Históricamente, cuando la tecnología ha dado un salto y ha abierto la puerta a nuevas oportunidades, han aparecido productos que nos han generado necesidades que nunca antes habíamos tenido.

Sin embargo, y por alguna extraña razón, esas necesidades, en poco tiempo, se han consolidado y nos han llegado a parecer como si siempre hubiesen estado ahí.

Indudablemente, este es el caso de nuestro queridísimo móvil. ¿Hay alguien que se aventure a salir de casa sin él?

Pero no tenemos que remontarnos más allá de diez años para poder decir que nadie llevaba un smartwatch en la muñeca, básicamente, porque a penas existían.

No teníamos la necesidad de estar, permanentemente, conectados a nuestros contactos.

No teníamos redes sociales y, tampoco necesitábamos estar localizables a todas horas.

No disponíamos de acceso a cantidades ingentes de información en milisegundos, pero sí que teníamos un poco más de anonimato, un poco más de libertad. Alguien dijo alguna vez que “todo tiene un precio”.

Pero este fenómeno de absorber un objeto, preferiblemente tecnológico, y hacerlo nuestro, como si formara parte de nosotros mismos, ya ha ocurrido, tantas otras veces, con otros muchos inventos: la televisión a partir de los años 60 del siglo pasado, la radio treinta años antes, la cremallera y el automóvil a principios del siglo XX, nuestra amada internet a finales de la década de los 90, etc.

Todos ellos son ejemplos de objetos o tecnologías que no existían, que nadie tenía y que, poco a poco, se introdujeron tanto en nuestro “modus vivendi” que parece que siempre hemos sido uña y carne con ellos y que nunca saldrán de nuestras vidas.

Aunque no todo es un camino de rosas en el oficio de inventar.

Otros muchos intentaron llegar a saborear las mieles del éxito y no lo acabaron de conseguir, como el siempre recordado reproductor de video beta y el no menos mencionado reproductor de “laser disc”.

Ambos productos nacieron llenos de promesas e ingresaron al mercado con enormes expectativas y relucientes augurios, pero nunca llegaron a calar entre el público y solo lograron venderse de forma testimonial.

La lección es que, aunque seamos entusiastas de lo moderno y nos encante estar a la última, siempre debemos acoger con cierta cautela a un nuevo recién llegado a nuestro mundo tecnológico.

Diferente es el caso del “Compact Disc”, todo un icono de los 90.

Se ha empleado para múltiples funciones: para registrar música, video, datos, etc. Ahora, forma ya parte de la historia y de algunos balcones (hay quien los utiliza para espantar a las palomas).

Antes de él, la cinta de “cassette”, que reinó durante más de dos décadas, acabó encerrada en cajas en los altillos de muchos armarios.

Ambas tecnologías cosecharon millones en ventas, pero no importa que se obtengan logros, todo tiene un final.

Ahora, ha llegado el turno del reloj inteligente.

Todavía no podemos decir que sea un vencedor en la batalla del éxito o el fracaso, ya se encargará el tiempo de decírnoslo.

Y tiempo es lo que tiene que transcurrir porque aunque pueda parecer que un invento ha tenido éxito porque se ha vendido bien y se ha popularizado durante años, puede llegar el día en que un avance tecnológico lo desbanque de su trono. Le puede suceder al más pintado, hemos sido testigos.

Hay un dicho que dice: “Las comparaciones son odiosas”. Nunca fue tan cierto como en la que nos ocupa.

Acérrimos detractores de la tecnología califican a los "smartwatches", de forma despectiva, como meros accesorios tecnológicos o mediante su anglicismo "wereables" y defienden que estos dispositivos no pueden llevar el apelativo de "relojes".

Al mismo tiempo, ensalzan a sus antecesores analógicos como salvaguardas de la moda y el buen gusto.

Por el contrario, los tecno-adictos no se cansan de enumerar las incontables ventajas de los relojes inteligentes, a veces obviando alguna que otra pega.

¿Quién saldrá vencedor en la contienda? Vamos a intentar averiguarlo. 

Un poco de historia

En las postrimerías del siglo XIX comenzaron a surgir los primeros modelos, que usaban preferiblemente las damas como si de joyas se tratase.

