Existen estudios recientes que demuestran que, a pesar de lo que hemos creído durante muchos años, los miocitos (células cardiacas) y las células neuronales pueden regenerarse bajo algunas situaciones específicas. Hay personas fuera de la comunidad científica que comparan estos nuevos hallazgos con la regeneración de otro tipo de tejidos, como en el caso de la piel.

En el caso de la piel la regeneración de esta dependerá del daño que se halla recibido. Sí el daño es completamente superficial entonces estas células repararán el daño sin dejar ningún tipo de cicatriz. Sin embargo, cuando el daño es profundo la piel no puede regenerarse por completo, así que, queda un tejido fibroso al cual llamamos cicatriz.

Esto pasa en todos los tejidos del cuerpo. Desde que somos pequeños nosotros sufrimos lesiones, heridas y golpes que en la mayoría de los casos se regeneran sin dejar ningún tipo de marca. Pero también recibimos daños que dejan cicatrices en nuestro ser. El corazón puede sufrir muchos daños y cada uno de esos daños generará un cambio en la persona por causa de ese tejido fibroso. Pero ¿Qué pasa cuando las cicatrices no son visibles? ¿Y si el daño no deja una marca física, pero si una marca en el alma?

Para contestar estas preguntas debo decir que, esto no es un caso que solo sucede a unas cuantas personas, sino que a todo ser humano. Todos tenemos alguna herida la cual no fue superficial, en lugar de eso llego a ser increíblemente profunda y dejó una huella que aun con el pasar de los años no desaparece. Y al ver esta herida ya curada, pero con esa marca llegamos a revivir ese momento que nos dejo una huella. Muchas de estas lesiones nos las damos mientras estamos aprendiendo a mantenernos con esto que llamamos vida. Y mientras estemos vivos, sufriremos lesiones. Algunas serán leves, como cuando nos damos una cortada al cambiar la página de un libro. Pero habrá otras más severas, como las que nos damos cuando estamos aprendiendo a andar en bicicleta o como cuando nos caemos de lo alto de un árbol solo porque queríamos escalar más alto y no notamos que la rama en la que nos apoyamos era la equivocada.

Hay otro tipo de cicatrices que nos hacemos a nosotros mismos sin darnos cuenta. Irónicamente, éstas nos las generamos mientras estamos creando una fortaleza con miles de escudos para evitar lastimarnos. Cuando decidimos no hablarle a quien vemos todos los días desde lejos, por miedo a no saber que decir, luego nos damos cuenta que alguien tuvo ese valor que nos faltó y decidimos pensar que “era lo mejor”. También cuando hacemos miles de planes y tenemos miles de sueños, pero no hacemos nada para hacerlos realidad, porque nos hemos convencido de que son puras tonterías. Todas estas cosas que hacemos o no hacemos para protegernos de los demás terminan lastimándonos más de lo que la vida misma nos hubiese lastimado si hubiéramos tomado el control de nosotros mismos y sin miedo a nada mostrásemos un poco más nuestro corazón.

Claramente no todas las heridas que tenemos son hechas por nosotros mismos. También todos tenemos esas heridas que nos dejó la vida y que no pudimos evitar de ninguna manera. La cicatriz de perder un ser querido, una oportunidad que añorábamos, la herida que deja la deslealtad de alguien cercano o en ocasiones algún accidente o enfermedad que nos han marcado en lo más profundo.

