Una respiración. Pausa. Otra respiración. Pausa. El mueble que tenía enfrente se estaba empezando a volver de puntitos blancos. Otra respiración. Intentó pausar, pero no pudo dejar de respirar rápido, muy rápido. Sintió como si una muchedumbre lo estuviera rodeando y abrazando hasta que sus órganos salieran por varios orificios creados por la presión.
Se levantó, caminó hasta la ventana y la abrió para sentir el frescor de un noviembre frío y húmedo. Desde hacía unos años no nevaba con tanta intensidad, pero ese no había dejado de nevar. En un momento dado, sin saber lo que estaba haciendo con exactitud, miró hacia el cielo: muchas nubes tapaban lo que parecía un foco de luz frío.
El castañeo de los dientes lo sacaron del ensimismamiento. Su cuerpo le estaba avisando del frío que hacía fuera, por lo que cerró la ventana y volvió al sofá. Se sentía mejor, aunque la respiración seguía siendo rápida, muy rápida. Después pensó en llamar a su mujer. Sin embargo, desechó la idea al recordar las palabras de su terapeuta: "No te preocupes Jonás, solo tienes que estar tranquilo, ser consciente de lo que está pasando por tu mente; solo de esa manera te podrás poner bien".
— El problema es que estoy bien. Es mi puta cabeza la que no me deja estarlo… — dijo con cabreo.
Se volvió a levantar y fue a la cocina para beber un vaso de agua. Pensó que, si tomaba un poco de agua a buches pequeños, lo ayudaría a calmarse. Después de bebérselo, miró la hoja del cuchillo, que estaba sujeto en un imán de pared. Reluciente. Nuevo. Su mano derecha se levantó para cogerlo, pero hizo un esfuerzo atroz para que aquello no sucediera. ¿En qué estaba pensando su cabeza?
Arrastrando los pies, volvió a sofá y se sentó. Cerró los ojos, respiró varias veces, se miró las manos, volvió a cerrar los ojos… Un dolor ciego detrás de la cabeza lo dejó sin visión. La respiración que se estaba empezando a calmar, explotó en bocanadas gigantescas. Una opresión en el centro del pecho hacía que las bocanadas también fueran trabajosas. Como si alguien le estuviera apretando desde detrás. Se levantó del sofá y caminó hacia alguna dirección. Lo único que podía intuir era el pequeño pero fuerte foco de luz. Decidió seguir aquella luz, pero enseguida recordó que aquello era la luna. "¿Cómo narices puedo intuir la luz de la luna y no ver nada más?", se dijo.
Volvió a recordar las palabras de su terapeuta y se quedó quieto. En medio de alguna parte del salón. Cogió aire por la nariz y lo fue expulsando lentamente por la boca. Una vez, dos veces, tres… La visión empezó a volver poco a poco. Una pequeña sonrisa se le dibujó en el rostro.
Lo primero que hizo tras recuperar la vista fue a abrir, de nuevo, la ventana y mirar hacia el cielo. Una luna azul gigantesca lo estaba mirando. Fija. Solo lo miraba a él. Y él a ella. Una rigidez dolorosa comenzó a subirle de entre las piernas. Después continuó por la espalda, llegando hasta la nuca, para luego concentrarse en la cabeza.
De repente, cerró la ventana, caminó hasta la cocina y cogió el reluciente cuchillo. Arrastrando los pies, llegó a la puerta principal, la abrió y salió. Miró hacia la derecha, después a la izquierda. Pestañeó varias veces con el ojo izquierdo. Solo con el izquierdo. El derecho parecía no necesitar lubricación. Se dirigió hacia la puerta de enfrente y pegó con los nudillos. La puerta se abrió tras unos segundos y apareció un pequeño. Jonás, con un movimiento descendente le clavó el cuchillo en la cabeza al niño. Seguidamente, entró a la casa y visitó todas las habitaciones del piso. Solo estaba el chico. Salió al rellano y subió dos tramos de escaleras.
Otra puerta. Misma operación. Sin embargo, no abrió nadie.
Bajó las escaleras y se adentró en su casa, cerrando tras su paso. Dejó el cuchillo encima del mueble de la entrada y se sentó en una silla de la cocina. Se quedó mirando la mesa, observando las vetas naturales de la madera, el color… Puso la mano en la superficie, con la palma hacia arriba, y cerró el puño.