Se ataban en las muñecas con cintas o pulseras con adornos de metales o piedras preciosas. Los caballeros por aquel entonces continuaban prefiriendo los relojes de bolsillo, pero solo por el momento.

Con el cambio de siglo, el francés Louis Cartier por un lado y, el suizo Hans Wilsdorf por otro, empezaron a comercializar y, de este modo hacer más visibles, los relojes de pulsera.

La necesidad de conocer la hora exacta y, al mismo tiempo, tener las manos libres para otros menesteres se puso de manifiesto en diversas actividades como por ejemplo en las primeras etapas de la historia de la aviación.

Del mismo modo, en la Gran Guerra, el nuevo tipo de reloj destacó por su utilidad entre las tropas.

Ser preciso en las acciones militares fue más sencillo al poder saber la hora exacta de forma rápida para sincronizar los movimientos . Ya no había necesidad de desocupar una mano para buscar el reloj dentro de un bolsillo en medio de un bombardeo.

La guerra resultó ser la espoleta que hizo explotar definitivamente y, con la onda expansiva necesaria, el mercado del reloj de pulsera, convirtiéndose poco después en el objeto de moda en la posguerra.

No tardaron en surgir avances, versiones evolucionadas con nuevas funcionalidades, como los cronómetros para los hombres amantes del deporte o los relojes de cuerda automáticos. Poco tiempo tardaron en convertirse en objetos idóneos para ser regalados, coleccionados y, en definitiva, deseados.

Como curiosidad cabe decir que casi nadie estaba acostumbrado a leer la hora en estos nuevos artilugios tan de moda.

Por esa razón incluso se llegaron a ofrecer cursos o sesiones formativas para las damas y caballeros menos avezados.

No tuvo que ser extraño, por aquel entonces, poder observar algún que otro transeúnte parado en mitad de la acera, tratando de descifrar la hora que era en su reloj.

El conocer con un simple movimiento del brazo la hora en el momento era una innegable ventaja y, sumado a la imparable reducción de costes de fabricación de la efervescente industria cada vez más modernizada, hizo que las ventas de relojes crecieran aún más de forma considerable.

No olvidemos que la industria recién estrenaba la novedosa “producción en serie”.

Con esta manera de operar, los costes de fabricación de cualquier producto se redujeron drásticamente y el reloj de pulsera no podía ser menos.

Así, este nuevo complemento llegó para quedarse hasta nuestros días.

El nuevo competidor

Nada hacía sospechar, cerrada ya la primera década de los 2000, que a los relojes analógicos se les fuera a acabar la cuerda, permitidme el chascarrillo, pero en 2014 irrumpió en el mercado el inesperado y flamante Apple Watch, con su adorada manzana y todo cambió para siempre: acababa de empezar la era de los “smartwatches”.

La tecnología atrae y, si es novedosa, aún más.

El Apple Watch se convirtió en un auténtico imán para las ventas, fascinando a todo el mundo con su innovadora forma de llevar el tiempo en la muñeca.

Pronto los competidores de la marca de Tim Cook salieron a la palestra y, empresas como Samsung, Sony o Garmin comenzaron a comercializar sus propios modelos y, contribuir así, a la meteórica popularización del reloj inteligente.

Pero ¿va a significar este éxito el deceso, con agonía previa, del -por muchos todavía querido- reloj analógico?

Pues no tiene por qué suceder así, no saquemos aún nuestro traje negro del armario, que todavía no doblan las campanas.

¿Y qué tipo de reloj debemos comprar?

Tarde o temprano llega un momento en la vida en el que tenemos que tomar una decisión y, esta, aunque no sea trascendental, pues tampoco iba a ser menos.

Siempre llevamos nuestro móvil encima y, por eso, la necesidad de leer la hora en nuestra muñeca ya no es tan relevante como años atrás, pero ¿qué demonios?, hace demasiado que no tenemos un reloj decente.

Diferentes ideas pululan desde hace un tiempo por nuestro cerebro, casi sin querer, como los sueños que apenas recordamos cuando despertamos.

Imágenes fugaces de relojes nos asaltan, ¿será que la publicidad que nos invade hasta lo más hondo de nuestro subconsciente está haciendo su trabajo? Lo hemos decidido, vamos a comprarnos un reloj, pero ¿cuál?

