas probadas de petróleo del mundo).

Estas riquezas, tanto hídricas como minerales, hacen que Latinoamérica, y muy especialmente la Amazonía, sean objeto de deseo para potencias y multinacionales y susceptible por tanto de posibles enfrentamientos geopolíticos.

Pero igualmente sucede en los ricos pastizales que abundan en Mongolia; en el Tibet, fuente casi inagotable para los chinos de recursos de todo tipo, desde los más de 90 minerales ya localizados, hasta las energías geotérmicas y solares, pues no en vano es la zona de mayor radiación solar de la nación, pero sobre todo de agua; en Turquestán Oriental (denominada oficialmente como Región Autónoma Uigur de Xinjiang) que alberga cifras fabulosas de recursos naturales en su gran mayoría sin explotar (carbón, oro, uranio, cobre, plomo, zinc, tungsteno, petroleo, gas y energía eólica); en las tierras fértiles y productivas de Ucrania (maíz, trigo, azúcar, colza como biocombustible).

De esta brutal explotación de los recursos naturales de todo tipo tampoco se libran los polos, tanto Ártico como Antártico, gracias al deshielo, como consecuencia del cambio climático, y los avances tecnológicos que requieren de ellos para llevarse a cabo.

La región ártica cuenta con una superficie de unos 20 millones de kilómetros cuadrados, que incluyen el océano Glacial Ártico y una serie de tierras correspondientes a las masas de Groenlandia, el continente Euroasiático y América del Norte. En ella, se alberga una gran cantidad de recursos energéticos: el 30% de las reservas mundiales no descubiertas de gas natural y el 13% de las de petróleo; oro, platino, diamantes, bauxita, carbón, cobre, manganeso, molibdeno, níquel, plomo, zinc y un largo etcétera; así como bancos de peces y una fauna de importante valor comercial.

Por tanto, no es de extrañar que ocho países “árticos” (Canadá, Rusia, Dinamarca, Noruega, Suecia, Finlandia, Islandia y Estados Unidos) se disputen económicamente la zona y algunos hasta la soberanía territorial y sus aguas continentales.

Un importante interés estratégico añadido del deshielo del Ártico es la posibilidad de utilizar nuevas rutas marítimas, pero esto también ha generado un conflicto de intereses ya que algunos de estos países entienden que son sus aguas interiores, por tanto les corresponde establecer condiciones de tránsito, y otros, por el contrario, consideran que estos estrechos deben estar abiertos a la libre navegación internacional.

Por su parte, la Antártida, considerada la mayor reserva de agua del planeta, posee unos recursos naturales que aún no se han podido evaluar con exactitud.

Hay probabilidad de hallar hidrocarburos en la plataforma submarina de las cuencas de los mares de Weddell, de Amundsen, de Bellingshausen y la del mar de Ross, junto a la Barrera de hielo de Amrey; también se están considerando otras zonas, especialmente en la Antártida occidental, como el banco Burdwood o Namuncurá.

Además, dispone de recursos de pesca de alto valor, dándose una gran cantidad de vida animal en la zona a pesar de las condiciones climáticas extremas.

En cuanto a recursos mineros, ya se ha confirmado que en la península Antártica se encuentra molibdeno, cobre, plomo, zinc, plata, hierro, cromo, níquel y cobalto. Y se buscan yacimientos polimetálicos y de hidrocarburos en las grandes profundidades y en las aguas adyacentes al continente.

Por si fuera poco, la Antártida es una inmejorable plataforma para moverse hacia el espacio exterior, por sus condiciones climáticas parecidas, en un contexto como el actual en el que se anuncia el inicio de un camino hacia la Luna y de ahí saltar a Marte.

Es por todo este potencial económico que existen reclamaciones delimitadas de Chile, Argentina, Reino Unido, Australia, Nueva Zelanda, Francia y Noruega para repartirse la Antártida. Pero la Atlántida también tiene un indudable valor estratégico que la hace codiciada para varios países de la zona.

Camino del desastre ecológico

Es indudable que el consumo de los recursos naturales por parte del conjunto de los seres humanos excede a los que el planeta puede regenerar.

Son muchos los factores que entran en juego: el número de habitantes, el entramado industrial de un país con respecto a sus recursos naturales; y los hábitos de consumo, que tienden a incrementarse con el desarrollo social y la urbanización, lo que implica un mayor consumo de todo tipo de bienes (alimentos, energía…).

También se han generado más residuos, como el dióxido de carbono (CO2), de los que la biosfera puede absorber.

Las consecuencias son innegables, como la deforestación, que a su vez produce un incremento del dióxido de carbono y una reducción de la biodiversidad. Pero también la falta de lluvias, lo que genera sequías y, por tanto, una menor disponibilidad de agua dulce líquida en superficie y acuíferos.

Los datos son ciertamente preocupantes. Los habitantes del planeta ya consumimos 7 veces más recursos naturales de lo que la Tierra puede producir por sí misma, por lo que de seguir así la competencia entre los países por ellos está asegurada.

Para los expertos, la solución pasa por repartir adecuadamente los escasos recursos entre todos los habitantes del planeta, cambiar de hábitos, utilizar productos reciclables y reducir el consumo así como la reforestación alrededor de las ciudades.

¿Será posible apartar los egoísmos, las ambiciones y las ansias de dominio de los líderes políticos y los intereses económicos antes de que sea demasiado tarde?

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