— Estás loco… — dijo entre risas. — ¡Estás como una puta cabra…! Acabas de matar al hijo del vecino y ahora estás aquí, sentado en la cocina con toda la tranquilidad del mundo. — rió con fuerza.
Se golpeó con ímpetu el puño y gritó con violencia. Parecía que le estaba doliendo, pero enseguida abrió la mano, se levantó de la silla y se tiró al suelo, de espaldas. El golpe le provocó una pequeña sangrante herida. A los pocos segundos ya se encontraba la cabeza sobre un charco de sangre. Se giró, miró el suelo y después levantó la cabeza para mirar a la luna. Sin embargo, ahí ya no había nada. Y no era porque las nubes la hubieran tapado, sino porque el cielo estaba despejado y no se veía nada más que estrellas y un cielo oscuro. Sintió que algo le deslumbraba desde el pasillo, oteó y la rigidez acudió, de nuevo, a su cuerpo. Sin sentir dolor alguno, se levantó del suelo, caminó hasta el mueble de la entrada y recogió el cuchillo. En la hoja había restos de sesos y sangre coagulada. Por lo que se pasó la hoja por la lengua para limpiarla.
Abrió la puerta y salió al rellano. Allí se encontró con algunos vecinos apelotonados en la puerta de enfrente. Vio que uno de ellos sujetaba un teléfono y que estaba hablando con alguien. Se acercó poco a poco y le clavó el cuchillo en la nuca, en el punto más frágil del ser humano; un punto imposible de acertar si no es una persona entrenada especialmente para eso. Sin embargo, él dio de lleno al primer golpe. Las demás personas se dieron la vuelta y se quedaron de piedra al ver lo que había pasado. Jonás sacó la hoja de la nuca del vecino y fue a por los otros dos, que saltaron el cadáver del niño y se metieron en la casa.
De repente, oyó un ruido proveniente de la cocina de su casa. Entró de nuevo, cerró la puerta y, sosteniendo el cuchillo con firmeza, caminó hasta llegar al salón, donde tenía una panorámica perfecta de casi todo su hogar. Al observar con detenimiento, no encontró a nadie husmeando en ninguna parte.
— ¿Quién anda ahí?
Dio unos pasos hacia atrás y girando su cuerpo a la izquierda, se encontró con su imagen reflejada. No se reconoció.
— ¡Tú! ¡Fuera de mi puta casa…! — gritó.
Alzando el cuchillo amenazó a aquella persona que no reconoció. Como no se marchaba, le clavó el cuchillo varias veces. Una de las cuchilladas acabó clavándose en el vientre.
Después de aquello, soltó el cuchillo en el mueble de la entrada y caminó hasta el sofá, donde se sentó y respiró. Una respiración. Otra respiración. Se encontraba mucho mejor que al comienzo de la noche. "¿Por qué está tardando tanto esta mujer?", se dijo al mirar el reloj que tenía enfrente, colgado en la pared.
Mientras él estaba sentado, relajado, un foco de luz fría se acercó a él. Jonás abrió los ojos y se dio cuenta de que la luz que vio al principio no fue la luna, sino aquello que estaba a unos pocos centímetros de su cara. Con los ojos entrecerrados intentó adivinar qué narices era aquello. Sin embargo, la rigidez que había sentido cada vez que había visto aquella luz se acentuó en sus piernas. Intentó levantarse, pero solo movió la cintura.
De aquella luz salieron unas voces que resonaron en su cabeza, como si alguien estuviera usando un altavoz en su oído.
— Has hecho lo correcto…
Jonás intentó tocar a aquella cosa, en cambio, una especie de calambre le recorrió el cuerpo cuando uno de sus dedos de la mano tocó un pequeño rayo de luz. Él, sin embargo, no sintió ningún dolor, solo oyó el sutil chisporroteo de la electricidad entre sus dedos. En aquel momento, el brazo se le quedó dormido.
— Nunca podrás tocarme…
— ¿Qué narices eres?
— La peor pesadilla que hayas podido ver en tu vida. Gracias a mí eres consciente de la clase de persona que eres.
