Suponga el amable lector que un día, el hombre y la mujer de la época prehistórica, deciden llevar como vestimenta un atuendo hecho con piel de bisonte en lugar de foca o mamut.

La decisión no tiene nada que ver con la temperatura del medio, amparo contra los animales o las picaduras de insectos así como las espinas de los matorrales.

Escogen el tipo de cuero porque les gusta, por adoptar un hábito cualquiera o simple capricho del momento. Experimentan algo confortable con su perfil sobre la tierra, las paredes de las cuevas, las rocas o su reflejo en la laguna o en el mar.

Asimismo, el antojo les dicta que sería buena idea hilvanar en una delgada tripa de oveja, algunos dientes de la misma o conchas de moluscos para lucirlos alrededor del cuello. Les parece un ornamento lleno de magia y encanto. Toda una tendencia “unisex” para el atuendo prevaleciente durante la última glaciación del globo terráqueo.

Tal vez la razón fue de otra índole. ¿Por qué no verse más atractivo? ¿Por qué no pugnar por la belleza personal? ¿Hay algo de malo en querer lucir más guapo? ¿Por qué creer que el adquirir cierta notoriedad a través de la indumentaria es solo petulancia? ¿Existe un motivo para censurar la rareza o la innovación?

Cabe preguntarse cuál fue el momento en que los primeros pobladores considerados humanos, tuvieron noción de su figura, de su físico. En qué fase comenzó a tener relieve el sentirse bien con la traza de uno mismo. Pudiera pensarse que los primeros pobladores no le daban ninguna significación o gran peso a tales cosas, pero a lo mejor estaríamos equivocados.

Todo apunta a que un día, el hombre y la mujer primitivos no encontraron que fuera una incongruencia el llevar un atavío que los protegiera de las inclemencias ambientales, los peligros de la fauna, los accidentes de la naturaleza; a la vez que se sentían cómodos con su aspecto, con su imagen. Ello sin olvidar que se propagaba su estilo haciendo de la imitación algo así como una forma de vivir.

Con el transcurso de los milenios y siglos, la moda fue cobrando auge convirtiéndose en un valor muy obedecido, expuesto y estudiado hoy en día.

Suponga también quien esto lee, que la moda es en nuestra ápoca una especie de templo en donde resulta tan importante la talla o el número de calorías que se consumen, como la cantidad de feligreses que acuden a la liturgia. Lo paradójico es que la moda fomenta aquello que pretende evitar: la copia. Si el objetivo es ser único, insólito o por lo menos extraño; uno no se explica tanto obstinado que anda por ahí siendo eco de lo mismo.

¿Un arte?

¿Acaso la moda es un arte o un hábito pasajero? Hay quienes afirman que, por tratarse de una estética, el arte está involucrado. Por lo menos quienes confeccionan prendas así lo consideran. El vestido y los accesorios han formado parte del arreglo externo de los individuos desde tiempo inmemorial. En algunas ocasiones para resguardarse de ciertos atributos atmosféricos y, en otras, para despertar el interés de la gente. No es raro que alguna característica a la hora de emperifollarse tenga como único fin el llamar la atención.

No obstante, no parece que ponerse un pantalón rasgado o un pañuelo alrededor de una pierna sea algo muy artístico que digamos. Tampoco lo es el pintarse el pelo de verde, amarillo o púrpura. Hay que matizar. Algunos diseños contemporáneos parecen surgidos de la época paleolítica. No debe sorprender o alarmar que uno salga a la calle como si fuera un hombre o mujer de las cavernas.

En tanto para algunas personas el estar a la moda es una conducta respetable y hasta inteligente, para otros es un comportamiento borreguil que induce a la extravagancia. Hay quienes no tienen inconveniente alguno en caer en la mayor de las incomodidades, si los parámetros de lo que está en boga así lo dictan. No importa si un tipo de camisa o una gabardina específica ya se han agotado en todas las tallas; lo fundamental es conseguir la prenda. Se ha llegado al punto en que cierta ropa solo puede conseguirse en línea, a través de internet; de nada sirve acudir a las tiendas.

