Una vez escuché a un político argentino, Axel Kicillof, decir algo así como que si no entiendes lo que dice un economista, es que te está mintiendo. Mi muy humilde opinión es que esa teoría se podría aplicar a cualquier parcela de la política. Daría la impresión de que es precisamente la intención del político que no entiendas, que desistas de hacerlo, que te sientas un poco torpe y que te dejes llevar por otros factores: la pasión del discurso, las palabras rimbombantes, la apariencia física, la tradición familiar.

Cuando era una quinceañera no me interesaba nada la política, a pesar de tener un padre que entendía mucho del tema y que explicaba muy bien las cosas. Simplemente, no me apetecía escucharle. Ni a él ni a los políticos de la tele o la radio. Me parecía que estos decían cosas incomprensibles e inconexas.

No les entendía y, por tanto, perdía interés en lo que me pudieran contar. Es más, cuando llegó el momento de votar por primera vez, voté al más guapo. En otras elecciones, voté al opuesto al que votaba mi padre, por rabia por algún enfado.

No obstante, llegó un día en que habló Julio Anguita en una entrevista por la televisión y ¡oh, milagro! le entendí. Tanto le entendí que hasta mi padre se sorprendió de que le escuchara de principio a fin.

- ¿Eres comunista? - dijo mi padre.

- No lo sé, papá.

- ¿Te gusta lo que está diciendo?

- Me parece que lo que dice tiene sentido pero no lo sé. ¿Si me gusta es porque soy comunista? - pregunté como el que pide un diagnóstico a un médico.

Recuerdo, aunque hayan pasado más de 25 años, que hablaba de que había dos perspectivas de ver las pirámides de Egipto. Una, como una maravilla arquitectónica y otra, como una fuente de sufrimiento humano para su consecución. Hablaba también de la angustia del que no llega a fin de mes y ve a cada momento en televisión y prensa el mensaje 'compre, compre, compre'.

El discurso de Julio Anguita quedó en el recuerdo, casi como una anécdota, hasta pasado mucho tiempo.

Mi siguiente contacto con la política fue tras la 'caída' de Ceausescu en Rumanía. Su sucesor, Petre Roman, era un hombre muy atractivo físicamente y yo quedé prendada de él. Le escuchaba fascinada frente al televisor y mi padre ya no sabía qué pensar.

- Pero si no estás leyendo los subtítulos, - increpaba mi padre, viendo donde se dirigía mi mirada - ¿qué te tiene tan cautivada?

- Sí que los leo, dice cosas muy coherentes, papá.

- ¿De qué partido es? - preguntó socarrón, poniéndome obviamente a prueba.

- ¿Qué más da eso? Lo importante es que va a arreglar su país después del desastre del anterior - dije yo, leyendo lo último que había aparecido en los subtítulos de la pantalla.

- A ti te gusta porque es muy guapo.

- ¿Es guapo? No me había fijado y no, papá, ¡no soy tan superficial!

Me daba mucha rabia que no me diera crédito suficiente como para creer que me interesaba seriamente la política, cosa que a él le hubiera encantado. No obstante, lo cierto es que yo ya me veía vestida de blanco, cual adolescente atontada y poco realista, convertida en princesa de Rumanía. Como si una cosa tuviera que ver con la otra en cualquier caso, por cierto.

Tras el fiasco de mi enorme (des)conocimiento de la política y mi gran (des)interés por ella, quedé 'anestesiada' durante mucho tiempo y permanecí al margen de todo y todos los que formaban ese mundillo.

Cierto es que prestaba algo de atención cuando aparecía Julio Anguita en televisión, porque me encantaba oírle hablar y me daba la sensación de que aprendía mucho escuchándole. Yo creía entonces que era solo su claridad lo que me mantenía atenta. Con el tiempo me fui dando cuenta de que en realidad sus mensajes resonaban en mi cabeza y mi corazón como algo muy cercano y, para mí, muy lógico.

¿Serían ciertas las 'sospechas' de mi padre? ¿Era de izquierdas? El tiempo me lo fue diciendo.

En muchos de los últimos años de mi vida he llegado a aborrecer la política, con tanto odio, tantos escándalos, tanto 'y tú más' de un lado y de otro. Tantos conceptos que se escapaban a mi control y entendimiento (los rescates, la prima de riesgo, etcétera) hicieron imposible apasionarme sobre nada que tuviera que ver con la política. Como decía al principio, puede que la sensación común de que todo es tan ininteligible es precisamente intencionada.

Por mucho que me avergüence, que lo hace, me he pasado años inmune a un tema en concreto, mencionado constantemente en los medios: los recortes. Es un ejemplo claro de mi desconexión con la realidad que me rodeaba. Insisto en que no estoy para nada orgullosa pero para mí eran solo palabras. Recortes en educación. Recortes en sanidad.

De cría iba mucho en el metro de Madrid. Yo entraba por mi parada, salía en la parada que me interesaba y luego entraba de nuevo y el tubo subterráneo gigante me dejaba en mi casa. Cuando iba a otro sitio simplemente entraba en el metro, me desplazaba y salía en otro barrio. No fue hasta que comencé a caminar la ciudad que me empecé a dar cuenta de que la parada 'Cuatro Caminos' no estaba aislada de la parada 'San Bernardo' y que si querías, podías caminar de una a otra por la superficie. Era un concepto tal vez infantil, pero en mi cabeza eran zonas incomunicadas entre sí. Intercambiables a placer pero no conectadas, como si hubiese un foso insalvable entre ellas.

Eso me ha pasado con el concepto de recortes de sanidad, que tan inconsecuente e irrelevante me llegó a parecer. Ha pasado de ser una zona aislada de la sociedad y la economía, que me eran tan ajenas, a ser una bofetada diaria en cada mejilla de mi conciencia. La irrupción de la pandemia en nuestras vidas ha hecho que camine lastimosamente desde Cuatro Caminos hasta San Bernardo y vea las calles que unen los recortes anteriores con las dificultades sanitarias actuales.

No ha sido la mejor manera de despertar a la política, a informarme diariamente, a apasionarme e involucrarme mental y hasta emocionalmente con ella, pero ha ocurrido. No sin pena ni sin gloria, pues resulta muy doloroso para alguien sensible ver las injusticias sociales, la falta de empatía y el odio que continúa. Me gusta estar al tanto de lo que pasa, pero muchos días tengo que dejar a un lado la labor de informarme, por varias razones. Una, porque por supuesto la realidad de la pandemia es terrible. Dos, porque es difícil saber quién dice la verdad y quién miente, a la vez que es extenuante. Tres, porque a parte de realidad, hay opiniones por doquier y muchas plagadas de rabia e inquina. Eso también resulta agotador y doloroso.

Papá, tus sospechas se confirman. Espero que me sigas queriendo. Guiño.


Imagen de otumRevolutum

S
hace 2 años

Menudo bellezón de mujer que eres, Mónica.

Un abrazo

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