La vida, como la conocemos todos, se defiende ante lo que existe en su interior, “nosotros”, con posibilidad de algún día despojarse de ese peso que representamos.

Lo ha hecho por muchos años por la única razón de mantenerse viva, estable, sobreviviendo. Este mundo en el que estamos, solo por estar, anda siempre con la difícil tarea de equilibrar todo lo que le resulta una carga, todo lo que considera que no debería de tener, lo que duplica su peso, lo que no necesita, lo que no debería de existir.

Hay millones de cargas de las que sencillamente nunca podremos llevar a cuestas y aun así, existen entre nosotros. A este mundo, sin embargo, no le representan un estorbo como comúnmente nos vemos nosotros.

Somos esa carga neutra que vive para seguir siéndolo, y aunque descubramos sitios, exploremos el universo o creemos nuevas cosas o vidas, no somos absolutamente nada para ella. Sin pensarlo, seguimos creando nuevas cargas empeorándolo todo.

Somos esa especie repetitiva que se ha adaptado a casi todo para no verse indefensa. Hemos logrado convertir los pensamientos en grandiosos proyectos, hemos disfrazado a la muerte e incluso nos hemos vuelto otros, y aun así, nada de eso, absolutamente nada, ha hecho que ese equilibrio realmente se mantenga.

Los seres humanos jugamos solo a pensar que lo sabemos todo y que, además, podemos prevenir el Apocalipsis que hemos estudiado por muchos millones de años a través de un libro.

Hemos cargado conscientemente sobre nuestro propio peso otros más, sin al menos observar las consecuencias, llenando el único y chico espacio en el que nos arrojaron por necesidad y en el que seguimos hasta ahora varados, sin poder cambiarlo.

Somos seres completamente indicados para sobrecargar las cosas, para llenar espacios vacíos con otros vacíos.

Ocupamos nuevos lugares, nos duplicamos sin parar y nos quedamos pensando que podemos ser inmortales, personas con grandes poderes y con la intención más evidente de volvernos memorias.

Somos seres increíblemente absurdos como para creer que somos los que sostienen a este planeta, inteligentemente estúpidos para corregir los mismos errores que a diario negamos hacer y tan inequívocos, o eso creemos.

La historia que conocemos se ha basado en desechar las cargas que no han permitido estabilizar al mundo, y eso es algo que vemos hasta en las noticias.

Volcanes en erupción devastando tierras ya habitadas. Masacres continuas entre los seres vivos como si se tratara de una selección natural. Millones de ataques biológicos, políticos, económicos, jugando a ser solo los buenos días de todos al despertar.

¿Qué estamos haciendo?, ¿cuál será el final menos doloroso?, ¿qué o quién nos podrá detener?

Somos muy inteligentes para saber que este mundo nunca nos necesitó para poder existir. Ni siquiera somos la salvación de nadie porque, sencillamente, ni a nosotros mismos podemos salvarnos de nuestra propia naturaleza.

Para este mundo, perfectamente independiente, representamos aquella porción de nada buscando acaparar un sitio que podamos tomar como nuestro, ignorando que nada nos pertenece.

Podemos conseguir tener y adquirir con los años todos los estudios, habidos y por haber, para al menos, después de tantos años, si somos realmente buenos, regalar un aporte que nos salve de todo el daño que hemos hecho, muchos desde antes de nacer.

Vivimos insatisfechos en un paraíso que no necesita de estudios, que no reconoce lo que somos ni desea formar parte de lo que llamamos vida.

Somos esa imperfección bien vista en una balanza que toma los bienes para un bien propio, una idea lo suficientemente egoísta como para dejar sobre nosotros el peso más liviano de este mundo, “coexistir”. Esa palabra que nadie puede declarar con acciones está siendo anclada a la lista de las cosas que no podemos, como personas errantes, lograr conseguir.

Actuamos pensando que nada de lo que pisamos puede agotarse. Decimos lo que otros predican porque nos resulta más fácil repetir las palabras de otros pues, tan siquiera saludar, nos cansa.

Nos olvidamos que no somos nosotros quienes se agotan de todo, al contrario, es todo lo que existe afuera el que se agota de lo que somos y hacemos.

Nadie sobreviviría si fuéramos esos que sostienen la vida, simples mortales con una mente futurista salvándose a duras penas en sus propios deseos, acciones o pasos.

Nuestra vida ha sido la condena de este mundo, lo que nos pasa con el tiempo son los malos errores que cometemos sin pensar antes.

Lo que poseemos y atesoramos son adquisiciones de lo que pudimos lograr y aun así siguen siendo pesos. Damos vida a una infinita carga que ni el mundo logra entender, somos vistos como portadores de la destrucción total y disfrutamos pensando, divagando en saber la solución adecuada para salir ilesos y ganar cualquier caos.

Vivimos para nosotros, no por todos y, mientras salgamos ilesos de todo, el mundo puede esperar. Todo es un toma y dame en un equilibrio medido. Nada puede existir sino existe lo opuesto. No existirá una pregunta que no tenga respuesta ni, muchos menos, podemos morir sin al menos saber que realmente lo haremos. No podemos pensar que no hay un costo para nuestro paso por esta vida.

Podemos vivir unos cuantos años, tal vez hasta creer que lo vivimos todo, suponer que nada sucedió como estaba previsto, pero nunca podremos abandonar todo esto sin devolver a su verdadero sitio el peso que tomamos y equilibrar la carga.

Problemas que se convierten en simples soluciones con tan solo pensar,. Personas que, de la noche a la mañana, ya no están sin razón, millones de cosas y una simple y única manera de verla “viviendo”.

Creo que siempre seremos, como lo hemos venido siendo, “cargas de otras cargas, pasos de caminos ya transitados, días vividos entre otros que no tanto, pensamientos, ideas, palabras, respiros, solo eso”.

Estoy seguro que, así como vamos, esa carga puede que no exista también. Tal vez, es una verdadera y gran mentira que suena tan real y que nos da pánico. Pero nada es para siempre, y si lo fuera, que triste es todo esto, donde realmente suponemos vivir.

Ojalá fuéramos un pensamiento, alguna marca en la piel de alguien que en cualquier momento se quitará, una mirada bien fija, algunos pasos ya hechos, pero no. No sería justo acarrear todo este gran problema a otros cuando ni siquiera nosotros sabemos si es nuestro.

Carguémonos de vida, de verdaderas maneras de hacer algo, no sencillas ideas para esperar que se vuelvan realidad. Seamos otros, olvidemos ser lo que somos y con suerte encontraremos el lugar y el momento perfecto para no pesar tanto.


Imagen original de Wolfgang Brauner

Añadir Comentario