No hace mucho hable con mi padre acerca de su infancia y de varias anécdotas de su vida. Él es un caballero como muchos dirían “chapado a la antigua”. Un hombre de familia que siempre la pone como prioridad. Es alguien jocoso pero estricto, no permitiría jamás que una de sus hijas no tuviese cierto dominio del ajedrez, damero, damas chinas, matemáticas y obviamente la dialéctica. Es alguien a quien no le gustaría que sus hijas se pusieran un pirsin y pues no es de sorprender que no le agradara mucho la idea de que yo me cortara el cabello lo más bajo posible en esta cuarentena. Sin embargo, pese a ser de esta manera en la cual muchos le tildarían de machista o anticuado, él da la confianza para que cuando tengamos un problema podamos acudir a él en busca de consejo. También permite que hablemos de cualquier tema con él y lo mejor de él, es que siempre nos ha dado la libertad de escoger por nosotras mismas lo que queremos hacer con nuestro futuro, y nos apoya, a mis hermanas y a mi, en todo lo que él puede para lograrlo. En la conversación ya mencionada, me conto las historias de varias cicatrices que a pesar del avance del tiempo, no han desaparecido. Cicatrices de cuando era niño y vivía un pueblo llamado “El Negrito” en el departamento de Yoro. Y me conto como varias de esas cicatrices, aunque aún son visibles, ya no se ven cómo se veían antes. Hasta cierto punto eso me hizo reflexionar mientras también me daba algo de consuelo. Hace un poco más de un año yo tuve un accidente que me dejo postrada en mi cama por varios meses. Fue un incidente de tal magnitud que los médicos, hasta el día de hoy, se siguen preguntando y debatiendo como sobreviví. Y lo que aun les es más extraño a los médicos es como logré recuperarme al punto de poder continuar con mi vida como si ese evento jamás hubiese ocurrido. Pero de todo eso, aunque medicamente todo está bien, hay algo que es posible no se borre totalmente. Y me refiero a las muchas cicatrices que tengo y que a pesar de ir al dermatólogo no se han quitado. Admito que, antes, veía esas cicatrices e inmediatamente recordaba todo como si lo estuviese viviendo en ese momento. Cubría cada parte de mí, de forma en la que solo me faltaba usar un burka. Pero ahora comprendo que una cicatriz no representa mas que la fuerza que se tuvo para superar una herida profunda. Mi padre, mientras me contaba esas anécdotas, me hizo dar cuenta de que las marcas que la piel tiene son algo hermoso porque representan algo importante.

Cualquiera puede escoger maquillarse para tener “una piel de porcelana”. Pero vivir con una historia, afrontarla cada día y aceptarla como parte de uno es admirable. Y más que admirable es lo que nosotros necesitamos hacer para sanar completamente.

Las cicatrices del alma no son diferentes a las de la piel. Como ya mencioné el corazón también se fibrosa y solo en circunstancias muy específicas se regenera. Nosotros podemos generar esas circunstancias en nuestra alma en algunos casos. Pero cuando no se puede y el alma tenga que dejar cierta fibrosis para seguir funcionando como se debe, es cuando llegamos a tener un antes y un después. Son momentos que no nos dejan vivir el presente por estar reviviendo el pasado. Esas heridas tardan mucho en sanar y cuando dejan huella es cuando debemos escoger sí esto definirá nuestras vidas, o las veremos como una historia de la cual aprendimos algo. Podemos volver a nuestro refugio lleno escudos y lastimarnos a nosotros mismos o podemos arriesgarnos a otra historia que pueda volver a marcarnos, pero que nos haga crecer y aprender cada vez más. En mi propia opinión, yo escojo arriesgarme. Porque si hay algo que mi padre me ha enseñado en sus cicatrices es que no importa lo que pase porque, de una u otra manera, uno saldrá herido, pero cuando se tiene el valor de arriesgarse a recibir otra herida, también tiene más posibilidad de lograr varias cosas. Y para lograr grandes cosas hay que arriesgarse mucho a los rechazos, fracasos, decepciones y hasta traiciones. Pero todo valdrá la pena cuando uno logre lo que tanto busco. Aquel que no se arriesga y prefiere convertirse en una fortaleza es quien pierde miles de oportunidades y siempre sale herido. Es un masoquismo emocional al que no vale la pena someterse.

En la vida siempre habrá tropiezos, heridas y raspones, sin embargo, no debemos olvidar qué la vida es un constante caer y levantase hasta que se aprende a vivir. Pero siendo sinceros ¿Quién sabe realmente cómo vivir?

