El filósofo Platón se refirió por primera vez a la Atlántida en el año 360 a.C. describiéndola como una tierra llena de abundancias y bellezas naturales.

El encendido debate sobre su ubicación perdura hoy día y la sitúan en muy distintos y alejados lugares unos de otros.

¿Mito o realidad?

Platón menciona la Atlántida en dos de sus obras que conforman los “diálogos”: en el Timeo y en el Critias.

Los “diálogos” de Platón (conservados en su totalidad) están divididos en tres etapas y en ellos trata muy diferentes cuestiones tales como el origen del universo, la estructura de la materia, la naturaleza humana, las guerras, la medicina, etc., influyendo notablemente en toda la filosofía y ciencia posteriores.

Los personajes de estos textos son generalmente reales (Sócrates, Parménides, Gorgias...), aunque de algunos de ellos no se tiene registro histórico. Concretamente, el sofista Critias parece que pueda ser el abuelo del mismísimo Platón.

Critias es precisamente quien describe en los “diálogos” una isla llamada Atlántida, o a la que el propio filósofo denominó de esta forma, como un lugar cuyo control se extendía “más allá de las columnas de Hércules (Estrecho de Gibraltar), rica en recursos mineros y fauna animal".

Sostiene que la Atlántida existió desde una época muy remota, que “era más grande que Libia y Asia juntas", de unos 925 metros de diámetro, y que estaba rodeada de varias estructuras circulares (anillos concéntricos).

Platón cuenta que en la isla reinaban los descendientes de Poseidón (dios griego de los mares), pero que tiempo después el linaje se mezcló con los mortales y se degradó dando lugar a enfrentamientos durante años con los atenienses, antes sus aliados.

Luego, señala, vino un tiempo en el que se produjeron grandes terremotos e inundaciones que asolaron la isla y finalmente fue tragada por el mar perdiéndose para siempre.

Efectivamente, la Atlántida, leyenda o realidad, se perdió para siempre en la bruma del tiempo. Sin embargo, o precisamente por ello, no ha dejado de cautivar la imaginación de académicos y exploradores para ir en su busca, lo mismo que ocurrió por ejemplo con Troya y al final se encontró.

Como por imaginar que no quede, a falta de una ubicación exacta en el mapa, la Atlántida, habitada según Platón por una civilización muy avanzada, se ha pretendido situar tanto en Inglaterra (Devon) como cerca de Cuba, en los alrededores de las Azores o en medio del Atlántico. Nada. Pero las teorías y la búsqueda continúan.

En busca de pistas

En el año 2001 fue propuesta por el geólogo francés Jacques Collin-Girard como candidata a Atlántida la isla de Espartel, situada en el Golfo de Cádiz.

Esta isla, efectivamente, está sumergida a unos 60 metros bajo las agua del Estrecho de Gibraltar, entre España y Marruecos. Esta fue asolada, según los últimos descubrimientos geológicos, por un terremoto de gran magnitud hace unos 12.000 años, fecha que coincide con la proporcionada por Platón.

Un equipo de investigación, avalado por la Universidad de Wuppertal (Alemania) y dirigido por Rainer Kuehme, presentó en 2004 como prueba de la evidencia de que los restos de la famosa Atlántida reposan en la zona de Marisma de Hinojos, cerca de la ciudad de Cádiz, una serie de fotografías realizadas por satélite donde, según su versión, se captaron dos estructuras rectangulares rodeadas por anillos concéntricos, descripción coincidente con Platón y que supuestamente corresponderían al templo de "plata" consagrado a Poseidón y el templo "dorado" levantado en honor a Cleito.

Por los sedimentos hallados se deduce, como en el relato del filósofo griego, que un terremoto de gran intensidad y un consecuente tsunami, con olas superiores a los 10 metros de altura, destruyeron la isla.

