“La dama del armiño”. 1577-79. Óleo sobre lienzo. 63 x 50 cm. (Museo Pollock House, Glasgow).

Al parecer, todo apunta a que ni la dama de la pintura es una desconocida, ni la piel que lleva es de armiño, ni el autor es el Greco.

Es un cuadro cuya documentación es escasa y tardía y en el que ciertas afirmaciones hechas en un momento dado, sin base ni fundamento, se han ido manteniendo hasta fechas recientes.

En cualquier caso, es una pintura rodeada de interrogantes y polémicas entre los historiadores actuales, pero cuya figura femenina, que mira de forma penetrante y misteriosa, y a lo mejor con cierto desafío, al espectador, sigue cautivando la atención de especialistas y público.

Tradicionalmente se ha considerado que esta pintura es obra del artista griego Doménikos Theotokópoulos, el Greco, pero la atribución a este ha sido puesta en cuestión desde comienzos del siglo XX por diversos críticos, entre otros, Aureliano de Beruete, que creía ver en él la mano de Tintoretto; Lafuente Ferrari, que consideró que debía ser del círculo de Sánchez Coello; o José Gudiol, o más recientemente el propio Fernando Marías, considerado por muchos el máximo especialista en el Greco.

Las razones son varias. El retrato es un tanto atípico respecto al resto de la producción del artista griego, quien retrató a pocas mujeres. El detalle de que la dama fuera retratada mirando con cierto aire de desafío e incluso de seducción tampoco era muy habitual en la pintura de comienzos del siglo XVI, pues no se consideraba apropiado que una mujer estableciera contacto visual directo con el hipotético espectador de la obra.

El periodista e investigador Antonio García Jiménez, incluso se atreve a ir aún más allá y dice que no sólo la obra no sería de el Greco, sino que ni siquiera habría sido pintada en el siglo XVI. Para este estudioso, la pintura fue creada en el siglo XIX, y posiblemente está retratando a una actriz que en aquellas fechas representaba la obra ‘La judía de Toledo’.

Según García Jiménez, es posible que fuera el marchante madrileño Serafín García de la Huerta –al parecer conocido en la época por atribuir sin demasiada fiabilidad pinturas a artistas célebres–, quien afirmase sin mayores pruebas que ‘La dama de armiño’ había sido pintada por el Greco, con la única intención de obtener un buen precio por su venta al barón Taylor.

Para las historiadoras María Kusche y Carmen Bermis, por ejemplo, la pintura sería en realidad una obra de la artista Sofonisba Anguissola, pintora italiana que vivió varios años en la corte de Felipe II y no sólo conoció, sino que retrató a las hijas del monarca.

Tras una exposición en 2014 en el Prado, donde la obra figuraba como cedida por el Pollock House, esta fue estudiada en el Gabinete Técnico del museo madrileño en colaboración con los Museos y la Universidad de Glasgow. “La dama del armiño” fue cotejada con obras de el Greco, Sofonisba y Alonso Sánchez Coello (autor coetáneo y muy relacionado con los retratos de la corte de esa época). El resultado de la investigación fue concluyente: la obra técnicamente no es del Greco, ni de Sofonisba Anguissola, sino de Sánchez Coello.

Alonso Sánchez Coello retrata a las hijas de Felipe II en varias ocasiones tanto de niñas como de mayores, donde se puede encuadrar este retrato de “La dama del armiño”.

Identidad de la dama

La primera noticia que se tiene del cuadro es la de que hacia 1836 el marchante García de la Huerta lo vende al Barón Taylor para la colección Luis Felipe de Orleans en el Louvre como la "Hija del Greco" y con este nombre se expone por primera vez en la "Galerie Espagnole" de París en 1838. Al disolverse esta colección en 1853 es adquirido por el coleccionista W. Stirling Maxwell.

La corriente de recuperación de la obra de el Greco, que se inicia a finales del XIX, trae consigo la investigación sobre su vida personal, lo que lleva a la convicción de que el pintor no tuvo ninguna hija, por lo que, sin otro fundamento que lo justifique, a partir de 1900, varios autores, entre ellos Sanpere i Miquel, proponen identificarla como Jerónima de las Cuevas, la mujer con la que el Greco mantuvo una breve relación de la que nació su único hijo, Jorge Manuel Theotocópuli.

Esta identificación, sin embargo, es únicamente una especulación, pues no hay evidencias que permitan demostrar esta hipótesis.

