Alguna vez un profesor me dijo, el primer día de clases, que tenía veinte (20) en su materia, pero que lo único que debía hacer para aprobar académicamente era mantener esa calificación hasta el último día de clases.

De forma análoga, a la escuela de la vida se nos envía como niños y se nos recomienda que siempre procuremos ser como ellos, sin olvidar que las necesarias experiencias que incorporamos al crecer son para llegar a ser la mejor versión de nosotros mismos y aprender a superar los desafíos.

Por lo antes expuesto, debemos emprender acciones que hagan prevalecer a ese niñ@ interior que debe formar parte de nuestro ser y cuál otra forma podría ser más idónea que esmerándonos en el cuidado de los niños de nuestro entorno mediante las siguientes actuaciones:

Reservar tiempo para darles atención.

Escuchar y buscar entenderlos, tomando nosotros la iniciativa de ir a conversar. Antes de ir a dormir indagar si hubo algo que escapa de su comprensión, propicia una interacción que les muestre que somos la fuente de información más confiable que cualquier medio electrónico o de otro tipo.

Para ello es recomendable dejar de alterarse cuando comunican algo incómodo, si realmente deseamos que vuelvan a acudir a nosotros para hablar de “cualquier cosa” (drogas, pornografía, maltrato, sexualidad, etc).

Nuestra aspiración implica que los pequeños perciban, gradualmente, que opciones como la intimidad física y emocional (a su debido tiempo), es un aspecto relevante comprendido en un gran plan de vida diseñado por el Ser Supremo.

Entendimiento que debemos estar conscientes que requerirá de varias conversaciones por una prolongación de tiempo en la cual se agregarán informaciones apropiadas para cada particular nivel de crecimiento y comprensión.

Ser un ejemplo.

Los pequeños imitan la forma como los mayores interactúan con otros, como se hablan y que les permiten o no.

Si exhibimos conductas que ponen en riesgo nuestro ser o nuestro entorno debemos procurar la ayuda de terapeutas y/o autoridades que nos conduzcan por senderos de seguridad y respeto.

Y ante todo cimentar nuestra fortaleza espiritual ante el entorno familiar: ¿oramos con nuestros hijos? ¿Leemos con ellos pasajes de las Escrituras? ¿Saben ellos de nuestras convicciones y fe?

Defenderlos.

Los padres, representantes y adultos responsables deben estar atentos, deliberar, pedir orientación y decidir sobre todos los aspectos para contrarrestar amenazas y aportar protección a los pequeños.

Solventar situaciones inconvenientes como el deambular de un niño, notar si es víctima de algún tipo de acoso ( aún entre los mismos niños), intervenir aunque resulte incómodo, para asegurarse de que todo niño este a salvo.

Mostrar a los pequeños que nos preocupamos por ellos, enseñándolos a prestar atención a sus sentimientos (temores, preocupaciones, etc) los insta a valorarse como personas y gradualmente desarrollar su propio desenvolvimiento hacia la toma de decisiones cada vez más seguras, como las siguientes:

  • Alejarse de personas que les parecen sospechosas.
  • Escapar de algo perjudicial como malos contenidos en los medios comunicacionales.
  • Avisar con un mensaje acordado que se está en una situación delicada y debe ser recogido de inmediato.
  • Decir NO cuando alguien trate de convencerlos u obligarlos a realizar algo incómodo o perjudicial.
  • Gritar pidiendo ayuda hasta que estén a salvo.

La relevancia de nuestra función como adultos es directamente proporcional a demostrar cuán importantes son los niños: somos los responsables de la próxima generación, somos los ángeles que los deben rodear con amor y protección.

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