Como en tantas otras cosas, la elección de nuestro próximo reloj tampoco puede determinarse en saber cuál es mejor, si el clásico o el inteligente, así, sin más.

Todo va a depender del uso que le vayamos a dar.

Si lo que queremos es lucir un complemento elegante en una fiesta, si simplemente no queremos depender de cargas de baterías, o por el contrario, si preferimos poder cambiar el aspecto de la esfera a nuestro gusto, o si nos encanta saber cuántos pasos caminamos al día.

Por eso lo mejor es tener una idea de las ventajas de uno y otro y resolver para qué lo vamos a usar.

Ventajas y usos del smartwatch

Su imagen se puede personalizar.

Esto quiere decir que no solo podemos cambiar la correa por otra más adecuada para la ocasión o que nos guste más si nos hemos aburrido de la vieja, sino que también podemos elegir el fondo de la esfera.

Si encontráis en internet el término “watchface” y no os suena no os preocupéis, solo se refiere a eso, a la imagen que colocamos como fondo de nuestro reloj.

Nuestro smartwatch tiene acceso a mensajes, correos y demás notificaciones, eso sí, siempre y cuando llevemos a nuestro smartphone con nosotros.

De este modo, podemos enterarnos de que nos ofrecen quedar para ir al cine por la tarde aunque estemos en una reunión.

Disimuladamente estaremos mirando el reloj de nuestra muñeca como si lo que en realidad estuviésemos haciendo es leer la hora.

Del mismo modo, podemos hacer y recibir llamadas.

Algunos modelos incluso se les puede dotar con una tarjeta sim para tener una línea móvil independiente.

Para estos relojes la necesidad de tener el smartphone cerca pasaría a segundo plano.

Para hacer deporte, por ejemplo, esto podría ser para algunos una clara ventaja.

Posee funciones de control de nuestras constantes vitales y localización GPS, además del uso de muchísimas apps.

Ventajas y usos del reloj analógico

Se puede llevar como complemento de adorno, y hay que reconocer que un buen reloj clásico aporta distinción, eso no se puede discutir.

Algunos no necesitan ni batería o si las requieren, estas pueden durar meses o incluso años.

No nos vamos a tener que preocupar de descargar el último firmware ni de actualizarlo.

No puede tener obsolescencia (caducidad deliberada o no del producto en cuestión).

Muchos tienen la función de calendario y cronómetro.

Algunos pueden llegar a tener incluso altímetro, brújula o barómetro.

Y recordemos en este punto que no estamos hablando de relojes digitales.

Cuando nos referimos al reloj analógico estamos haciendo mención al tipo de reloj que nos muestra la hora señalada principalmente con dos manecillas, la que nos dirá la hora y la que nos indicará los minutos.

Y sí, aunque no sea muy conocido por el público general, los relojes analógicos también son capaces de albergar en el interior de sus esferas todos los mecanismos necesarios para medir, por ejemplo, la presión atmosférica o la velocidad promedio que llevamos mediante un taquímetro.

Conclusiones

¿Sabéis que es lo bueno de poder elegir qué reloj comprar?

Exacto, que podemos optar por tener los dos.

¿Por qué tendríamos que renunciar al reloj analógico en favor del smartwatch o viceversa?

Los extremos nunca son la opción inteligente y si tenemos que ser “smart” no descartemos alternativas válidas. Todo tiene su momento y su lugar y lo mismo ocurre con el tema que nos ocupa.

¿Piensas acudir este fin de semana a un evento de etiqueta? O ¿vas a salir a correr un rato?, ¿no quieres quedarte sin batería en plena excursión? O ¿no puedes dejar de mirar tus notificaciones entrantes aun estando en el trabajo?

Como aquellos que se equivocaron cuando auguraron el fin de la radio en el momento en que nuestros cielos se colmaron de ondas mega hertzianas y apareció en escena la televisión, aquellos que predijeron que los relojes analógicos tenían las horas contadas tampoco acertaron.

Es cierto que parece que el smartwatch ha venido para quedarse, pero sin ocupar todo el mercado, no porque no quiera, sino porque el reloj analógico ha continuado reclamando su parte del pastel.


Imagen de fancycrave1

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