En opinión de la historiadora María Kusche (una de las mayores especialistas en la figura de Sofonisba Anguissola), la dama retratada podría perfectamente ser Catalina Micaela, la segunda hija de Felipe II, y Duquesa de Saboya, pues guarda cierto parecido con un retrato que hizo de ella Alonso Sánchez Coello hacia 1584.

Si la realización de la obra se le atribuye a la artista italiana Sofonisba Anguissola, la identificación del personaje, por lógica, debería ser Catalina Micaela de Austria casada con el duque Carlo Emanuele de Saboya. Esta hipótesis cobra todo su sentido dada la relación especial que existe entre la infanta y la pintora.

Si damos por correcta la autoría y el nombre del personaje también habría, por tanto, que corregir su datación y acercarla a la última década del siglo, ya que por los estudios de la historiadora Carmen Bernis sabemos que la infanta lleva una toca de mujer casada, (ella se casa en 1585) y que su peinado corresponde a la moda del último decenio del siglo, por tanto, sería ilógico seguir manteniendo las fechas del cuadro entre 1577-75.

Pudiéramos estar, pues, ante una pintora, Sofonisba Anguissola, que en la madurez de su arte pinta el retrato de una persona a la que ha visto nacer y crecer y con la que, a buen seguro, le unían lazos más relacionados con el cariño que con la profesión.

Una hipótesis que sin embargo descartó en su día el experto José Álvarez Lopera –una de las voces más autorizadas sobre el Greco–, al argumentar que un miembro de la familia real jamás habría mirado al espectador de forma tan directa y seductora.

Si se sigue manteniendo que la identidad de la dama es la de Catalina Micaela, pero la atribución es de Sánchez Coello, lógicamente, la historia del cuadro sería otra.

Felipe II, a pesar de la importancia del heredero varón para la monarquía, siempre mostró una gran predilección por sus hijas habidas de su tercer matrimonio con Isabel de Valois: las infantas Isabel Clara Eugenia (1566-1633) y Catalina Micaela (1567-1597).

Desde muy temprana edad a las dos infantas se las empieza a considerar como piezas importantes dentro de la política matrimonial de las casas reales de la época. Mientras a Isabel Clara Eugenia se la destina a su primo, el emperador Rodolfo II, a Catalina Micaela se le hace lo propio con Carlos Manuel, duque de Saboya, e hijo de Manuel Filiberto, primo de Felipe II.

El matrimonio de Catalina Micaela, con tan sólo diecisiete años y por razones de estado, tiene lugar en Zaragoza en 1585, desde donde se dirige a Turín con su ya esposo.

Pero la infanta nunca romperá los lazos con su familia española. La correspondencia con ellos será abundante así como el intercambio de regalos y retratos.

Catalina Micaela, al igual que su hermana, recibió una esmerada educación tanto por parte de su aya María Enríquez, duquesa de Alba, su tía Juana de Austria, como por la cuarta esposa de su padre, Ana de Austria. El propio Felipe II siempre les dedicó gran atención y cariño.

También recibieron instrucción académica en el liceo creado por su padre, junto a otras niñas y jóvenes de la nobleza, en matemáticas, filosofía, historia, literatura y baile.

Según algún observador de la época, Catalina Micaela no era tan bella y graciosa como su hermana, pues tenía el color tostado de las mediterráneas, pero sí que era más alegre y jovial y exquisitez francesa.

Carlos Manuel y Catalina Micaela colaboraron estrechamente en las cuestiones de gobierno, de hecho, en ausencia del duque era la infanta quien tomaba las riendas del mando.

De su matrimonio con el duque de Saboya, nacieron diez hijos: Felipe Manuel de Saboya (1586 - 1605); Víctor Amadeo I de Saboya 1587 - 1637); Eliberto Manuel de Saboya (1588 - 1624); Margarita de Saboya (1589 - 1655); Isabel de Saboya (1591 -1626); Mauricio de Saboya, príncipe de Saboya ( 1593 - 1657); María Apolonia ( 1594 - 1656); Francisca Catalina (1595 - 1640); Tomás Francisco de Saboya (1596 - 1656); y Juana de Saboya (1597, fallecida instantes después de nacer).

La infanta Catalina Micaela moriría con treinta años de edad, víctima de su último parto, un año antes que su padre Felipe II, lo que dejó a este muy compungido pues su hija, la única que en ese momento le quedaba, era su gran apoyo.

En cualquier caso, sea cual sea la autoría y la identidad de la figura del lienzo, lo cierto es que nadie pone en duda la excelencia y originalidad del retrato de “La dama del armiño”.

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