— No te entiendo… — hizo un gesto de desaprobación y a continuación dijo:
— Esto no puede ser real, joder. Cada vez estoy más loco… — dijo entre risas. — Lo que estás viendo ahora mismo no es una recreación de tu cerebro, Jonás. Pero si es lo que quieres…
Jonás intentó levantarse de nuevo. Sin embargo, sus piernas no respondieron a la orden del cerebro. Con la mano derecha se puso el brazo izquierdo encima de las piernas y pudo observarse pequeñas pústulas en la piel. La respiración se le agitó tanto que comenzó a ver pequeños puntos blancos por todo el salón. Sintió un picor insoportable en el brazo y se rascó sin darse cuenta, creando un dolor aún peor. Cuando se volvió a mirar el brazo, las pústulas se habían transformado en una especie de bubas. Y dentro de ellas había un líquido azulado con una apariencia un tanto asquerosa. Como si el cuerpo hubiera creado una mezcla de mucosidades y las estuviera expulsando.
Una presión en la cabeza muy fuerte hizo que respirase hondo. La presión se fue relajando poco a poco. Cerró los ojos y miró a través de la ventana mientras continuaba sentado en el sofá. Volvió a mirarse el brazo y no encontró rastro alguno de pústulas o bubas. Lo que sí encontró fue una mancha de sangre muy grande en toda su ropa. Las respiraciones se aceleraron. Más rápido. Se levantó la camiseta y se encontró varias cuchilladas: una la tenía en el vientre, la otra estaba en el costado derecho. Intentó respirar hondo, pero lo pudo hacer con bastante dificultad. Sintió un sabor férreo que le subía por la garganta y escupió sangre. Ahí fue cuando comprendió que la persona que había visto no era nadie más que él.
Rio a carcajadas hasta que un golpe de tos lo dejó sin aire. Intentó respirar. No pudo. Lo intentó de nuevo, pero también fue imposible llevar un poco de oxígeno a los pulmones. Con los ojos muy abiertos intentó hacer algo imposible para una parte del cuerpo que solo sirve para ver. Poco a poco fue sintiendo la misma presión de antes en la cabeza y sentía que todo se volvía de color blanquecino. Intentó, desesperadamente, respirar; sin embargo, su cuerpo no pudo soportar ningún esfuerzo más. Cerró los ojos. La luz fría también se apagó, dejando la habitación sumida en la más absoluta oscuridad; dejando que el cuerpo de Jonás se enfriara tanto como la luz, para luego ser devorado por las propias bacterias de la vida. Y en aquella aterradora penumbra, su cuerpo exhaló el último resquicio de aire que quedaba en sus perforados pulmones.
Una respiración. Pausa. Otra respiración. Pausa. El mueble que tenía enfrente se estaba empezando a volver de puntitos blancos. Otra respiración. Intentó pausar, pero no pudo dejar de respirar rápido, muy rápido. Sintió como si una muchedumbre lo estuviera rodeando y abrazando hasta que sus órganos salieran por varios orificios creados por la presión.
Se levantó, caminó hasta la ventana y la abrió para sentir el frescor de un noviembre frío y húmedo. Desde hacía unos años no nevaba con tanta intensidad, pero ese no había dejado de nevar. En un momento dado, sin saber lo que estaba haciendo con exactitud, miró hacia el cielo: muchas nubes tapaban lo que parecía un foco de luz frío.
El castañeo de los dientes lo sacaron del ensimismamiento. Su cuerpo le estaba avisando del frío que hacía fuera, por lo que cerró la ventana y volvió al sofá. Se sentía mejor, aunque la respiración seguía siendo rápida, muy rápida. Después pensó en llamar a su mujer. Sin embargo, desechó la idea al recordar las palabras de su terapeuta: "No te preocupes Jonás, solo tienes que estar tranquilo, ser consciente de lo que está pasando por tu mente; solo de esa manera te podrás poner bien".
— El problema es que estoy bien. Es mi puta cabeza la que no me deja estarlo… — dijo con cabreo.
Se volvió a levantar y fue a la cocina para beber un vaso de agua. Pensó que, si tomaba un poco de agua a buches pequeños, lo ayudaría a calmarse. Después de bebérselo, miró la hoja del cuchillo, que estaba sujeto en un imán de pared. Reluciente. Nuevo. Su mano derecha se levantó para cogerlo, pero hizo un esfuerzo atroz para que aquello no sucediera. ¿En qué estaba pensando su cabeza?
Arrastrando los pies, volvió a sofá y se sentó. Cerró los ojos, respiró varias veces, se miró las manos, volvió a cerrar los ojos… Un dolor ciego detrás de la cabeza lo dejó sin visión. La respiración que se estaba empezando a calmar, explotó en bocanadas gigantescas. Una opresión en el centro del pecho hacía que las bocanadas también fueran trabajosas. Como si alguien le estuviera apretando desde detrás. Se levantó del sofá y caminó hacia alguna dirección. Lo único que podía intuir era el pequeño pero fuerte foco de luz. Decidió seguir aquella luz, pero enseguida recordó que aquello era la luna. "¿Cómo narices puedo intuir la luz de la luna y no ver nada más?", se dijo.
