Un gran poder conlleva una gran responsabilidad, acuñó como su frase más célebre Stan Lee, creador de uno de los panteones de superhéroes más famosos del mundo: los frustrados, traumados, confundidos y angustiados protagonistas de las fantasiosas series de Marvel, hoy propiedad de Disney, y producto de consumo y culto mediático alrededor del globo.

En contraposición a esas narrativas protagonizadas por los imposibles personajes de la ficción Marvel, y tal como lo puntualiza una promoción del canal de cable Europa, cuando se indica “historias sin superhéroes sino con dramas de verdad”, la mayoría de los canales de la industria del entretenimiento alrededor del mundo no vende seres con poderes sobrenaturales o anormales. No, porque para los medios televisivos las historias de todos los días, la de la gente “común”, resultan mucho más eficaces a la hora de jugar a la empatía con el gran público.

Y entre esas historias diarias, que involucran a seres humanos ordinarios, hay algunas que pasan a destacarse ante el público por aquello que se avizora, se intuye detrás de los titulares de prensa. Tal es la trama que se vislumbra cuando se hace público que en menos de 48 horas, fallecen, en circunstancias diferentes tres reconocidos reporteros, que estaban trabajando sobre una historia signada por la sedición, la política y el crimen masivo: la caída de las Torres gemelas. Narrativa ésta que aun siendo muy potente no tiene oportunidad de verse reflejada en la gran cartelera para emular a Operación Pelícano o Watergate.

Igualmente llamativa, con un matiz de “así son las cosas en realidad” puede ser desarrollada una narración basada en el destino de un alto funcionario del Oriente Medio, quien mientras iba con su comitiva por una autopista en pleno desierto, fue fulminado por una especie de rayo que vino del cielo despejado. Esta trama quedó plasmada, años después, en una película con George Clooney, Syriana, escrita y dirigida por Stephen Gahan, y producida por el propio Clooney. Por cierto, el relato se basó en las memorias de un agente de la CIA. El filme se instaló, en ese 2005, en los primeros lugares de las listas de la mayoría de los críticos, y lo único que se le cuestionó es no haber sido más duro con las manipulaciones del poder dentro de Estados Unidos.

Fue en la década de los 50’s del siglo pasado, cuando tanto en el cine como en la televisión surgió la figura de los agentes de las policías internacionales como un recurso necesario para ir sembrando en el imaginario colectivo la supraexistencia de un sistema de control que trasciende las fronteras políticas, para en la percepción del público común, convertirse en la garantía de que el orden establecido siempre será inviolable, y que sus agentes se encargarán de mantenerlo, como el mejor ejemplo de la libertad del hombre.

El 007 y la reina de Inglaterra

Dentro de la mejor tradición británica implantada por Ian Fleming, novelista y ex-oficial del servicio de inteligencia naval inglés -involucrado en los casos de la 30 Assault Unit y la T-Force- quien le prestó a la corona un servicio invaluable al crear a James Bond, e instaurar en el imaginario colectivo el estereotipo de los agentes que tienen “permiso para matar”.

La primera de 12 novelas de Fleming, aparece en 1953, Casino Royale, por la cual la CBS le paga a Fleming 1.000 dólares por los derechos para hacer una versión para televisión en 1954. Se trató de un capítulo de un seriado llamado Climax, el cual fue protagonizado por Barry Nelson. No causó mucho impacto en Estados Unidos.

Pero el trabajo de Fleming sí le dio un excelente resultado a la corona británica, ya que en la visión popular internacional posicionó la imagen del Servicio Secreto Británico como un espacio casi mítico.

Nueve años más tarde, ya Bond estaba listo para convertirse en héroe de multitudes, y gancho magnético para millones de fans femeninas. Se filmó Dr. No (1962), protagonizada por Sean Conery, quien encanó al mítico superagente secreto durante ocho filmes.

Así lo que no logró Scotland Yard ni Sir Arthur Conan Doyle con Sherlock Holmes, lo hizo Ian Fleming con el 007. Creó el prototipo del agente secreto, que ya hoy forma parte de la imaginación mediática casi universal. Incluso el presidente John F. Kennedy, en 1963 incluyó a Desde Rusia con Amor entre sus diez películas favoritas, con la intencionalidad nada inocente de aportar en la construcción del panorama en la plataforma de la Guerra Fría.

Los continuadores históricos

El estallido televisivo de los 60’ en pos de la figura del espía internacional, supera lo que planteó el cardenal Richelieu, quién allá en la Francia del siglo XVII, creó una organización de información que denominó los quinta columna: curas, monjas, siervos, soldados, toda una maquinaria para observar en silencio, documentar y mantener al día a su eminencia sobre los dislates y desvaríos de los personeros del Poder, y así controlar a quienes controlaban. Justamente fue este prelado quién estructuró profesionalmente la actividad de los espías y los agentes encubiertos.

Fueron el Sr. John Steed y la señorita Enma Peel quienes devenidos en The Avengers, “Los Vengadores”, pasan a resolver, durante ocho temporadas, crímenes en cualquier parte del planeta. Pero ellos fueron más allá: fue un seriado que cabalgó entre el mundo de la TV en blanco y negro, y la explosión del color en la pantalla chica.