¿Por qué ocurre lo anterior? Porque todo indica que ya no basta con ser el portador de un atuendo o parte de él, un punto extra es llevarlo antes que los demás. La novedad es también parte de la victoria y hacerse notar es parte de ella. Convertirse en influencia sobre el resto otorga cierto grado de poder y “estatus social”.

A muchos les agrada sentirse parte de una masa, de una muchedumbre que consume más que formar parte de una preferencia. Lo crucial es ser parte de aquello que adquiere fama al margen de que ésta se confunda con el éxito, el honor o el buen nombre.

Para un buen número de personas, la moda no es un arte sino una industria. Lo demuestra el hecho de que al examinarse sus estadísticas, revelan ciertos patrones de comportamiento, por lo menos aquellos que resultan más populares. Puede ser que la moda tenga un significado cultural dentro de una categoría social específica, pero no es uniforme para todos los países por obvias razones de clima y hábitos. Asimismo, las costumbres ancestrales tienen mucho que ver ya que suelen verse como si fueran sagradas e inviolables.

Uno de los problemas principales de la moda en la época contemporánea, es que pierde muy pronto su autenticidad, su frescura, su carácter natural (si alguna vez lo tuvo), porque se calca y propaga en demasía. Se falsifica. No solo se duplica sino que se multiplica. Entonces deja de ser relevante convirtiéndose en algo demasiado temporal, en un producto desechable del tipo “úsese-o-regálese”.

Pero los idólatras de la moda han descubierto que ésta es testaruda y machacona, por lo que es menester dejar en los estantes algo de ropa que estará vigente de nuevo en los meses o años por venir. Nunca debe olvidarse esta gran lección: la moda es cíclica.

La ridiculez al mando

A nadie le extrañe que una mujer sofisticada, exponiendo un lujoso y brillante vestido de noche con lentejuelas, lo combine calzando unos tenis raídos y quizá sucios. Lo que hoy parece un rasgo o una característica ridícula, en otra época fue tal vez ejemplo de elegancia o de buen gusto inclusive. El esperpento de hoy fue acaso señal de finura y gracia en otro tiempo y viceversa. Aquello que con el correr de los años se consideraba un toque de distinción, se transforma en una peculiaridad bárbara o grotesca. Pero lo que no se puede negar, es que las cosas por lo general se repiten una y otra vez hasta que se vuelven pintorescas o una especie de uniforme. Lo que hoy es “chic” puede ser vulgar mañana. No es inusual el que a fuerza de ponerse los mismos harapos una y otra vez, se termine por implantar una moda.

Así es como surgen los llamados estilos clásicos o retrospectivos. Por ello es recomendable no tirar todo lo que uno tiene en su guardarropa: en un santiamén puede revalorizarse algún andrajo para la próxima temporada. Desde luego, la calidad de la prenda no tiene nada que ver. Lo primordial es que goce de aceptación en las tiendas y su empuje económico tenga futuro.

Para cierta gente el vestir a la moda es casi (o sin el “casi”) un tema de vida o muerte. Las revistas ayudan mucho a que se imponga una práctica a la hora de arreglarse de acuerdo a un apego transitorio. “Cosmopolitan”, “Vanity Fair” y “Vogue” son algo así como la biblia de los trapos e hipotéticos adornos.

Colores que alguna vez se consideraron plebeyos e irreverentes, de pronto se convierten en modelos de refinamiento y exquisitez. Ciertos aliños y perifollos pasan a convertirse en obligatorios cuando antes, el solo hecho de pensar en ellos era una grosería imperdonable.

