¿Tienen que aparecer, en algún museo relevante, páginas enmarcadas de algún cómic para que sea catalogado o legitimado como “Arte”?

¿Tiene que ser “Arte” para ser tenido en cuenta y darle, al menos, un espacio, por modesto que sea, en ese tipo de instituciones?, o, más directamente, ¿qué es el “Arte”?

Este artículo podría leerse como una respuesta, un tanto tardía, a aquellas ¿controvertidas? declaraciones de Nuria Erguita, Directora del IVAM en España, cuando le preguntaron si, bajo su dirección, se incluiría el cómic en exhibiciones, y ella replicó, que primero había que ver si el cómic es arte (aunque ya salió a hacer aclaraciones al respecto).

Este caso, en particular, resulta relevante por ser más reciente, pero éste ha sido apenas una de las razones que me mueven a escribir estas líneas.

Básicamente, lo que se conoce como cómic, en inglés, historieta, en el habla hispana, tebeo, como se le dice en España, bande dessinée, en Francia, manga en Japón, etc, es la combinación de dibujos y textos, en caso de que los haya.

En su defecto, le basta una seguidilla de viñetas en un orden determinado y con un contenido expresado a través de dibujos que cuentan una historia la cual, por cierto, también transmite algo más allá.

El cómic es lo que resulta de la intersección entre dos disciplinas artísticas: la pintura, que incluye al dibujo, y literatura. A pesar de que no sea opinión unánime, mucha gente lo considera como el “Noveno Arte”, en orden y en función de las demás ramas artísticas y de su tradicional numeración.

Al cómic se le puede considerar un derivado de la literatura, más precisamente, como una variable de la narrativa.

Dentro del rubro, el celebérrimo guionista de historietas argentino, Héctor Germán Oesterheld, inmortalizado por creaciones paradigmáticas como El Eternauta, Mort Cinder, Sherlock Time, entre otras tantas, decía, en su momento, que “la historieta bien hecha es la literatura del futuro”.

El afamado escritor italiano Umberto Eco admiraba el trabajo de su compatriota y amigo Hugo Pratt, incluso llegó a manifestar su fascinación por la más célebre creación de éste, el marinero Corto Maltese, considerado el último aventurero romántico, cuyas aventuras encerraban, entre otras tantas cosas, momentos de introspección junto a auténticas lecciones de Historia.

A pesar de esto, a estas alturas del Tercer Milenio y sobre todo por parte de determinados intelectuales y ciertos amantes del “Arte”, subsiste cierto prurito hacia ese medio gráfico hecho a fuerza de dibujos y expresiones onomatopéyicas, exhibiendo así un pronunciado prejuicio hacia esa actividad a la que ni siquiera consideran “Arte”.

Desgraciadamente, ese fenómeno no es nada nuevo y tuvo incluso expresiones más radicales.

Hacia mediados del pasado SXX, el psiquiatra estadounidense Friedrich Wertman, a través de su tristemente célebre obra Seduction of the innocent (La seducción de los inocentes, de 1954), exponía una tesis fuertemente inquisitoria y estigmatizadora contra el cómic al cual llegó a considerarlo un subproducto literario de la más baja ralea, convenciendo, tanto a políticos como a padres y madres ,que las historietas corrompían a los infantes y los empujaba, no sólo a la delincuencia sino que incluso podía incitarlos, entre otras tantas cosas, a la homosexualidad, la cual era vista, en esos tiempos puritanos, como una aberración.

El principal objetivo de tal inquisición fueron las historietas “pulp”, llamadas así por venir impresas en papel de pulpa, al igual que ocurría con muchas novelas de género a bajo precio, de ahí la famosa expresión “pulp fiction”.

Dichas revistas eran muy baratas y muy populares entre los más jóvenes, y ofrecían una temática relacionada con el género policial, el terror y lo fantástico que se trataba de una forma que con el tiempo se lo conocería como “exploitation”.

El resultado de todo esto, a nivel político, fue la imposición del “Comic Code Authority” en el año 1954.

No sólo las pocas historietas supervivientes se vieron obligadas a suavizar su contenido sino que también tenían que pasar por un control por el cual, una vez aprobadas, tenían que llevar el respectivo sello en la portada.

A todo esto hay que sumarle la imagen estereotipada atribuída a la historieta que se fue plasmando en esos tiempos y que aún perdura, más allá de que ya no se condice con la realidad desde hace décadas. Una imagen como burdo entretenimiento, tan estúpido como estupidizante, que debería ser destinado sólo a la distracción de los más pequeños.

Pero a partir de los 60, una serie de transformaciones irían llegando desde las propias páginas de las historietas, e hizo que el contenido fuera mutando progresivamente.

Transformaciones que irían desde las personalidades conflictivas de superhéroes cuyos dones adquiridos solían resultar una maldición y que eran ineficientes para pelear con sus propios demonios, como en los emblemáticos títulos de la era Marvel a partir de las ideas del recordado Stan Lee (aunque completadas en gran e importante medida por artistas de la talla de Jack Kirby o Steve Ditko), pasando por la contra-cultura expresada en el cómic “underground” el cual iba totalmente a contramano del cómic más comercial de los grandes sellos con paladines tales como Robert Crumb y publicaciones independientes con un contenido entre estrafalario e incendiario destinado a lectores adultos tales como Zap o Wierdo.