Existen millones de personas en este mundo que no se cansan de decir como uno debería vivir, cuando ni ellos saben lo que están haciendo con su vida. Todos somos diferentes y cada dolor lo soportamos de forma distinta y sanamos de distintas maneras y a distinto ritmo.

Uno de los tratamientos que se han estudiado para regenerar las células miocárdicas, es el uso de células madres que usualmente se obtienen de otro tejido. Algo parecido ocurre en la regeneración de un alma. En ocasiones para que un alma pueda sanarse necesita otra alma la cual le ayude a curar ese dolor que tanto le agobia y pueda regenerarse. En otros casos lo que se necesita es otra alma que nos haga ver que la fibrosis que tiene no es una cruz que deba llevar a cuesta, sino una lección aprendida por nosotros mismos. Pero estas almas que necesitan a otras para ser sanadas no podrán mejorar si mantienen siempre sus murallas enaltecidas, evitando de esta manera que cualquiera pueda dar un simple apoyo.

En ocasiones, la solución de nuestros problemas es más sencillos de lo que creemos, pero no logramos verlos por estar escondiendo y recordando las cicatrices que dejó el pasado y que no hemos logrado superar. Las cicatrices de nuestra piel son historias, pero las del alma son cien por ciento aprendizajes a las que debemos adaptarnos.

Todos llevamos una cicatriz en el alma, y aunque la escondamos lo más que se pueda, siempre estará allí. Lo único que podemos hacer es aceptarlas tal y como son, pues ya forman parte de nosotros y de nuestra historia. Una vez que aceptamos una cicatriz nos libramos de ella. Ya no necesitamos escudos, crema, ni maquillaje para esconderla. Como dije al inicio, cada lesión que deja huella nos cambia de una o de otra manera. Pero se vive de forma más ligera si en lugar de negar u odiar nuestro pasado, hacemos las paces con él y lo aceptamos sin importar que tan grande sea la cicatriz y que tan profunda haya sido la herida.

Siempre habrá alguien que nos decepcionara y situaciones que nos lastimarán. Pero también siempre habrá con quien contar en esas situaciones difíciles, que no nos defrauda y que a pesar de no ser su deber, siempre está allí para dar apoyo. Y son estas las personas que verifican el hecho de que todos tenemos derecho al llanto.

Los momentos difíciles solo son eternos si nosotros escogemos inmortalizarlos. Hay que dejar pasar estos momentos, el dolor atroz que nos consume. Podrá doler, pero no es algo que sintamos que valga la pena suturar para que sane y es posible que ni siquiera tengamos que buscar un curita para curar el daño, ya que esto sanará por sí solo.

Cuando hablamos de las lesiones del tejido óseo como son las fracturas, los doctores simplemente revisan el hueso con una radiografía, lo acomodan sí es necesario y colocan un yeso. La razón del yeso es para evitar que el miembro fracturado se mueva, ya que los huesos tienen una característica peculiar para sanarse, la cual consiste en que ellos mismos se reparan. Las células óseas van regenerando el hueso y de esta manera, a pesar de que no podemos movernos por un tiempo y sentimos dolor y el yeso nos pica, simplemente debemos dejar que el tiempo y el tejido hagan su trabajo hasta que este cicatrice. En ocasiones, esto nos pasa a nosotros. Cuando uno es lastimado sentimos dolor e incomodidad, también sentimos que no podemos movernos y nos sentimos estancados, pero en esos momentos necesitamos mantenernos calmados, descansar un poco y esperar a que todo se solucione. Pues debemos recordar que hay cosas que están fuera de nuestras manos y no podemos hacer nada más que darle tiempo al tiempo. En estos casos es cuando tenemos un alma fracturada y necesitamos del tiempo y de un poco de tranquilidad.

Recordemos que cada cicatriz es una historia de una lesión que ha sanado y por tanto no solo se recuperó, sino también se superó, pero sobre todo seguimos viviendo.

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