Hace aproximadamente cuatro siglos, en Francia, Versalles, vivió uno de sus más emblemáticos monarcas. Hablamos del Rey Luis XIV, el cual a mediados del año 1668 d.c. mandó construir a su más fiel consejero un jardín dentro de sus inmensos recintos, y fue allí, en el mismísimo corazón del palacio, donde nuestro Rey construyó su mayor legado, dejando plasmado un tesoro hasta nuestros tiempos.

Estamos hablando de su gran obra, majestuosa e implacable, la gran fuente de Apolo. Aunque no en unas condiciones perfectas, ya que ha sufrido un enorme ultraje.

La gran fuente de Apolo fue construida porque el Rey sentía una profunda admiración por el dios del sol, tan grande, que incluso se rumoreaba que sentía ser, en este mundo, la mismísima reencarnación del gran dios Griego.

Por lo tanto, no podía menos que realizar una gran obra, intentando plasmar su majestuosidad. Y tal fue así, que Luis XIV ordenó construir a uno de los mas grandes escultores de la época, de origen italiano, llamado Jean-Baptiste, una gran fuente solar que guardaba uno de los mayores secretos de la historia del mundo.

Fue diseñada por los ingenieros mas hábiles y, empleando una técnica nueva, colocaron en su interior lo que sería el mayor avance tecnológico de sus tiempos, un reloj solar, con un temporizador lumínico.

Ese complejo aparato fue colocado de tal modo que aquella fuente solar solo dejaba salir el agua de la garganta de sus fieles ciervos al momento del alba y el crepúsculo.

Generando este hecho una grandísima curiosidad en París y en toda Francia, se decía que este rey mantenía contacto con civilizaciones ya en el olvido, los grandes Dioses de la antigua Grecia, que yacen aún plasmados en sus hermosas esculturas de los jardines de Versalles.

Cuenta la leyenda que fue el último de los monarcas en mantener vivas las creencias antiguas. Quién sabe lo que realmente sucedió, no tenemos la bola de cristal, pero tenemos las pruebas que respaldan nuestras teorías. Y aunque sé que tal vez jamás nadie creerá esta historia, fue verdad.

Cuando era pequeña, supongo que no más de siete u ocho años, pude ver un documental acerca de esta fuente.

Contaba la historia de este extraño artilugio colocado para regular la salida del agua en la fuente de Apolo. Me impresionó tanto que, después de casi veinticinco años, seguía en mi cabeza, igual que aquel día.

Con la información de la que disponía, después de muchos años esperando por aquella oportunidad, un día, finalmente, llegó.

Llegué, ahí estaba, frente a frente, con la fuente que tanto recordaba, ahí estaba, Apolo y su carruaje dirigiéndose hacia el sol.

Pero ya no había luz, ya no estaba aquel magnifico resplandor que cubría de color dorado toda la estructura. En cambio estaba gris y con pocos cuidados, era como si hubieran quitado su brillo. Efectivamente, ya no brotaba el agua de la fuente desde hacia ya muchos años, habían robado su secreto, tan solo el cemento estaba allí, solo una estatua más en los inmensos jardines del Rey, olvidada su grandeza, su belleza y su esplendor.

Me acerqué a preguntar a los guardias de los jardines el motivo, pero nadie sabia nada, no había un alma en el jardín al corriente de lo ocurrido, solo me decían que hacía años que estaba en reparaciones y que no funcionaba.

A veces creo haberlo soñado. Pero al realizar posteriores investigaciones al respecto, he conocido a alguien que me ha dicho que aquel extraño artilugio había sido robado, dicen que fue sobre los años cuarenta del siglo pasado, cuando mandaron del gobierno nazi saquear aquella fuente y apoderarse así de la tecnología que allí residía, la cual supera la imaginación de los más visionarios.

Quizá ahí, fue el momento donde nació la nueva tecnología solar de la cual disponemos en gran parte en nuestros días.

Yo solo sé que lo que ahí estuvo una vez, hoy ya no existe, tan solo quedan los recuerdos de un imperio de oro, gobernado por nuestro amado dios Apolo, el cual parece habernos abandonado a nuestra suerte, sin si quiera dejarnos la elección de creer o no en su existencia.

La única esperanza que puedo albergar ha sido aquella fuerte luz, aun brillando en su interior, pidiendo a gritos ser liberada. Estoy segura de que algo aun quedaba.


Imagen de Valdas Miskinis

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