En los 70, en Europa, emergería el legendario movimiento bautizado como Les Humanoïdes Associés (Los Humanoides Asociados) quienes, unidos por su pasión por la ciencia ficción, harían de la historieta un experimento alucinante y surrealista a través de la mítica revista Metal Hurlant (Metal Aullante) por la cual pasarían nombres de la talla de Jean Giraud, inmortalizado como Moebius, Phillipe Druillet, Caza, entre otros.

Tal publicación daría origen a la tan famosa versión norte-americanizada, la Heavy Metal Magazine, la cual pasaría a ser el baluarte de la historieta e ilustración para adultos y que aún subsiste en nuestros días gozando de muy buena salud.

Eso no fue todo. Dentro de los grandes sellos, comenzarían tímidamente los grandes cambios, incorporando temáticas más “comprometidas” en los cómics, desde el cuidado del medio ambiente, pasando por tensiones raciales, la adicción a las drogas y hasta conspiraciones políticas como se vio en el “cross-over” Green Lantern/Green Arrow y la re-intepretación de Batman, ambos de la mano de la dupla Dennis O’Neil (guiones) y Neal Adams (dibujos).

Asimismo, llegando a su punto más álgido, ya casi en los 80, con el Daredevil de un por entonces joven autor (encargado del guión y del dibujo y que revolucionaría el medio), Frank Miller, dándole a sus historias un tratamiento de género “noir” policiaco con tintes más crudos y realistas.

Los 80 significaron un camino de ida sin vuelta atrás con el desembarco de autores británicos en el “comic book” yanki.

Alan Moore, tras revolucionar el medio en sus tierras natales con títulos que se volverían clásicos de culto, como su versión adulta y realista de superhéroe en Miracle Man y su thiller político distópico V for Vendetta, se reciclaría mostrando una fuerte conciencia ambiental con Swamp Thing y engendraría, junto al dibujante Dave Gibbons, Watchmen, título bisagra del sub-género.

Por su parte, Neil Gaiman buscaría “superar” el cómic trillado de superhéroes a través de su imaginativa y poética versión de The Sandman, título que junto con Hellblazer (protagonizado por John Constantine, personaje creado por el citado Moore en Swamp Thing), serían fundacionales del sello Vertigo, dedicado a temáticas más complejas y destinadas a lectores adultos.

Mientras, Grant Morrison, a través de referencias filosófico-socio-políticas tendientes a un anarquismo confeso y de delirios surrealistas, hacía de las suyas con Arkham Asylum, sus versiones de Animal Man y de Doom Patrol la cual sería clave para su más reciente adaptación en serie.

En esos tiempos, un personaje harto conocido en la cultura popular como Batman tampoco volvería a ser el mismo.

El citado Frank Miller lo transformaría definitivamente en su trascendental clásico The Dark Knight Returns (El Regreso del Caballero Oscuro) con el cual dio forma -junto a Klaus Hanson en las tintas y Lynn Varley en los colores- a un encapotado de Gotham City entrado en años, devenido en un ser solitario, misántropo, desquiciado, y que en vistas a luchar contra el crimen (tras 10 años de ausencia en escena) ya es capaz de cualquier cosa.

Y aun así, nos faltaría hablar de los 90 y entrar en el nuevo milenio, que han dejado títulos insignia del citado sello Vertigo tales como Preacher de Garth Ennis y Steve Dillon, The Invisibles de Grant Morrison, Transmetropolitan de Warren Ellis.

También, emblemas del cómic alternativo tales como Love and Rockets de los Hermanos Hernández desde los 80 en adelante, (uno de los cómics más extenso y complejo jamás hecho, según algunos/as) o más tarde, Hate de Peter Bagge, un recorrido por la escena juvenil “grunge” de los 90 con altas dosis de caricatura grotesca fuertemente inspirado en Crumb, sin contar todo lo que pasó, en medio, en el resto del Mundo...

Más allá de todo este itinerario a modo de repaso por la compleja evolución de este medio tan nutrido y variopinto como lo es la historieta, el cual según el momento y el lugar, presenta enorme cantidad de matices imposibles de abarcar en apenas unos pocos párrafos.

Peor volviendo a lo planteado en las primeras líneas: si la misma nos sirve para contar historias, plasmar a través de dibujos y textos (aunque a veces solo le basta lo primero) lo que se piensa y se siente (el cual puede ser compartido o no por otros/as) o bien pintar un reflejo de lo que sucede en un momento y lugar dados, y siendo la misma el resultado de juntar 2 de las artes mayores como lo son el dibujo y la literatura ¿hay que perderse en intrincados y/o sesudos debates para que ciertas “autoridades” dictaminen si es o no “Arte”?

Siendo o no “Arte” en opinión de ciertas personas que parecen estar muy por encima de otras, igual las historietas cumplen una función primordial que es la de llegar a una gran cantidad de personas y, según lo que cuenta y cómo lo cuenta, dejar algo en éstas.

Mientras que telas llenas de salpicaduras parecen encerrar un supuesto mensaje encriptado que parece destinado solo a unas muy pocas personas, supuestamente muy instruidas, y son rematadas a precios astronómicos en lujosos eventos mientras beben cócteles, hay obras que son marginadas y hasta denigradas solo por ser historietas, por más que ésta sea, por poner un ejemplo, El Eternauta, la cual a su manera, y en ediciones accesibles a una mayor cantidad de personas, comparte con ellas, entre otras tantas cosas, el espíritu de afrontar la adversidad y que el verdadero héroe es el colectivo.

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