El Sr. Steed era un inglés, perfectamente ataviado, con traje de corte perfecto diseñado por Pierre Cardin, sombrero de bombín y paraguas. Circunspecto, caballeroso, destaca por sus perfectos modales imperiales. Se contrapone con la señorita Peel, quien impone una moda de colores vibrantes, figuras geométricas, y monos ajustados. Ambos, casi sin darse cuenta, se convierten en modelos a seguir por parte de los televidentes.

Con sus habilidades deductivas, algunas herramientas camufladas y artes marciales de la dama, avanzan haciendo justicia. Primero en el anquilosado mundo europeo, y luego en el dinamismo de la realidad estaodunidense.

Rápidamente, a la pareja de vengadores ingleses se le une The man of U.N.C.L.E (El Agente de Cipol) donde Napoleón Solo perteneciente a la Comisión Internacional para la Observación de la Ley, junto a su compañero Ilya Kuryakin (un agente europeo cercano a la Cortina de Hierro), durante cinco temporadas viajaron por el mundo restaurando la “ley”.

Aquellos vengadores y estos restauradores de la Ley fueron los pioneros televisivos de los agentes internacionales, y los antecesores de las fuerzas especiales como los Seal de la marina estadounidense, quienes también tienen permiso para entrar en cualquier parte del extenso mundo, violando las leyes locales, para aportar su granito de arena al orden mundial.

Y, claro, en este apretado recuento no se podría dejar de un lado un equipo netamente femenino como son los Ángeles de Charly, tres mujeres que se replican hasta nuestros días, moviéndose con sus destrezas y capacidades físicas e intelectuales, bajo la dirección de un mítico jefe, del cual ellas están enamoradas aun sin nunca haberle visto la cara.

Así mismo, en las tiras cómicas aparece otro superagente: el inspector Ardilla y su fiel acompañante turco, Morocco Topo, personajes que se replicarán en versión humana en los Miniespías hijos de Antonio Bandera.

Ahora, el espionaje es drama

Así como en los 60, fueron la NBC y la CBS las responsables de los agentes internacionales, medio siglo después ambas cadenas televisivas continúan respaldando la creación de metarrelatos, ya no con paraguas, bombines y pantalones de cuero, ni con los artilugios parodiados luego por el Maxwell Smart, el Superagente 86, el temible agente del recontraespionaje, sino con satélites, drones, misiles y un equipo sofisticado de guerra con el cual avanzan hombres y mujeres que emulan al supersoldado universal, al Capitán América, como el Sean Teal. Sólo que ahora tienen un hogar y esposa e hijos que ven con seriedad el trabajo y la entrega de estos musculosos individuos quienes se arriesgan a lo que sea por solventar los crímenes de terroristas, villanos, subversivos y opositores en cualquier parte de nuestra nave azul.

Sufren desgarros emocionales, pérdidas e, incluso, afectaciones físicas. Generan, más allá de su propia familia natural, una relación no consanguínea muy fuerte, sustentada por la violencia propia del enfrentamiento en otros partes del mundo, donde sólo se tienen entre ellos y, por lo tanto, se ven impelidos a crear una solidaridad, una corresponsabilidad, un espíritu de equipo que genera la identificación del espectador para con ellos y, por ende, con sus actividades al margen de la jurisprudencia internacional.

Por cierto, el capitán Steve Mc Garrett de Hawaii Five-0, así como algunos de los médicos de The Nigth Shift, también en su historial formaron parte de esas élites, sin dejar a un lado parte del grupo de la franquicia NCIS Los Ángeles, quienes tampoco dudan en realizar acciones armadas fuera de las fronteras de su país.

Al principio se ocultaba las consecuencias que les generaban a tales soldados su actividad extrafrontera. Simplemente eran héroes impolutos, impecables, y con mucho sexapeel. Pero con la revelación de cárceles estadounidenses establecidas en aguas internacionales, los conflictos con otras naciones y con investigaciones como la dada a conocer en un informe de la revista Archives of Internal Medicina, preparado por científicos de la Universidad de California en colaboración con el centro Médico de Veteranos de San Francisco, donde se demuestra que unos 30 mil combatientes en Iraq y Afganistán sufren de problemas mentales, y uno de cada cuatro soldados enviados a los conflictos bélicos fuera del territorio estadounidense, necesitan atención médica, se han gestado algunos cambios en los guiones televisivos.

Ahora ya no son blancos caballeros ni comprometidas heroínas, pero entre su drama personal destaca su valor, su entrega, su dedicación para con sus naciones de origen, su respeto a sus símbolos patrios y a los valores de sus sociedades.

Siguen teniendo, y ahora más que nunca, permiso para matar. Se ha naturalizado su sufrimiento y se premia un supuesto heroísmo desvaneciendo en los triunfos personales los daños colaterales. Del ojo al cerebro, la sinapsis pasa por la lógica del discurso mediático.

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