Según el director de la investigación, la referencia "isla" sería simplemente la región de la costa del sur de España destruida por una inundación ocurrida entre 800 y 500 a.C. Pero Platón, dice, menciona la existencia de una “llanura”, que podría ser la que se extiende desde la costa sur de España hasta Sevilla, así como unas altas montañas que bien podrían corresponder a las de Sierra Morena y Sierra Nevada. Sobre la riqueza metalúrgica de la Atlántida estaría avalada por la abundante existencia de cobre en la zona.

Para Rainer Kuehme no hay duda: "Éste es el único lugar que parece concordar con la descripción de Platón".

Tartessos

Numerosas fuentes históricas de la antigüedad, como las obras de Herodoto, Eforo, Anaconte, Aristófanes o Estrabón, citan el país de los tartessos.

Con este nombre conocían los griegos a la, posiblemente, primera civilización de Occidente. Un estado organizado, urbano, muy avanzado política y culturalmente, y rico.

Su riqueza provenía de la agricultura, la ganadería y la pesca, pero sobre todo de la minería (oro, la plata, el estaño y el bronce que ya extraían en el s. X a.C. y muy numerosa en la zona) y de sus relaciones comerciales con los pueblos del Mediterráneo oriental (fenicios, griegos, etc). De hecho, los tartessos se convirtieron en los principales proveedores de bronce y plata de aquellos. De esta forma, alcanzaron un gran poder y esplendor.

Esta civilización tartésica estaba situada en el suroeste de la Península Ibérica y su capital a dos días de viaje (1.000 estadios) de las columnas de Hércules (Gibraltar). Hoy se sabe que desde Gibraltar a la desembocadura del Guadalquivir hay 900 estadios. Su asentamiento en la zona dataría de al menos el 1.200 a.C.

Para los expertos, la elección del lugar estaría marcado por el río que bañaba la zona, entonces denominado “Tartessos”, y al que posteriormente los romanos bautizarían como “Betis” y los musulmanes como “Guadalquivir”.

Estos pobladores, pues, llamarían “Tartessos” a ese río, a su reino y a su capital, situada en la desembocadura del mismo.

Según las crónicas de estos escritores de la antigüedad, los tartessos construyeron obras de ingeniería para regular y aprovechar el caudal del río, a cuyas orillas habían edificado un gran número de ciudades ricas y florecientes. Además, eran considerados muy cultos (“los íberos más cultos”) pues conocían la escritura e incluso tenían crónicas históricas, poemas, leyes en verso y una compleja estructura política, aunque no se sabía de dónde provenía su lengua ni cuando comenzaron a usar la escritura.

La forma de gobierno de Tartessos era la monarquía con sede en una capital desde la que controlaba todo el territorio. De estos se citan varios nombres: Gerión, Norax, Gángoris o Habis, pero sólo de uno de estos monarcas se tienen referencias históricas concretas, Argantonio (el “Hombre de plata”), último rey de Tartessos, al menos que se sepa.

Sobre Argantonio se dice (Anacreonte, Rufo Festo Avieno, Estrabón, Luciano, Cicerón, Plinio, Valerio Máximo...) que reinó entre los años 630-550 a.C. y se menciona su incontable riqueza, pacifismo, sabiduría , longevidad (se dice que vivió más de cien años), hospitalidad y generosidad, así como de sus amigables relaciones con los griegos focenses.

Cuando los fenicios tenían su capital en Tiro, el comercio entre estos y los tartessos era floreciente y fluido pero cuando estos perdieron en ciudades en oriente a manos babilonias (550 a.C) y se trasladaron a Cartago (capital del Estado púnico) rompieron toda relación con oriente y se convirtieron, con su poderosa armada, en la en la primera potencia económica y militar en el Mediterráneo occidental.