Volvió a recordar las palabras de su terapeuta y se quedó quieto. En medio de alguna parte del salón. Cogió aire por la nariz y lo fue expulsando lentamente por la boca. Una vez, dos veces, tres… La visión empezó a volver poco a poco. Una pequeña sonrisa se le dibujó en el rostro.
Lo primero que hizo tras recuperar la vista fue a abrir, de nuevo, la ventana y mirar hacia el cielo. Una luna azul gigantesca lo estaba mirando. Fija. Solo lo miraba a él. Y él a ella. Una rigidez dolorosa comenzó a subirle de entre las piernas. Después continuó por la espalda, llegando hasta la nuca, para luego concentrarse en la cabeza.
De repente, cerró la ventana, caminó hasta la cocina y cogió el reluciente cuchillo. Arrastrando los pies, llegó a la puerta principal, la abrió y salió. Miró hacia la derecha, después a la izquierda. Pestañeó varias veces con el ojo izquierdo. Solo con el izquierdo. El derecho parecía no necesitar lubricación. Se dirigió hacia la puerta de enfrente y pegó con los nudillos. La puerta se abrió tras unos segundos y apareció un pequeño. Jonás, con un movimiento descendente le clavó el cuchillo en la cabeza al niño. Seguidamente, entró a la casa y visitó todas las habitaciones del piso. Solo estaba el chico. Salió al rellano y subió dos tramos de escaleras.
Otra puerta. Misma operación. Sin embargo, no abrió nadie.
Bajó las escaleras y se adentró en su casa, cerrando tras su paso. Dejó el cuchillo encima del mueble de la entrada y se sentó en una silla de la cocina. Se quedó mirando la mesa, observando las vetas naturales de la madera, el color… Puso la mano en la superficie, con la palma hacia arriba, y cerró el puño.
— Estás loco… — dijo entre risas. — ¡Estás como una puta cabra…! Acabas de matar al hijo del vecino y ahora estás aquí, sentado en la cocina con toda la tranquilidad del mundo. — rió con fuerza.
Se golpeó con ímpetu el puño y gritó con violencia. Parecía que le estaba doliendo, pero enseguida abrió la mano, se levantó de la silla y se tiró al suelo, de espaldas. El golpe le provocó una pequeña sangrante herida. A los pocos segundos ya se encontraba la cabeza sobre un charco de sangre. Se giró, miró el suelo y después levantó la cabeza para mirar a la luna. Sin embargo, ahí ya no había nada. Y no era porque las nubes la hubieran tapado, sino porque el cielo estaba despejado y no se veía nada más que estrellas y un cielo oscuro. Sintió que algo le deslumbraba desde el pasillo, oteó y la rigidez acudió, de nuevo, a su cuerpo. Sin sentir dolor alguno, se levantó del suelo, caminó hasta el mueble de la entrada y recogió el cuchillo. En la hoja había restos de sesos y sangre coagulada. Por lo que se pasó la hoja por la lengua para limpiarla.
Abrió la puerta y salió al rellano. Allí se encontró con algunos vecinos apelotonados en la puerta de enfrente. Vio que uno de ellos sujetaba un teléfono y que estaba hablando con alguien. Se acercó poco a poco y le clavó el cuchillo en la nuca, en el punto más frágil del ser humano; un punto imposible de acertar si no es una persona entrenada especialmente para eso. Sin embargo, él dio de lleno al primer golpe. Las demás personas se dieron la vuelta y se quedaron de piedra al ver lo que había pasado. Jonás sacó la hoja de la nuca del vecino y fue a por los otros dos, que saltaron el cadáver del niño y se metieron en la casa.
De repente, oyó un ruido proveniente de la cocina de su casa. Entró de nuevo, cerró la puerta y, sosteniendo el cuchillo con firmeza, caminó hasta llegar al salón, donde tenía una panorámica perfecta de casi todo su hogar. Al observar con detenimiento, no encontró a nadie husmeando en ninguna parte.
— ¿Quién anda ahí?
Dio unos pasos hacia atrás y girando su cuerpo a la izquierda, se encontró con su imagen reflejada. No se reconoció.
