El 2020, ha sido un año de múltiples cambios debido a la pandemia, algunas áreas que venían evolucionando lentamente, se vieron obligadas a mutar de un día para otro. En este grupo, se encuentra la educación, en todos sus niveles, desde la primaria hasta las especializaciones profesionales se vieron afectadas.

¿Era una opción parar de enseñar?

¡NO!, la educación es uno de los pilares básicos de las sociedades y si bien, ha tenido cambios poco significativos en cuanto al estilo de enseñanza y evaluación en las últimas décadas, la educación no se debe parar.

Este sistema inmutable en el tiempo, se vio en la obligación de reflexionar muchas cosas. ¿Cómo enseñar en tiempos de pandemia? ¿Cómo reunir a decenas de alumnos sin riesgo de contagio? Fueron las primeras interrogantes.

Así que, la educación virtual, aquella que siempre estuvo presente, pero como última opción, aquella que venía emergiendo lentamente, comenzó su momento de gloria.

Lo que, hasta el momento, de una manera u otra se sentía impersonal y requería de mucha fuerza de voluntad para no postergar los tiempos de estudio, comenzó a volverse popular y si queremos usar términos actuales, podríamos decir, viralizarse.

Aplicaciones móviles, que solo eran utilizadas para hablar con amigos y familiares, se convirtieron en las nuevas aulas de clases.

Y, ¿realmente estábamos preparados para esto?

Definitivamente, ¡NO!

Si bien, muchas personas se adaptaron rápidamente a la comodidad de ir a clases en pijamas y desde sus habitaciones, cosa que hasta resulta graciosa, otros, no cuentan con el privilegio de una conexión a internet desde casa o, peor aun, con los dispositivos electrónicos adecuados y compatibles para asistir a un aula virtual.

¿Podría hacer esto una nueva brecha en las clases sociales? ¿Le resta oportunidades a los más necesitados? ¿O por el contrario, puede abrirle las puertas a aquellos que viven en lugares remotos? ¿Y que hay de aquellos que antes de la pandemia sufrían de afecciones que no les permitían salir de sus hogares? Son preguntas que, hasta el momento, habían sido tomadas a la ligera.

También podemos sumar a este grupo de incógnitas, ¿Qué pasa con la otra cara de la moneda o mejor dicho, de la pantalla?

¿Estaban los docentes y profesores a la altura de este reto?

Lamentablemente, la respuesta se repite, con un rotundo ¡NO!

Aquellos docentes de mayor edad, muchos de ellos con un récord intachable en sus respectivas áreas, pero que no estaban ni remotamente familiarizados con las nuevas tecnologías, empezaron a verse corregidos constantemente por sus alumnos, engañados y sin dominio de grupo; como consecuencia, la frustración y el sentimiento de inutilidad aparecieron en el camino.

Y para aquellos que entendieron mejor el proceso, fue inminente el sentimiento de sobrecarga, ¿Dónde empieza mi horario laboral y donde mi vida privada?

El sistema clásico de evaluación, de corrección, de enseñanza de valores, se vio completamente vulnerado, demostrando que algo no estaba bien en él. El siguiente paso, intuitivamente, no es otro que el de reformar la educación.

Es absolutamente necesario, incluir en la formación de los docentes, la enseñanza a distancia y virtual; prepararlos para este nuevo mundo que apunta a tener más ventajas que desventajas, porque tienen que ser los maestros, quienes, en esta nueva era del universo virtual que puede convertirnos en seres anónimos, los que marquen la línea entre lo que es ético y lo que no.

Son prioritarios, nuevos métodos de evaluación, especialmente en las nuevas generaciones, que nacieron y se desenvuelven de manera natural en el mundo virtual.

Es hora de adaptar la educación a la nueva era, a las nuevas sociedades; ya no solo se trata de aprender algebra y ciencias, sino de enseñar a los más chicos la diferencia entre lo real, lo virtual y me atrevería a incluir, el termino irreal.

Son muchas las preguntas que surgen sobre este tema tan delicado, pero no puede pasar mucho tiempo más sin ser estudiadas y contestadas.

Entonces, ¿estamos ante el fin de la educación presencial?

Esta vez, deberíamos responder con un hilo de voz; esperemos que ¡NO!

En el desarrollo educativo, la interacción presencial es sumamente importante, pero como primera opción y a corto plazo, las leyes deben apuntar a la creación de redes de conexión cada vez más accesibles en lugares remotos, equipos electrónicos diseñados para la educación y no para el ocio, además de aplicaciones que permitan acceder a la educación virtual compatibles con dichos equipos.

Migrar al mundo virtual y prepararnos para una actualización constante de los métodos educativos, debería ser la premisa.

Esto no quiere decir, que tengamos que abandonar por completo lo que hemos estado haciendo hasta ahora, sino más bien, de mejorarlo y organizar lo que se comenzó de manera imprevista.

Ha llegado el momento de desempolvar nuestro estilo educativo y darle un cambio de imagen.

Tenemos que tener en cuenta que, en nuestro planeta, nada es permanente y lo que no evoluciona, desaparece. La pregunta final sería:

¿Estamos dispuestos a dejar que la educación desaparezca?

La respuesta evidente debería ser, ¡NO!. Esa no es una opción.

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