Con ello, también rompieron el vínculo comercial entre los griegos focenses y sus aliados con los tartessos unos treinta años antes de la muerte de Argantonio. Tras la muerte de éste, desaparece de forma abrupta todo registro de esta cultura, su monarquía y sus ciudades, incluida su capital, posiblemente conquistadas y aniquiladas por los cartagineses. Así, también la costa mediterránea española quedó bajo la influencia de Cartago (500 a.C) hasta que estos fueron derrotados por Roma.

Los tesoros de Tartessos

Las primeras investigaciones en busca de la mítica Tartessos, consultando las fuentes clásicas, llegaron en el siglo XIX, primero por el pintor anglofrancés George Bonsor y después por el alemán Adolf Schulten.

Ambos exploradores se aliaron para demostrar que Tartessos yacía en las Marismas de Doñana. Pero la falta de técnicas avanzadas y de recursos suficientes, sus investigaciones no surtieron efecto en ese momento, pero la obra de Schulten sobre Tartessos, publicada en 1924, supuso el punto de partida para investigaciones posteriores.

Sin embargo, el 30 de septiembre de 1958 todo iba a dar un vuelco importante. Una cuadrilla de trabajadores realizando labores para la edificación de un club para la Real Sociedad de Tiro al Pichón en la localidad sevillana de Camas, dejó al descubierto un recipiente de barro en cuyo interior aparecieron 16 placas, dos brazaletes, dos pectorales y un collar. Todas las piezas eran de oro macizo y pesaban casi tres kilos.

Una vez analizados estos objetos a la comunidad científica no le quedaron muchas dudas de que eran tesoros tartésicos. A estas muestras se las llamó “Tesoro de El Carambolo” por el cerro cercano de este nombre en el que se hallaron.

El arqueólogo Juan Mata Carriazo y su equipo excavaron durante tres años este yacimiento consiguiendo desenterrar muros, cerámicas, etc, al igual que en otros yacimientos de la zona ahora vinculados a esta civilización: en Huelva La Joya y el Cabezo de San Pedro; en Cádiz Mesas de Asta; en la de Sevilla, El Gandul y Carmona; en Córdoba, La Colina de los Quemados; en Badajoz, Medellín y Cancho Roano, e incluso en Portugal se considera tartesio el yacimiento de Alcácer do Sal.

Empezaba a vislumbrarse que Tartessos no era sólo virtual ni una invención de autores de la Antigüedad sino que en los estudios se veía un mapa de la civilización tartesia bien definido que se extendía por la mitad sur de la Península Ibérica.

El debate de los expertos en años posteriores se iba a centrar en la relación cultural, económica y artística de los tartessos y los fenicios a partir del siglo VIII a.C. ya que los segundos ocuparían también aquellas tierras.

¿Es Tartessos la Atlántida?

Pero a pesar de numerosas y pormenorizadas descripciones, a día de hoy, aún sigue sin encontrarse la capital de Tartessos, algo que por otro lado es comprensible puesto que en estos 3.000 años pasados la zona ha cambiado mucho.

Por ejemplo, cabría decir que de las dos desembocaduras del río en la provincia de Cádiz (en cuyo centro habría habido una gran laguna y al menos una isla donde se situaría la capital tartésica, hoy Doñana), la oriental ahora es mucho más estrecha y la occidental ya no existe quedando en su lugar una cadena de lagunas (actual Matalascañas y Huelva).

Investigaciones llevadas a cabo en Doñana en los últimos tiempos han determinado que allí ocurrieron dos catástrofes naturales (o tsunamis), una alrededor del 1500 a.C. y otra en el s. II d.C., que pudieron provocar perfectamente el hundimiento de lo que pudieron ser islas o terrenos secos.

Por todo ello, arqueólogos contemporáneos han creído ver en toda esta zona tartésica los restos de la Atlántida (también relacionándolos con la Tarsis bíblica). Tal es el caso, como ya se ha mencionado más arriba, de la tesis del francés Jacques Collina-Girard y de Rainer Kuehne. Probablemente el tiempo dirá.

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