— ¡Tú! ¡Fuera de mi puta casa…! — gritó.
Alzando el cuchillo amenazó a aquella persona que no reconoció. Como no se marchaba, le clavó el cuchillo varias veces. Una de las cuchilladas acabó clavándose en el vientre.
Después de aquello, soltó el cuchillo en el mueble de la entrada y caminó hasta el sofá, donde se sentó y respiró. Una respiración. Otra respiración. Se encontraba mucho mejor que al comienzo de la noche. "¿Por qué está tardando tanto esta mujer?", se dijo al mirar el reloj que tenía enfrente, colgado en la pared.
Mientras él estaba sentado, relajado, un foco de luz fría se acercó a él. Jonás abrió los ojos y se dio cuenta de que la luz que vio al principio no fue la luna, sino aquello que estaba a unos pocos centímetros de su cara. Con los ojos entrecerrados intentó adivinar qué narices era aquello. Sin embargo, la rigidez que había sentido cada vez que había visto aquella luz se acentuó en sus piernas. Intentó levantarse, pero solo movió la cintura.
De aquella luz salieron unas voces que resonaron en su cabeza, como si alguien estuviera usando un altavoz en su oído.
— Has hecho lo correcto…
Jonás intentó tocar a aquella cosa, en cambio, una especie de calambre le recorrió el cuerpo cuando uno de sus dedos de la mano tocó un pequeño rayo de luz. Él, sin embargo, no sintió ningún dolor, solo oyó el sutil chisporroteo de la electricidad entre sus dedos. En aquel momento, el brazo se le quedó dormido.
— Nunca podrás tocarme…
— ¿Qué narices eres?
— La peor pesadilla que hayas podido ver en tu vida. Gracias a mí eres consciente de la clase de persona que eres.
— No te entiendo… — hizo un gesto de desaprobación y a continuación dijo:
— Esto no puede ser real, joder. Cada vez estoy más loco… — dijo entre risas. — Lo que estás viendo ahora mismo no es una recreación de tu cerebro, Jonás. Pero si es lo que quieres…
Jonás intentó levantarse de nuevo. Sin embargo, sus piernas no respondieron a la orden del cerebro. Con la mano derecha se puso el brazo izquierdo encima de las piernas y pudo observarse pequeñas pústulas en la piel. La respiración se le agitó tanto que comenzó a ver pequeños puntos blancos por todo el salón. Sintió un picor insoportable en el brazo y se rascó sin darse cuenta, creando un dolor aún peor. Cuando se volvió a mirar el brazo, las pústulas se habían transformado en una especie de bubas. Y dentro de ellas había un líquido azulado con una apariencia un tanto asquerosa. Como si el cuerpo hubiera creado una mezcla de mucosidades y las estuviera expulsando.
Una presión en la cabeza muy fuerte hizo que respirase hondo. La presión se fue relajando poco a poco. Cerró los ojos y miró a través de la ventana mientras continuaba sentado en el sofá. Volvió a mirarse el brazo y no encontró rastro alguno de pústulas o bubas. Lo que sí encontró fue una mancha de sangre muy grande en toda su ropa. Las respiraciones se aceleraron. Más rápido. Se levantó la camiseta y se encontró varias cuchilladas: una la tenía en el vientre, la otra estaba en el costado derecho. Intentó respirar hondo, pero lo pudo hacer con bastante dificultad. Sintió un sabor férreo que le subía por la garganta y escupió sangre. Ahí fue cuando comprendió que la persona que había visto no era nadie más que él.
Rio a carcajadas hasta que un golpe de tos lo dejó sin aire. Intentó respirar. No pudo. Lo intentó de nuevo, pero también fue imposible llevar un poco de oxígeno a los pulmones. Con los ojos muy abiertos intentó hacer algo imposible para una parte del cuerpo que solo sirve para ver. Poco a poco fue sintiendo la misma presión de antes en la cabeza y sentía que todo se volvía de color blanquecino. Intentó, desesperadamente, respirar; sin embargo, su cuerpo no pudo soportar ningún esfuerzo más. Cerró los ojos. La luz fría también se apagó, dejando la habitación sumida en la más absoluta oscuridad; dejando que el cuerpo de Jonás se enfriara tanto como la luz, para luego ser devorado por las propias bacterias de la vida. Y en aquella aterradora penumbra, su cuerpo exhaló el último resquicio de aire que quedaba en sus perforados pulmones.
Imagen de kalhh