La presión que ejerce la sociedad en la indumentaria puede ser increíble, muy fuerte y definitiva. Acaso alguien recuerde que en los años 60’s del siglo XX, la moda era vestir como si uno fuera un limosnero, un indigente, un mendigo capaz de transmitir la peste bubónica medieval. Muchos quienes así lo hicieron, lucen ahora trajes y vestidos onerosos que nunca consideraron tener en sus armarios.

La moda tiene sus veleidades, quizá por ello esté tan vinculada al género femenino, aunque en la actualidad los varones también obedecen sus reglas y sus excentricidades. Lo que son disparates e incluso trastornos, nunca dejan de estar presentes en cualquiera de los géneros cuando se trata de la vestimenta. Uno no deja de sentir como si estuviera en medio de un concurso para ver quién es capaz del mayor de los ridículos y resultar triunfante sin controversia alguna, por unanimidad.

La estética de lo horrible

Lo que olvidamos con excesiva frecuencia, es que no es lo mismo exhibirse con una prenda sobre una plataforma que hacerlo en la calle. A menudo, más que valor para pasear por la avenidas con un vestido, un pantalón o una chamarra; se requiere imprudencia, candor o de plano, mal gusto o placer por despertar repugnancia.

Aquello que muchos consideran alta costura, para otros es ropa cotidiana para andar por casa o andrajos para producir vergüenza. Lo que se exhibe en los escaparates de lujo no siempre es lo más bello o sofisticado. Y aunque a alguien no le terminen de gustar ciertos atuendos o colores, por el hecho de ser parte de la moda le hace sentir que no tiene más remedio que llevarlos. Los diseñadores más famosos a menudo no invierten mucha materia gris en sus creaciones, y optan por lo que tienen más a la mano. Ni lo más elemental o complicado, son por regla, lo mejor. En ocasiones, en lugar de decidirse por regalar algo, quizá lo más conveniente sea tirarlo, olvidarse del asunto y poner cara de inocencia como si nunca se hubiese sido un infractor. La colectividad es la que manda.

Si la moda es una forma de reflejar nuestras inclinaciones en cuanto a ropaje, es obvio que no siempre las hemos tenido de nuestro lado. A menudo rompemos con esquemas solo por el deseo de hacerlo pese a caer en lo absurdo para ello. Se da por establecido que los convencionalismos son malos y no nos dejan ser libres, como si el hecho de ir en ruta opuesta garantizara la legitimidad y nos volviera más reales.

Ya que la moda depende de algo tan frágil como la naturaleza voluble del género humano, conviene no elaborar teorías. No hay que olvidar que la genuina razón que dio pie al nacimiento de las usanzas y costumbres, fue la necesidad de adaptarse al medio.

De nada servirían ciertas prácticas que no contribuyeran a contrarrestar el frío o el calor, las lluvias o la sequedad, el día y la noche. Tampoco hay que pasar por alto que, quien suele apartarse de cierta tendencia dominante, por lo común crea una nueva corriente con carácter diferenciador.

La elegancia suele ser distinta para el plebeyo y el aristócrata. El ocio y el trabajo influyen mucho en la forma de vestir de los individuos así como la idea de la eficacia y el entorno en que se desenvuelve cada linaje. A veces predomina el buen ver aunque se sienta molestia, y en otras ocasiones prevalece la holgura pese a que no es muy elegante o fina.

Lo que algunos psicólogos arguyen, es que la moda existe solo para liberar a la gente de la angustia de tener que elegir. Dejar dicha carga o compromiso en manos de una mayoría, quita esa incertidumbre a otros que no pueden hacer frente a tal tarea o les resulta demasiado inquietante.

Por otra parte, es muy aventurado el querer asignarle a la moda un propósito específico. Tan solo es, sin tener un objetivo último como suele buscársele a casi todo acto humano. Tal vez no sea más que un pasatiempo, una forma de gastar las horas del día por más irracional que esto parezca.


Imagen de Anastasia Gepp

Añadir Comentario

Top Videos